Los cambios en la legislación incentivaron a varios empresarios italianos a crear granjas de insectos. En el país mediterráneo ya se cultivan gusanos de seda, avispas, saltamontes etc
Roma (Sputnik) — En el planeta seremos unos 9.700 millones en 2050 y unos 11.000 millones en 2100. Este es pronóstico de la ONU. Y necesitaremos tanta comida que la agricultura y la industria alimenticia, quizás, no serán capaces de producir suficiente. ¿El hambre está detrás de la esquina?
No todos creen en un futuro tan oscuro. Para los optimistas, si los métodos actuales de producir comida no pueden satisfacer la creciente demanda de alimentos, los hay que cambiar o encontrar nuevos.
Son cada vez más las empresas italianas que se dedican al cultivo de insectos, considerados el alimento del futuro, pero más de la mitad de los consumidores no los quieren ver en sus mesas.
Los entusiastas del cultivo de insectos lo tienen claro: serán los gusanos, saltamontes y grillos los que nos salvarán del hambre. En muchos países ya los consumen sin ningún problema: según la Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura (FAO), en el mundo entero unos 2.000 millones de personas añaden insectos a su dieta cotidiana.
Así, en China se pueden probar tarántulas asadas o ciempiés ahumados, Tailandia ofrece chinches de agua y gusanos gigantes de harina asados y en Guayana francesa nos esperan mariposas de palmeras fritas y sazonadas.
Mientras tanto, el mercado de insectos cultivados, aun en estado embrionario, se expande rápidamente. Según la empresa de análisis de mercado Global Market Insight, en 2017 su valor apenas alcanzaba los 55 millones de dólares, pero para 2024 crecerá hasta 710 millones.
Poco a poco la Unión Europea se va uniendo al banquete. Para la Comisión Europea los insectos son “una fuente de proteínas alternativa que puede apoyar la transición de la UE hacia un sistema alimentario más sostenibles”.
Por lo tanto, en 2018 fue permitida la entrada de los insectos en el mercado de alimentos europeo, a condición de que fuesen cultivados y no cazados, mientras a principios de mayo de 2021 la polilla de harina se convirtió en el primer insecto cuya venta está autorizada en la UE, ya sea entero o desecado, o molido en harina.
La asociación IPIFF, que promueve el consumo de insectos, estima que se producen 6.000 toneladas de proteínas de insectos al año, mientras para 2030 esta cifra crecería hasta 3 millones de toneladas.
Ventajas nutritivas y ecológicas
Los cambios en la legislación incentivaron a varios empresarios italianos a crear granjas de insectos. En el país mediterráneo ya se cultivan gusanos de seda, avispas, saltamontes etc.
Para la empresa Italian Cricket Farm de la provincia de Turín, que produce 200.000 grillos al día, los insectos como alimento tienen un sinfín de ventajas.
Por un lado, tienen un valor proteico de un 69%, frente al 26% del pescado, el 23 de la carne de pollo y el 22 de la carne bovina. También son ricos en vitaminas, hierro, fósforo y potasio.
Por otro, el cultivo de insectos es imbatible desde el punto de vista ecológico, al requerir una superficie 13 veces menor que el de vacas y casi no consumir agua, ya que a los insectos les basta el líquido que contienen las hojas que comen.
Las granjas de insectos también emiten cien veces menos gases de efecto invernadero que las industrias ganaderas. Y si se toma en cuenta que más de dos tercios de la producción mundial de los cereales está destinada al consumo de animales domésticos, el cultivo de insectos parece una verdadera salvación para el medioambiente.
Un obstáculo que superar
Un cuadro brillante, pero ¿tiene defectos? Desde el punto de vista alimentario, pocos. La Autoridad Europea de Seguridad Alimentaria (EFSA, por sus siglas en inglés) advierte que el contenido de proteínas “puede ser sobreestimado a causa de la presencia de quitina, un componente importante del exoesqueleto de los insectos”. Además, las proteínas suelen provocar alergias alimentarias, aunque esa cuestión requiere más estudios.
En Europa en general y en Italia en particular el problema principal consiste más bien en que, a diferencia de otros continentes, los insectos no forman parte de la dieta tradicional y, por lo tanto, causan una fuerte repulsión. Con todas las ventajas nutritivas y medioambientales, ¿cuántas personas estarían dispuestas a comer galletas hechas con harina de grillos o masticar un saltamontes frito?
Parece que en un país como Italia el camino de los insectos hacia las mesas de los consumidores será largo. Según un sondeo de la Confederación Nacional de Cultivadores Directos (Coldiretti), el 54% los consideran un elemento ajeno a la cultura alimentaria del país, mientras la cuota de los favorables apenas alcanza el 16% y los que los comerían enteros es ínfima.
Los cultivadores de insectos son cada vez más, pero, después de mostrar las virtudes del nuevo alimento y ganar las batallas legales para acceder al mercado, deben hacer frente a un obstáculo que, de momento, parece insuperable: el asco que le tienen a los insectos la mayoría de los europeos.
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