No está de moda ser rebelde en el periodo del “fin de las ideologías”. En una época de obsolescencia programada, comida instantánea y relaciones personales de un día, no es muy común ni bien visto sacrificarlo todo por un ideal, por más puro que este sea.
La historia alecciona, pero también aterra: los mejores sueños se convierten en las pesadillas más grotescas cuando los intereses personales se combinan con los excesos en nombre de un Dios, de una revolución, de un ente amorfo denominado “pueblo” o de una retahíla variopinta de causas.
No es fácil superar los tragos amargos, más cuando la mezcla es de sangre y desengaño. Y sin embargo, los sueños siguen moviendo al mundo, siguen despertando conciencias y siguen siendo el punto de quiebre para millones de personas.
En este raro cambalache al más puro estilo Discepoliano es donde entra una de las conmemoraciones más polémicas para los poderes fácticos y formales de ambos extremos del espectro ideológico. Sublime para una izquierda cada vez más desdibujada y abominable para una derecha cada vez más siniestra: el Día del Guerrillero Heróico, aniversario de la captura y posterior asesinato de Ernesto “Ché” Guevara en Bolivia, tierra a la que llegó con el ímpetu de hacer la revolución y la que de forma indiferente lo vió morir al día siguiente.
Se han escrito decenas de libros, estudios y análisis al respecto y no es mi deseo hacer una disquisición histórica en este momento, para lo cual además me declaro del todo incompetente. Tan solo quiero evocar un recuerdo que significó una inflexión histórica donde el mundo se enfrascó en un estira y afloja ideológico que no cedió hasta la década de los noventas.
Un mítico rebelde argentino que venía de vencer en una guerra en Cuba que contra todo pronóstico se ganó, estaba tratando de exportar, al menos desde su propio paradigma, una alternativa más humana y justiciera a un capitalismo salvaje y depredador.
Abundan opiniones al respecto: el Ché va desde santo a demonio, de asesino a quimera, de forjador del futuro a aniquilador de un presente. Médico de profesión, economista improvisado, elector confeso de una mochila con municiones en lugar de una con medicamentos y predicador de la revolución con las armas y las conciencias cuyo fin último era la construcción del hombre nuevo, ha sido motivo de una apasionada discusión entre 3 generaciones que lo han denostado a la par de ensalzado, con poco sentido crítico en ambas direcciones.
Personalidad polémica como pocas, hoy es mi intención recordar al rebelde que encabezó la utopía de una generación de jóvenes que por primera vez en mucho tiempo tomaron la palabra, aún cuando no supieron que hacer con ella.
Parafraseando a Ismael Serrano, a partir de ese 8 de octubre de 1967 nadie más se atrevió a tomar el fusil del Ché. Y sin embargo tiene que llover, porque aún está sucia la plaza y la deuda social aumenta y se ahonda en los estertores de una época plagada de indiferencia.
Alea, iacta est!
Marcos Delgado Ríos
Ingeniero Químico y Licenciado en Educación, con Maestría y Doctorado en Ingeniería Ambiental.
Catedrático universitario y empresario emprendedor en productos con valor científico agregado. Analista político y Rector de la Academia Superior de Estudios Masónicos (ASEM) de la Gran Logia “Cosmos” del Estado de Chihuahua. Líder del Comité de Participación Política “Salvador Allende”.
*La suerte está echada
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