Bajo esa premisa expertos han revisado el comportamiento y los rituales acerca de los “miedos” en torno a la muerte que se han profundizado desde el siglo XX y que han llevado a la sociedad actual a esconderla con el fin de no afrontarla.
La médica británica Kathryn Manis, experta en cuidados de pacientes terminales y autora del libro ‘With the End in Mind: Dying, Death, and Wisdom in an Age of Denial’, (‘Con la muerte en mente: morir, muerte y sabiduría en la era de la negación’) sostiene que tanto “morir como nacer es sencillamente un proceso”, que debe abordarse a diario para perderle el miedo y “ver la muerte de forma normal” ya que -en su opinión- “morir no es tan malo como uno esperaría”.
El tema cobra vigencia este miércoles 2 de noviembre, cuando se conmemora en los países iberoamericanos y europeos de tradición judeocristiana el Día de los Muertos, seguido por el santoral de la Iglesia Católica del Día de Todos los Santos. Explicar cómo se conmemora a los muertos en países con tradiciones tan arraigadas como México y otras naciones latinoamericanas ocupa titulares por estos días.
No se suele profundizar, sin embargo, en el proceso que nos conduce a la condición de difuntos debido al “temor” que para nosotros parece natural e intrínseco a la muerte. Pero esa percepción no es tan antigua, como expone el estudio ‘Morir con propiedad en el siglo XXI’, realizado por los investigadores Beatriz Ogando y César García, del Centro de Salud Casa de Campo, en Madrid, España.
Estos expertos explican que en los últimos 100 años el abordaje de la muerte ha tenido un cambio gradual hasta verla como algo “vergonzoso” que hay que esconder, lo que explica la perspectiva de llevarla en solitario.
“La muerte se convierte en un acontecimiento casi clandestino, vergonzoso, inoportuno, por lo que será excluida, concebible sólo en soledad y no como el acontecimiento social y público de antaño. El agonizante es una carga molesta que hay que ocultar o cuanto menos maquillar para que no nos imponga la imagen de la muerte”, sostienen Ogando y García.
Esto se contrapone a lo experimentado por nuestros ancestros con algunas variaciones notables desde la Edad Media hasta el siglo XIX, con el común denominador de que “la muerte era una ceremonia pública y organizada, presidida por el moribundo que controlaba el protocolo. En la habitación del moribundo, la gente entraba libremente; los padres, amigos, vecinos están presentes, así como los niños”, indica el estudio.
En la actualidad se aborda desde la perspectiva de un hecho exterior “de los otros”, y donde lo más importante es la ausencia en ese hecho del sujeto que la contempla, una especie de “suerte de no estar ahí”, de acuerdo al estudio ‘Morir con propiedad en el siglo XXI’, lo que impide “reflexionar de forma crítica” sobre la propia muerte.
El profesor de la Universidad Estatal de Ohio, Keith Anderson, dirigió un estudio en 2011 titulado ‘Jardines de piedra: buscando evidencias de secularización y aceptación de la muerte en inscripciones de tumbas de 1900-2009′ para comprobar a través de las lecturas en las lápidas cómo fue decayendo la aceptación de la muerte.
“La muerte se ha medicalizado y marginado cada vez más, de manera que la sociedad ha dejado de aceptar la finitud de la vida”, para desaparecerla de la vida pública, según concluyó esta investigación.
Empujan para devolver la muerte a la vida
Expertos de diferentes disciplinas, tanto médicas como humanísticas, han comenzado a coincidir en la importancia de devolverle la vida a la muerte, lo que contribuirá a minimizar la angustia y soledad del moribundo, y también para afrontar mejor los duelos y otros procesos que conllevan las pérdidas de seres queridos.
Los investigadores indican que cuanto menos se la acepta y procesa como natural, peor se llevan las pérdidas. Las consecuencias posteriores para los sobrevivientes son otra arista de las investigaciones.
La autora Kathryn Manis, cree que en el fondo de la discusión subyace la “pérdida de la inmensa sabiduría humana” para afrontar el final, por lo que cree que “es hora de volver a hablar de la muerte y recuperar esa sabiduría” ancestral.
