La ciudad tendrá próximamente un visitante sui géneris: un Papa que aunque su nombre lo sugiera no es franciscano, tampoco es dominico, carmelita o agustino, sino jesuita. La Compañía de Jesús (la orden jesuita) fue fundada por San Ignacio de Loyola en 1540. Desde su fundación, los jesuitas fueron el brazo fuerte de la Iglesia Católica durante la Reforma protestante del siglo XVI, en plena efervescencia. Hoy convertidos en la orden religiosa más numerosa del catolicismo con alrededor de 17,000 miembros y presencia en 127 países, a través de los siglos y siempre controversiales a los ojos del mundo y sus gobernantes, los jesuitas se han distinguido como grandes educadores y notables intelectuales en distintos campos del saber. Es difícil no conocer a un colega académico laico que no haya estudiado en una escuela dirigida por jesuitas, cuyos conceptos sobre justicia social -la filosofía de la liberación, por ejemplo- son bien conocidos y han influído a importantes líderes sociales.
Hace tiempo, en aquellos primeros años de la recién fundada Sociedad Astronómica Juarense y antes de viajar a la UNAM a mi posgrado en astronomía, leía y aprendía yo sobre los llamados tipos espectrales de las estrellas. En el intento por clasificar las categorías principales de estrellas en el universo a partir de algunas de sus propiedades físicas globales, como es la temperatura superficial, el italiano Angelo Secchi es considerado un pionero al proponer un esquema de clasificación basado en las características espectrales de las estrellas. ¿Qué significa esto? Bueno, dos siglos antes que Secchi, hacia 1666, Isaac Newton ya había demostrado que al hacer pasar la luz del sol a través de un prisma de vidrio, aquella se descomponía en varios colores, los colores del arcoíris. Así, Newton obtuvo experimentalmente el primer arcoíris, el primer espectro solar. Esto se conoce como dispersión de la luz, fenómeno que podemos confirmar con un simple CD o DVD a cierto ángulo con nuestra vista (el CD dispersa la luz por la difracción causada en los múltiples y finos surcos de los que está hecho).
Después, a principios de los 1800’s, el alemán Joseph Fraunhofer fue más allá y descubrió que dentro de ese arcoíris, de ese espectro solar, aparecían ciertas líneas oscuras y misteriosas para las que entonces no había una explicación física. Hoy sabemos que esas líneas misteriosas son “las huellas digitales” de los elementos químicos presentes en las atmósferas de las estrellas. Así nació la espectroscopía, rama imprescindible de la astronomía moderna. Tan imprescindible, que el descubrimiento de nuevos mundos y sistemas solares depende hoy en dia en su mayor parte de esta poderosa técnica.
Pues bien, Angelo Secchi hizo uso de esas líneas oscuras, las líneas espectrales en los arcoíris de las estrellas tratando de identificar grupos principales, proponiendo así en la segunda mitad del siglo XIX un método robusto de clasificación de estrellas basado en 5 grupos fundamentales, las 5 clases de Secchi. El esquema de Secchi fue luego perfeccionado por el famoso grupo de astrónomas de Harvard en los primeros años del siglo XX, que es el utilizado hoy alrededor del mundo: los 7 tipos O,B,A,F,G,K,M (de las estrellas más calientes, las O, hasta las menos calientes, las M).
Pero el punto es que Angelo Secchi, el astrónomo, era un jesuita. Aunque yo sabía que los jesuitas eran una orden católica y que el padre Pro durante la Guerra Cristera en México fue también un jesuita, Secchi fue el primer nombre que conocí de un miembro de la Compañía de Jesús en mi propia área, la astronomía.
Al poco tiempo de leer sobre Secchi, el excelente filme “La Misión” con Robert de Niro y Jeremy Irons me llevó a explorar los motivos sociopolíticos de la supresión de la orden en 1773, los cuales pude entender parcialmente después de leer su historia en “Los jesuitas” de Malachi Martin, el controvertido ex-jesuita irlandés que discute en su libro varios puntos oscuros de la historia y el actuar de la Compañía, aunque algunos jesuitas que he conocido personalmente califiquen como “imprecisos”. Por otro lado, muchos aun recordamos a los dos héroes de sotana del terrorífico y bien logrado filme “El Exorcista”: un joven jesuita psiquiatra en crisis de vocación y un experimentado jesuita arqueólogo y exorcista de edad que hacen dupla para salvar a una niña de una terrible posesión demoniaca. En el terreno de la ciencia ficción espacial, quizás el jesuita más famoso es el personaje del cuento de Arthur C. Clarke de 1955, “La estrella”. En tal relato, un grupo de exploradores humanos encuentran en el espacio los restos de una civilización aniquilada por la explosión supernova de su estrella central. Después de calcular la fecha de tal cataclismo y su distancia a nuestro planeta, el astrofísico jesuita de la nave confirma que tal explosión fue vista por los humanos desde la Tierra como la estrella de Belén.
