Los sentimientos estaban a flor de piel en el estadio Commonwealth y en un recinto cercano más pequeño, donde unas 50.000 personas se reunieron para la primera homilía mayor de Francisco en Canadá. Los asistentes lo aclamaron cuando llegó en el papamóvil y recorrió la pista, deteniéndose de vez en cuando para besar bebés al ritmo de los tambores indígenas.
Phil Fontaine, antiguo jefe de la Asamblea de las Primeras Naciones y víctima de un internado, exhortó a la multitud a perdonar en un discurso pronunciado antes de la llegada de Francisco: “Nunca lograremos la sanación y la reconciliación sin el perdón”, declaró. “Nunca olvidaremos, pero debemos perdonar”.
En tanto, Murray Sinclair, presidente de la Comisión de la Verdad y la Reconciliación de Canadá para las Primeras Naciones, criticó las disculpas de Francisco, al afirmar el martes que no fueron suficientes para reconocer el papel del propio papado en la justificación de la expansión colonial europea y el apoyo de la jerarquía a la política de integración de Canadá.
Durante la misa, Francisco no abundó en la disculpa ni en la tensa historia de la Iglesia en Canadá. Debido a problemas en la rodilla, el pontífice de 85 años ofició la ceremonia sentado detrás del altar. La misa coincidió con la Fiesta de Santa Ana, la abuela de Jesús y una figura de particular veneración para los católicos canadienses.
En su homilía, Francisco instó a los jóvenes a apreciar la sabiduría y la experiencia de sus abuelos como parte fundamental de su propio ser, y a atesorar esas lecciones para construir un futuro mejor.
“Gracias a nuestros abuelos recibimos una caricia de parte de la historia que nos precedió: Aprendimos que la bondad, la ternura y la sabiduría son raíces firmes de la humanidad”, afirmó. “Somos hijos porque somos nietos”.
Francisco ha elogiado desde hace mucho tiempo el papel de las abuelas en la transmisión de la fe a las generaciones más jóvenes, citando su propia experiencia con su abuela, Rosa, mientras crecía en Buenos Aires. Durante varios meses, Francisco ha impartido lecciones de catecismo semanales sobre la necesidad de atesorar la sabiduría de los abuelos y no descartarlos como si fueran parte de la “cultura del derroche” actual.
El mensaje de Francisco tiene una resonancia aún mayor en Canadá, donde se respeta mucho a los ancianos indígenas y por el hecho de que las familias indígenas fueron destrozadas por la política gubernamental de integración forzada de los pueblos nativos avalada por la Iglesia.
Más de 150.000 niños indígenas de Canadá fueron sacados de sus hogares y obligados a asistir a escuelas cristianas financiadas por el gobierno desde el siglo XIX hasta la década de 1970, con el fin de aislarlos de la influencia de sus familias y su cultura. El objetivo era cristianizarlos e integrarlos a una sociedad que los gobiernos canadienses consideraban superior.
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