El inicio del curso de astronomía y sistema solar que ofrezco en la Universidad de Texas en El Paso (UTEP) incluyó este semestre por primera vez en nueve años una frase significativa, tanto oportuna -que así firmemente la creo- como optimista. En el encabezado del documento con políticas de clase (en inglés el “syllabus”) expresamente incluí “…a punto de convertirnos en una civilización biplanetaria”.
Pero no me limité a lo que a un joven estudiante podría parecer sólo una curiosa frase-reflexión plasmada simplemente en un documento formal de inicio de curso. Después de dar la bienvenida a más de un centenar y medio de alumnos del pequeño auditorio, la introducción siempre amerita señalar que la astronomía como ciencia ocupada del universo físico, en su estado presente, abre perspectivas extraordinarias al intelecto, curiosidad y exploración in situ con los descubrimientos confirmados desde la Tierra y su espacio inmediato de más de 3000 nuevos planetas orbitando otras estrellas; con la detección de sutiles efectos como las ondas gravitacionales o con el sondeo observacional para mapear la materia oscura y desentrañar la energía oscura. Pero sobre todo, lo que encuentro más interesante desde el punto de vista de la enseñanza masiva de la astronomía a nivel social y mundial, es que nuestras generaciones actuales aprenden astronomía justo en la época en que nos preparamos para dar el salto, por primera vez en la historia, a otro planeta no sólo para estudiarlo y entenderlo desde una perspectiva puramente científica, sino para explorarlo en el sentido que Colón o Magallanes lo harían y además colonizarlo y transformarlo -terraformándolo- en un segundo planeta hogar para la humanidad. Este es nada menos el panorama que el planeta Marte nos presenta justo hoy, nuestro segundo vecino más cercano en el sistema solar.
Este optimismo en momentos exacerbado de llegar al planeta rojo y conquistarlo no es el resultado de una euforia científica infundada o la imaginación, ya superada por la realidad actual, de aquellos escritores de ciencia-ficción como Edgar Rice Burroughs o Ray Bradbury que se deleitaron con esta posibilidad a través de sus historias. Es la consecuencia esperada de una civilización técnica como la nuestra que, en cierto momento histórico, evolucionando de manera natural en el tiempo alcanza el umbral científico-tecnológico justo que le permite asimilar la siguiente etapa en su proceso gradual de dominio del universo. La evidencia actual indica que nuestra generación se encuentra en el rápido proceso de cumplir con todos los requisitos tecnológicos para enviar hombres y mujeres a Marte para iniciar el glorioso camino a su colonización.
Alcanzar tales umbrales nunca es posible sin la intervención de pioneros como Goddard, von Braun o actualmente el visionario ingeniero-empresario Elon Musk, quien como fundador y líder ideológico y técnico de la compañía SpaceX en los Estados Unidos se ha propuesto proporcionar los medios tecnológicos para que la humanidad tenga en un futuro cercano un nuevo hogar en Marte. Experimentando e innovando con los recursos actualmente disponibles, Musk busca hacer los viajes interplanetarios lo más realistas y eficientes posible, reduciendo costos significativamente y guiado por un ideal loable, aunque para algunos incómodamente catastrofista: el asegurar la perpetuación de la especie humana creando una colonia marciana. Ciertamente, las posibilidades de que la raza humana se extinga (digamos por el impacto en la Tierra, difícil de predecir con precisión, de un asteroide como el que aniquiló a los dinosaurios hace 65 millones de años) se reducen casi a cero si existe ya una colonia humana en otro planeta, Marte en este caso.
Desde su creación en 2002, SpaceX ha ido en ascenso en éxitos y ambiciones. Es la primera compañía privada contratada por la NASA para transportar cargamento especializado hacia y desde la Estación Espacial Internacional, además de haber sido la primera empresa no gubernamental en lanzar y traer de vuelta a la superficie una nave espacial en órbita baja alrededor de la Tierra. Y es que la reusabilidad de cohetes y naves es un concepto clave no sólo en la mente de Musk, sino para la concretización a bajos costos de misiones al planeta rojo en viaje redondo. Los cohetes Falcón y las naves Dragón de SpaceX ya han dejado huella en la historia reciente de la carrera espacial, y en próxima ocasión estaremos discutiendo los contundentes éxitos aeroespaciales de Musk, así como el nuevo proyecto local Marte Aquí (Mars Here) en el Departamento de Física de UTEP.
Este universo es único.
Héctor Noriega Mendoza
Ponente. Investigador.
Maestría en Astronomía (UNAM | NMSU) y Doctor en Astronomía por la Universidad Complutense de Madrid (UCM)
Fundador de la Sociedad Astronómica Juarense, Cofundador del Proyecto Abel, Miembro de la Sociedad Mexicana para la Divulgación de la Ciencia y la Técnica, Miembro de la American Astronomical Society y Profesor de tiempo completo de Astronomía en UTEP.