Fue en la última campaña del hoy presidente de la república, Andrés Manuel López Obrador cuando en una de sus maromas lingüísticas reapareció el vocablo “fifí” insertándose de lleno en el lenguaje y concepción de todo un país. Un término que si bien en sus primeras apariciones se utilizó para representar a una pequeña élite de empresarios y políticos acaudalados, no tardó en expandirse hasta alcanzar la clase media.
Adjetivo que hoy se ha convertido en una etiqueta lapidaria que responsabiliza y culpa a millones de mexicanos por la grave descomposición del sistema político y los grandes desequilibrios sociales.
La descalificación y la lucha de clases, forman parte de una política de desmantelamiento de la clase media, que lucha por sobrevivir desde hace 60 años. Una clase media artífice del México moderno, que nos ha ocupar el puesto 15 del ranking de las mayores economías del mundo. Representando el 1.54% de la economía a nivel global, según el Banco Mundial.
La existencia de una clase media fuerte y con capacidad de gasto, es la mejor garantía de estabilidad social y económica para cualquier país. Es garantía de justicia social y de dignidad de las personas, así como el mejor antídoto contra el populismo.
El acceso a bienes libera, la pobreza somete.
Si bien, no existe una definición exacta de la clase media, sí existe un consenso en cuanto a los indicadores que la determinan, en el caso de la OCDE, es común tomar como medida o parámetro los ingresos, mientras que para otras áreas como es la académica, esta será en función del ingreso y el consumo.
En lo que todos coinciden es que la clase medida es una parte de la sociedad capaz de vivir de forma confortable, lo que puede incluir elementos como tener acceso a una vivienda, disfrutar del ocio, de una buena atención sanitaria, de un cierto nivel educativo, así como contar con una jubilación decente o tener la capacidad para asumir gastos inesperados.
Básicamente condiciones establecidas en los derechos humanos y que deberían ampliarse hasta alcanzar a toda la sociedad. Pero lo que hoy vemos es un desprecio por este sector, una serie de políticas y acciones que lo debilitan, lo reducen, surgiendo la interrogante, ¿contra quienes lucha el presidente?
¿Contra los que se arriesgan y deciden emprender un negocio?, ¿los que se esfuerzan por brindar educación privada a sus hijos?, ¿aquellos que se atienen en consultas y hospitales privados?, ¿los que adquieren su casa a través de una hipoteca bancaria? ¿Los que se esfuerzan por sobresalir en sus clases? ¿Los que vacacionan en familia una vez al año? ¿Los que consumen cultura? ¿los que dan empleo y son el sostén de millones de familias mexicanas?
Hombres y mujeres sin rostro que pertenecen o luchan por alcanzar la clase media.
Las grandes ideas y transformaciones no surgen de las clases altas, ni de la más desfavorecidas, lo hacen de este estrato que en teoría debería ser el más grueso de la pirámide, razón por la cual se le ha considerado históricamente el motor de la sociedad.
La desaceleración de la clase media en México, inició mucho antes del gobierno de Andrés Manuel. Tuvo caídas, golpes, experimentó angustia, preocupación por el futuro, inseguridad, inestabilidad y ritmos de crecimiento muy por debajo de lo esperado, lo que no permitió una mejora en las condiciones de vida en las mayorías. Estas condiciones y el hartazgo ante la violencia y la corrupción, llevaron a que la clase popular y una parte de la media votaran por AMLO.
El problema es que el presidente solo piensa en términos absolutos, en un país en el que solo existen los pobres y los ricos. Para él la clase media es un peligro, por “conservadores” y “fifís”. No existen programas dirigidos al sector que aporta la mayor parte del PIB y que empieza a perder la paciencia ante un gobierno que no les garantiza trabajar y gozar del fruto de su trabajo.
A dos años de gobierno, los resultados son deplorables. En riesgo la supervivencia de la clase media, el aumento en el número de pobres, el creciente desempleo, la contracción de la economía prevista en un 7.27%, aunado a los señalamientos de corrupción descomunal, llevan a una baja en la aprobación del presidente.
La intención de voto por Morena baja y los partidos de oposición, aunque de manera lenta, empiezan a recuperarse.
Crecen las caravanas anti AMLO y caen sus números de aprobación.
No es lo más sensato despreciar a quienes generan los recursos que sostienen los programas sociales. Se aproxima la renovación del Congreso y los partidos de oposición coinciden en que es la oportunidad de oro de eliminar la sobre representación de Morena y detener las ansias totalitarias de Andrés Manuel.
Claudia Vázquez Fuentes
Analista Geopolítica.
Maestra en Estudios Internacionales por la Universidad Autónoma de Barcelona.
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