El pasado nueve de febrero, el régimen nicaragüense de Daniel Ortega y Rosario Murillo excarceló y expulsó del país a doscientos veintidós presos políticos de ese país, en la lista estaba incluido monseñor Rolando Álvarez, obispo católico hasta entonces en arresto domiciliario, quien se negó a subir al avión que los llevaría al exilio en los Estados Unidos, su decisión motivó la acción vengativa del gobierno nicaragüense que lo trasladó a una cárcel de máxima seguridad conocida como La Modelo, así como el reproche público de Ortega: “Está desquiciado, pero bueno, eso ya lo deberán determinar las autoridades judiciales y las autoridades médicas que tendrán también que atenderlo, porque ahora que llegó a la Modelo, llegó quien era un energúmeno“.
El rechazo por parte de monseñor Álvarez al exilio obligado significa una derrota política y moral para la cada vez más develada dictadura familiar de aquella nación centroamericana, pues da al traste con el cálculo del gobierno que apostaba por salir gradualmente del aislamiento internacional que en parte mantiene a Nicaragua como uno de los países mas pobres del continente, aislamiento precedido por la represión oficialista del 2018 que cobró la vida de por lo menos trescientas personas y el desplazamiento forzado de cientos de miles de nicaragüenses y que atrajo sanciones económicas de la órbita norteamericana. Ante la creciente presión, la pareja Ortega -Murillo posiblemente creyó conveniente, como mal menor, desterrar a la oposición más significativa e iniciar ciertas concesiones a los intereses norteamericanos, en aras de hacer su estadía en el poder más cómoda.
Para enfado de los Ortega- Murillo, el obispo Álvarez sentenció al optar entre resistir en Nicaragua o en Estados Unidos: “Que sean libres, yo pago la condena de ellos”. No será la primera vez que este sacerdote pise la cárcel, siendo muy joven llego a estar detenido en los años de la guerra civil por negarse al servicio militar obligatorio de los sandinistas. En el absurdo que solo la concentración ominosa del poder permite, todos los excarcelados fueron despojados de su nacionalidad, también monseñor Álvarez, a quien además el Estado nicaragüense ya condenó, en una caricatura de juicio, a veintiséis años de prisión, otros sacerdotes fueron condenados a diez años de prisión.
Luego de perder en las elecciones de 1990 el poder obtenido por las armas, Daniel Ortega se agazapa, sortea las dificultades en su movimiento político y se presenta en otras dos elecciones presidenciales que pierde, cobra relevancia su esposa Rosario Murillo, practicante y promotora del esoterismo y simbologías extrañas; los Ortega-Murillo adecuan su discurso por uno cercano a la religión, a los empresarios, en una supuesta reconciliación nacional y luego de algunos cambios en los procedimientos electorales, Ortega vuelve al poder como presidente en 2007 para no dejar se le escape de nuevo; utilizando como en el 2018, tanto a las fuerzas oficiales como a paramilitares para intimidar, reprimir y arrestar a opositores. Hoy Rosario Murillo es la vicepresidenta de Nicaragua, algunos de sus hijos ocupan cargos importantes en el gobierno y los excesos y corrupción han marcado la vida pública de la familia a pesar del cuidado en sus movimientos, para muchos, Rosario (descendiente directa del héroe nacional César Sandino) ha logrado el control del poder real.
Pero la acción de monseñor Rolando Álvarez viene a desnudar algo que causa estupor al gobierno nicaragüense: que el gobierno del movimiento político de la revolución sandinista terminó convirtiéndose fundamentalmente en lo mismo que defenestró, en una dictadura familiar que usufructúa al país como propiedad privada, como la de los Somoza, algo que lamentan otros sandinistas ahora también perseguidos por Ortega-Murillo.
Por el contrario, el obispo Álvarez hasta ahora ha demostrado ser hombre de una sola pieza, coherente a sus principios, cercano a su feligresía y conocedor de las estrategias engatusadoras de ambiciosos de poder como los dueños del ahora devaluado sandinismo; en eso se explica su porte contestatario y estratégico. No sería para menos pues el gobierno nicaragüense opera una abierta persecución contra la iglesia católica con al menos doscientas cincuenta agresiones directas documentadas en los últimos cuatro años como violencia física a sacerdotes y fieles, amenazas, ataques armados, profanaciones de templos, acusaciones penales, expulsión de religiosas y cierre de medios católicos, todo a raíz de no ser comparsa burda del régimen.
El Papa Francisco ha manifestado tristeza y preocupación por su obispo, posición para muchos de extrema prudencia teniendo en cuenta la frontal hostilidad del régimen hacia la iglesia católica en los últimos años, pero entendible sabiendo la capacidad de mayor daño que el gobierno puede causar, aún así, su mensaje pesa como una condena implícita al régimen. Políticamente, los Estados Unidos y sus aliados europeos tendrían que continuar en la exigencia de liberar a Álvarez antes de hacer concesiones a la dictadura y es probable un cierre de filas por lo menos entre los obispos católicos de la región. Algunos líderes de izquierda latinoamericanos como Gustavo Petro y Gabriel Boric han empezado a desmarcarse de Ortega-Murillo, mientras los gobiernos cubano y venezolano guardan silencio sobre el tema, todo esto sin duda representa una derrota política y moral para la dictadura nicaragüense, aunque lejos de ser definitiva.
“Dichosos los perseguidos por causa de la justicia, porque el reino de los cielos les pertenece” (Mateo 5:10)
Moisés Hernández Félix
Lic. en Administración Pública y Ciencia Política, candidato a Maestro en Administración en curso. Ha sido funcionario público federal y docente en nivel media básica y medio superior. Se especializa en gobernanza educativa y políticas públicas.
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