Esta mañana, he amanecido inspirado, por lo que, en lugar de algún sesudo análisis político -prescindible, por cierto- les voy a poner a su distinguida consideración, amable lector(a), un cuento que la musa correspondiente me ha dictado. Lo titularé La Princesa Infeliz.
Hace no mucho tiempo, en el reino no muy lejano de Chihuahua, hubo una princesa. Esta princesa era muy feliz porque sus súbditos también lo eran. Por lo menos es lo que sus ministros, parientes y socios le hacían creer.
Ella siempre vestía a la moda, y desde luego, a gran costo; todo por sus súbditos. Igualmente gustaba de ir a lejanas tierras, porque estaba convencida de que eso es lo que sus gobernados esperaban de su amada reina. Ella podía pagar por sí misma esos costosos viajes, pero eso hubiera sido una gran falta de respeto para la gente que tanto la quería.
Su reino era muy extenso, pero estaba casi deshabitado. Los habitantes del mismo solo vivían en 5 grandes ciudades, por lo que la princesa feliz, no necesitaba visitar aquellas regiones lejanas y escabrosas, por lo menos es lo que sus muy sabios consejeros le decían al oído, y quien era ella para no hacer caso a su sabiduría. Con visitar y dejarse ver en esas 5 grandes y maravillosas ciudades era más que suficiente.
Un día, uno de sus principales y mas queridos ministros le dijo lo siguiente, “Amada princesa, todo tu pueblo te quiere, y seguramente estarían muy contentos de que en el centro del reino se colocara una estatua tuya, para que todos tus súbditos la vean y te rindan pleitesía”. La princesa, sabiendo que era muy cierto lo que su ministro sugería, de inmediato ordenó su construcción.
La estatua se puso en lo alto de un hermoso pedestal de mármol, traído especialmente de Italia. El mismo material fue utilizado para la elaboración de la propia estatua, la cual fue enjaezada con joyas y piedras preciosas de gran valor, o al menos eso fue lo que se informó.
Para financiar su construcción, hubo de solicitarse un empréstito de corto plazo, y ordenar un replaqueo a todos los vehículos del reino. La princesa feliz, no tuvo ningún empacho en ordenar estas medidas dado que era de todos conocido que sus súbditos la amaban y estaría dispuestos a hacer cualquier sacrificio por ella.
Finalmente se programó un gran evento para la develación de este precioso y muy querido monumento. Sin que la querida princesa interviniera, el evento de develación de la estatua fue comentado ampliamente en muchos otros reinos, “será un evento de primer nivel” decían los jilguerillos de esos otros reinos lejanos. “Los habitantes del reino de chihuahua deben sentirse muy orgullosos de tener una princesa que promueve este tipo de eventos”, dijeron.
Pero he aquí que, de manera súbita, la querida princesa falleció. No se supo si su deceso se debió a una extraña gripa contraída en el lejano reino de Washington, a un mal deseo adquirido en la lejana España, o al agua que bebió de manera imprudente un día que se alejó, por accidente, de las 5 grandes ciudades de las que regularmente no salía. El caso es que, el doctor de la corte hubo de pronunciar las palabras de rigor establecidas por el protocolo cortesano: “La princesa, ya valió madre”.
Hasta ahí hubiera quedado esta historia, si no es por la intervención mágica del Gran Arquitecto Del Universo que hizo que la princesa recobrara la conciencia en la estatua que ahora se enseñoreaba en el centro del reino, y desde donde la antes feliz princesa, podía ver por si misma hasta el último confín de su reino, las tierras deshabitadas, inclusive.
Ocurrió que, por ese tiempo, una golondrina emigraba hacia el sur, dado que el invierno se presentaría dentro de poco. Cansada de su largo viaje, se posó al pie de la estatua para pasar la noche. No bien se había acurrucado, cuando se dio cuenta que la estatua estaba llorando. “Quién eres” preguntó intrigada. “Soy la Princesa Feliz” contestó la estatua.
“¿Si eres feliz, porque lloras de ese modo?” preguntó la golondrina. “Cuando estaba yo viva y tenía un corazón de mujer -repitió la estatua-, no sabía lo que eran las lágrimas porque vivía en el Palacio de la Despreocupación, en el que no se permite la entrada al dolor. Durante el día jugaba con mis compañeros en el jardín y por la noche bailaba en el gran salón”.
“Alrededor del jardín se alzaba una muralla altísima, pero nunca me preocupó lo que había detrás de ella, pues todo cuanto me rodeaba era hermosísimo. Mis cortesanos me llamaban la Princesa Feliz y, realmente, era yo feliz, si es que el placer es la felicidad. Así viví y así morí y ahora que estoy muerta me han elevado tanto, que puedo ver todas las fealdades y todas las miserias de mi Estado, y aunque mi corazón sea de plomo, no me queda más recurso que llorar”.
“Ahora puedo ver, que mis ministros, mis asesores y mis socios me engañaron. Era falso que no hubiera gente en lo que ellos llaman las tierras deshabitadas. Ahí vive gente humilde a la que yo hubiera podido ayudar si me hubiera acercado al menos alguna vez. Igualmente me he dado cuenta, que los viajes que realicé, eran innecesarios, lo mismo se hubiera conseguido sin necesidad de hacer ese derroche de recursos”.
“Y, por último, me he dado cuenta que con los 34 millones de pesos utilizados para la construcción de esta estatua, se hubieran podido realizar muchas buenas obras a lo largo de todo el reino. Inclusive, me he podido dar cuenta, que lo jilguerillos de lejanos reinos en realidad no me felicitaban por esta obra, sino porque se les pagó, y muy bien, para que así lo hicieran, ¡hay de mí!”.
“Ayúdame a resarcir el daño, quita de mi las piedras preciosas y las hojas de oro que cubren mi cuerpo y llévalas a la gente que mas lo necesita, ¡te lo ruego!” suplicó la princesa. La golondrina, que conocía muy bien la historia de derroches y vanidades de la princesa simplemente se encogió de hombros y le respondió, “yo no tendría ningún problema en ayudarte, pero la verdad es que no estas forrada de oro, sino de oropel, y las piedras preciosas no son tales, son simples baratijas, y no te hagas la que no lo sabías, porque es muy conocida tu codicia y sed de poder”.
Diciendo lo anterior, la golondrina levantó el vuelo y buscó otro lugar donde descansar antes de seguir su camino. La estatua quedó en medio del reino oxidándose rápidamente, porque no era de metal precioso. Una vez que pasaron las siguientes elecciones, fue retirada y vendida como fierro viejo. Y colorín colorado, este cuento se ha acabado.
Pido perdón a don Oscar por el plagio de algunas líneas, y que quede claro, cualquier semejanza de esta historia con nuestro acontecer actual, NO es mera coincidencia.
Es cuánto.
José Antonio Blanco
Ingeniero Electromecánico. Juarense egresado del ITCJ con estudios de maestría en Ingeniería Administrativa por la misma institución y diplomado en Desarrollo Organizacional por el ITESM. Labora desde 1988 en la industria maquiladora. Militó en el PRD de 1989 al 2001.
En la actualidad, un ciudadano comprometido con las causas progresistas de nuestro tiempo, sin militancia activa.
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