Posteriormente, al estudiar la historia del telescopio y los maravillosos y reveladores descubrimientos de Galileo con este instrumento, supe que las manchas que reportó por primera vez en la superficie del sol habían sido también identificadas por Christoph Scheiner, un jesuita. Usualmente, se acredita a Scheiner como co-descubridor con Galileo de las manchas solares, aunque al menos inicialmente, ambos debatieran sobre la naturaleza de tales “imperfecciones” en el sol. Como sacerdote, Scheiner creía firmemente en la perfección de los cielos y por lo tanto justificó inicialmente las manchas no como lo que son, sino como satélites del sol proyectando sus sombras sobre la superficie solar al pasar enfrente de él. Para Galileo era obvio que las manchas eran un fenómeno propio del sol, en su superficie (hoy sabemos las manchas son regiones en el sol de gran actividad magnética), y que por lo tanto el sol tenía “imperfecciones”. Scheiner estudió y registró detalladamente estas manchas a través del telescopio, y eventualmente aceptó el hecho que éstas ocurren en la superficie solar y que cambian de forma y tamaño con el tiempo. Su Rosa Ursina de 1630 fue el texto por excelencia por más de un siglo sobre el tema de manchas solares.
Personalmente y como admirador de la vida y obra de Johannes Kepler, uno de los fundadores de la astronomía moderna, encontré muy interesante su colaboración científica con un grupo de académicos y astrónomos jesuitas a propósito de la observación y registro del eclipse total de sol del 12 de octubre de 1605, donde Kepler buscaba entender la naturaleza de ese “resplandor blanco” que parece rodear al sol y la luna durante la fase de totalidad del eclipse, lo que hoy conocemos como la corona solar. De acuerdo a Arthur Koestler en “Los Sonámbulos”, los jesuitas se acercaron a Kepler -protestante luterano- durante los conflictos religiosos de la época y el exilio del astrónomo ofreciéndole ayuda y apoyo (en una de las mejores épocas de éxitos y expansión del jesuitismo, con Claudio Acquaviva como general jesuita). Kepler, cuyo celo en cuestiones de fé está bien reportado históricamente, se rehusó.
Clavius es el nombre de un cráter en la luna en honor a otro destacado jesuita, matemático y astrónomo: Christopher Clavius. Además de ser una figura prominente en su tiempo, respetada por científicos como el propio Galileo, a Clavius se debe en gran parte la reforma que llevó al Calendario Gregoriano en 1582 que conocemos y seguimos hoy en casi todo el mundo.
Decidido a continuar la tradición astronómica de Clavius y Secchi, en 1891 el Papa León XIII fundó el Observatorio Vaticano, dirigido por jesuitas astrónomos en su nueva sede a partir de los años 30 en Castel Gandolfo, al sur de Roma. Desde 1993, en Tucson Arizona el Vatican Advanced Technology Telescope (VATT) realiza investigación de frontera en astrofísica, a la par del de Castel Gandolfo. Una de las líneas de investigación de los jesuitas del Observatorio Vaticano es la astronomía planetaria y la conexión entre meteoritos y asteroides. En el año 2000, la Unión Astronómica Internacional (IAU) dio a un nuevo asteroide descubierto el nombre de 4597 Consolmagno, en honor del recién nombrado por el Papa Francisco director del Observatorio Vaticano, el jesuita y astrónomo Guy Consolmagno, descubridor él mismo de varios meteoritos en la Antártida. Tres asteroides más llevan el nombre de jesuitas. En la luna, los nombres de más de 20 destacados jesuitas y astrónomos que estudiaron su superficie están asociados a distintos objetos y características orográficas.
Los jesuitas han sobresalido igualmente en otras áreas de la ciencia, pero a través de la historia su trabajo en el campo de las ciencias exactas y la astronomía es particularmente reconocido. Y mientras el Papa Francisco llega a Cd. Juárez exclamando “Ad Majorem Dei Gloriam” (“Por la mayor gloria de Dios”, el lema jesuita), yo insisto que…
…este universo es único.
Héctor Noriega Mendoza
Ponente. Investigador.
Maestría en Astronomía (UNAM | NMSU) y Doctor en Astronomía por la Universidad Complutense de Madrid (UCM)
Fundador de la Sociedad Astronómica Juarense, Cofundador del Proyecto Abel, Miembro de la Sociedad Mexicana para la Divulgación de la Ciencia y la Técnica, Miembro de la American Astronomical Society y Profesor de tiempo completo de Astronomía en UTEP.