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    noviembre 4, 2024 | 18:49

    Decidiendo “la cura para el cáncer”

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    Cuando una persona es diagnosticada, comienza un proceso que le resulta desconocido, temeroso e intimidante. Al tener tantos mitos, el cáncer se relaciona inmediatamente con aspectos negativos, como dolor, tristeza y muerte.

    Estos mitos se refuerzan al intentar buscar información y toparse con páginas o blogs donde se “informa” al paciente a través de experiencias personales, creencias y estrategias de venta.

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    Por lo general, cuando somos diagnosticados se acercan personas a compartirnos experiencias, testimonios y “pruebas” con las que buscan convencernos de los beneficios de ciertos productos que prometen una cura para el cáncer. Me refiero a los productos que promueven la cura del cáncer en forma de cafés, jugos, tés, jarabes, polvos, malteadas, gotas y cremas.

    Sin importar la presentación, los productos nos prometen una mejora significativa de nuestra salud, nos mencionan que cuentan con “investigaciones médicas”, que son “productos naturales” y que al consumir cierta cantidad del producto al mes, podremos notar una diferencia en la salud, una diferencia tan sorprendente que nos llevará a la cura de la enfermedad.

    Lo que me parece más interesante, es que un producto -y no un tratamiento o terapia- puedan “curar el cáncer”. Así tal cual, el cáncer. En general, como si solo existiera un tipo de cáncer. Así tan fácil, como si todos los más de 100 tipos de cáncer fueran iguales. Así, tan sencillo, como si todos los tipos de cáncer tuvieran las mismas reacciones, síntomas y causas. Y como si todos los pacientes tuvieran el mismo historial clínico, información genética y organismo.

    Desde hace unos años han aumentado los comentarios y publicaciones en páginas no confiables, donde se exponen opiniones en contra de la quimioterapia, cuestionando su efectividad, su agresividad y sus ingredientes o fórmulas. Sorpresivamente, nadie se pregunta sobre la efectividad, la agresividad y los ingredientes o fórmulas de los productos “milagrosos”. Pareciera que el diseño de la etiqueta y los “testimonios” son tan convincentes que nos basta para consumirlo sin cuestionar de qué manera estamos arriesgando nuestra salud o la de nuestro paciente.

    Tristemente, en un sinfín de ocasiones he sido testigo de los efectos secundarios de estos productos -daño en el hígado, en riñón y estómago-; sin mencionar el gran impacto que tienen también a nivel económico en la vida del paciente. Y es este mismo gasto el que se convierte en prioridad para la familia, dejando de lado artículos que son necesarios para los pacientes, como pelucas, prótesis, mangas de compresión, etc.

    En repetidas ocasiones, la Secretaria de Salud, asociaciones, institutos, hospitales y fundaciones (nacionales e internacionales) han hecho campañas para alertar a las personas sobre el uso de estos productos. Estos organismos ya se expresaron en contra de estos productos, ahora es momento de que como pacientes y familiares digamos: ¡BASTA!

    Basta de aprovecharse de nuestra enfermedad. Basta de sacar provecho de nuestro miedo y desinformación. Basta de usarnos. Basta de forzarnos a consumir productos que no nos traerán el beneficio prometido.

    Como pacientes, tenemos derechos como el de conocer nuestras opciones de tratamiento; consultar segundas opiniones, y elegir el tratamiento que más nos convenza. Y en caso de optar por un método alternativo, tenemos el derecho de elegir una terapia, no un producto que carece de bases científicas confiables.

    Además de derechos, tenemos obligaciones, como informarnos para la toma de decisiones que ayuden a cuidar nuestra salud. Es entonces nuestra obligación conocer lo más que se pueda sobre los tratamientos que se nos administrarán, y las reacciones o efectos secundarios que ocasionarán. Esto incluye investigar sobre los métodos tradicionales o alternativos.

    Si realmente creemos en estos productos -a pesar de las múltiples recomendaciones de no consumirlos- entonces es obligación de la persona que vende el conocer todos los pros y los contras del producto que está ofreciendo. Debe estar consciente de cómo puede dañar la salud del consumidor. No puede conformarse con lo que le dice su distribuidor, los dueños de la empresa o sus compañeros vendedores;  debe de consultar otras fuentes, corroborar la información. Debe de salir de la burbuja de personas relacionadas con el producto y comprobar que la información que le ofrecen es certera. Solo así tendrá la confianza de que no está arriesgando la salud de las personas al buscar generar un recurso económico.

    Si un vendedor no cuida estos aspectos, y nosotros como pacientes – o familiares– lo aceptamos, entonces somos parte de la desinformación y el engaño.

    ¿Por qué a los médicos les exigimos que conozcan y nos desglosen los pros y contras de los tratamientos, pero al vendedor de productos milagrosos no? ¿Por qué nos cuestionamos sobre la efectividad de la quimioterapia o de otras disciplinas, pero no cuestionamos los productos milagrosos? ¿Por qué pagamos miles de pesos en productos milagrosos que prometen una cura, pero escatimamos en artículos que si son necesarios para una vida digna y cómoda para los pacientes con cáncer?

    Hagamos valer nuestro derecho de elección. Los pacientes tenemos derecho a elegir. Si después de investigar y consultar, tomamos la decisión de consumir esos productos, entonces es nuestra responsabilidad enfrentar y manejar las reacciones que ocasionen y el impacto en nuestra economía. Después de todo, tomarlos fue nuestra decisión.

    Luly Tejeda Small
    Lourdes Tejada

    Titulada en Diseño gráfico y pasante de la Maestría en Acción Pública y Desarrollo Social. En su experiencia destaca el ser co-fundadora de una asociación civil y ser miembro fundador de una red de agrupaciones juveniles. Ganadora del Premio Nacional UVM por el Desarrollo Social, cuenta además con el Premio Estatal de la Juventud, el Reconocimiento a Mujer del Año de Ciudad Juárez y la mención de Mujer Líder de México.

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