“Hemos dejado de hablar sobre la muerte”, dice Manis. También señala que hasta se excluye en lo posible el verbo morir y se sustituye por frases como “seriamente enfermo” para esconder el hecho ineludible.
Creando conciencia sobre la muerte
Los experimentos para crear conciencia de la propia muerte son variados y hasta pueden resultar divertidos, si alguien se lo toma medio en serio y medio en broma y lo plantea desde la buena salud y con conciencia de cómo podría ser un “buen final”.
Los terapeutas han diseñado diferentes métodos para ir perdiendo el miedo a la muerte. Uno de ellos sugiere plantear “una última cena”, que consiste en pensar lo que quisiéramos hacer y decir en caso de que no despertemos después de esa noche.
Otras apuntan a hacer comparativas con fotografías de adultos mayores y niños en las diferentes generaciones de la familia “para asumir con naturalidad” las línea temporal de cada individuo del clan.
Los expertos indican que también deberíamos recurrir a la sabiduría ancestral con cosmovisiones distintas como los pueblos precolombinos, tal es el caso de parte del abordaje del mundo de los muertos en México, según expone Andrés Medina, experto del Instituto de Investigaciones Antropológicas de la Universidad Autónoma de México (UNAM).
Medina sostiene que el sentido de la muerte en la conciencia colectiva mexicana tiene sus raíces en la cosmovisión de los pueblos de Mesoamérica.
“En la mitología, el maíz es enterrado y al sembrarlo, ese personaje que es el maíz lleva una vida subterránea durante un periodo para luego reaparecer como planta (…) esto está muy bien expresado en el Popol Vuh, donde dos hermanos se van al Inframundo y narran sus aventuras para luego reaparecer en la forma de caña de maíz”, dijo Medina, aludiendo al libro sagrado del mundo Maya.
Y los expertos en otras ciencias como la psicología también apuntan a que la persona que toma conciencia del final de su existencia puede incluso “vivir a plenitud cada momento del presente” porque está conciente del ahora.
Los puntos éticos
Desde otras perspectivas como los que trabajan con pesonas que están en proceso de morir, los avances ya son notorios. El profesor de Bioética y Teología Moral de la Universidad Pontificia de Madrid, Javier de la Torre Díaz, dice que “el final de la vida puede ser un tiempo de profunda humanidad”, pero lleva trabajo individual.
La clave, según el educador, es afrontar “el diálogo” como primer paso y “saber despedirse”, pero previamente hay partes por resolver, entre ellas “afrontar” el hecho.
En nuestros días –agrega- no hay recetas prefabricadas porque las sociedades son tan diversas como complejas.
“[Existen] diversas actitudes y vivencias de lo religioso y lo espiritual en unas sociedades muy secularizadas. Unos mueren sin apenas referencias trascendentes y sin espiritualidad, otros en una espiritualidad inmanente. Bastante son creyentes sin iglesia, sin comunidad, sin ninguna pertenencia; pero también paradójicamente hay cada vez más que pertenecen y tienen referencias religiosas por identificación cultural pero no tienen fe”, explica Javier de la Torre Díaz para dimensionar la situación.
Si se ha “concordado” –dice- en puntos sobre “humanizar el morir desde un punto de vista ético”, donde muchas personas toman decisiones en vida por si acaso pierden el control de sus facultades y de toma de decisiones ante una condición que les impida decidir su propio final, lo que empuja a otras líneas de debate que cada vez están avanzando.
En hospitales de la mayoría de los países desarrollados también ya están vigentes protocolos que tratan de ayudar a los pacientes “a morir con el mínimo sufrimiento físico, psíquico o espiritual y morir bien informado si lo desea”, como lo describe por ejemplo el protocolo del Comité de Asistencia Sanitaria del Hospital de La Princesa, en Madrid. También comtempla la opción de “morir en casa” si lo desea.
El abordaje de la muerte también tiene distintas concepciones en los diferentes pueblos del mundo, según la tradición cultural, las costumbres propias y las comunidades que han desarrollado lazos de convivencia que incluyen lidiar con la muerte durante la vida.
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