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El alto representante para la Política Exterior de la Unión Europea, Josep Borrell, se caracteriza por no tener pelos en la lengua. Habla con una franqueza que a veces sorprende, sobre todo teniendo en cuenta que viene a ser el “diplomático número uno” del heterogéneo club de Bruselas.
Moscú (Sputnik) – Ya era muy sincero e intenso cuando ocupaba el Ministerio de Asuntos Exteriores del Reino de España entre junio de 2018 y noviembre de 2019.
Su (pen)última cruzada pasa por crear un Ejército europeo, un tema recurrente y hasta ahora fallido que ha vuelto a los mentideros y las cancillerías tras la precipitada y alucinante retirada de Estados Unidos de Afganistán. Ese paso supone una catástrofe para el pueblo afgano, un fracaso para Occidente un punto de inflexión para las relaciones internacionales.
Un ejército ya
Borrell declara lo que muchos piensan, pero no se atreven a decir en público. En una entrevista recientemente concedida a Corriere della Sera, el primer periódico de Italia, el político de origen catalán declaraba que Washington ya no está “dispuesto a combatir en las guerras de otros”, lo que hace necesario, en su opinión, una Initial Entry Force, diciéndolo así en inglés; es decir, una fuerza de primera respuesta para que actúe rápidamente ante una emergencia que. El argumento es que la UE debe poder intervenir para proteger sus intereses cuando los estadounidenses no quieran involucrarse en una operación.
Afganistán ha puesto los puntos sobre las íes. Cada uno de los países comunitarios presentes en Kabul se movilizó alrededor del aeropuerto de la capital para evacuar a sus respectivos compatriotas y a aquellos ciudadanos afganos que colaboraron con ellos en los últimos 20 años. Los europeos cooperaron entre sí y compartieron capacidades de transporte, pero no fueron capaces de enviar 6.000 soldados para proteger la zona. Tuvieron que depender de los marines estadounidenses. De nuevo. La propuesta de Borrell habla de 5.000 militares, es decir, el equivalente a una brigada como formación militar según los estándares de la OTAN.
La legislación comunitaria no impide la creación de una fuerza de intervención rápida. El Tratado de la Unión Europea se refiere a la defensa en su artículo 42, cuyo apartado primero dice así:
“La política común de seguridad y defensa forma parte integrante de la política exterior y de seguridad común. Ofrecerá a la Unión una capacidad operativa basada en medios civiles y militares. La Unión podrá recurrir a dichos medios en misiones fuera de la Unión que tengan por objetivo garantizar el mantenimiento de la paz, la prevención de conflictos y el fortalecimiento de la seguridad internacional, conforme a los principios de la Carta de las Naciones Unidas. La ejecución de estas tareas se apoyará en las capacidades proporcionadas por los Estados miembros”.
El apartado cuarto recoge que las decisiones en materia de defensa tienen que adoptarse “por unanimidad” en el Consejo Europeo. Y el sexto habla de “cooperación estructural permanente”, una opción donde podría tener cabida el futuro Ejército europeo, pues ese instrumento ya funciona como mecanismo de estrecha colaboración en áreas como la fabricación de armamento o la formación militar, entre otras.
La división, un escollo
Como no habrá unanimidad entre los socios europeos, eso es más que evidente, Borrell cree que “tarde o temprano un grupo de países decidirá seguir adelante solos. Los gobiernos que lo quieran no aceptarán que los detengan”. La pregunta que surge es inmediata: ¿Qué grupo de países son esos a los que se refiere? ¿Acaso los dos grandes, es decir: Alemania y Francia? ¿Los nórdicos? ¿Los mediterráneos? La Unión está demasiado dividida. Y no sólo en este aspecto.
La idea del Ejército europeo necesita una buena dotación presupuestaria, pero, sobre todo, mucha voluntad política para que se haga realidad. Y nada de eso pasa ahora por la cabeza de las autoridades de Berlín, demasiado ocupadas en la recta final de la campaña para las elecciones parlamentarias, muy importantes pues implican el relevo de la canciller Angela Merkel.
En París sí que están interesados en desarrollar esa “autonomía estratégica” de la que habla Borrell. A los franceses no les gusta nada el paraguas del Pentágono ni tampoco sienten mucha simpatía por el de la Alianza Atlántica. De hecho, abandonaron unilateralmente las estructuras militares integradas de la OTAN en 1966 –en plena Presidencia del general Charles de Gaulle– y regresó a ellas en 2009, pero con condiciones:
1. Libertad de participación en las operaciones de la Alianza.
2. Independencia nuclear.
3. Ninguna fuerza francesa estará bajo mando de la OTAN en tiempo de paz.
La diplomacia gala recuerda que Francia es un “aliado solidario pero autónomo” de la organización atlantista.
Muchos poquitos
La cuestión fundamental es que la configuración de una brigada europea de intervención rápida implica una fuerte inversión, muy complicada en estos tiempos de crisis. Los franceses necesitan el apoyo de otros Estados miembros de la UE con suficientes capacidades militares para que el proyecto sea viable y sostenible. España es una nación más europeísta que atlantista que podría aceptar que el modelo exitoso y exportable de la Unidad Militar de Emergencias (UME) española fuera el embrión de una futura estructura europea mucho más amplia.
En cualquier caso, la actitud de desprecio de la Casa Blanca hacia la UE, dejándola ostensiblemente de lado en sus últimos planes estratégicos militares con respecto a China, no solo demuestra la irrelevancia supina en materia de defensa que ya tiene la vetusta organización europea, sino que también propicia que Francia –muy irritada por lo que califica de “puñalada trapera”– encabece ese “grupo de países” por despecho o por razones más profundas. El flagrante ninguneo de EEUU puede reactivar el sueño de un ejército europeo.
Francia está muy irritada, porque perdió un jugoso contrato con Australia para construir 12 submarinos convencionales, tras enterarse por la prensa de una alianza entre EEUU, Reino Unidos (que ya está fuera de la UE) y Australia. Los australianos prefirieron los al menos ocho modelos nucleares que les ofrece el presidente norteamericano, Joe Biden, para defender sus intereses en el océano Pacífico, el espacio físico donde este siglo se librará la rivalidad entre Estados Unidos y China.
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