El cada vez más amplio mercado de consumidores de drogas ilegales no es estático y responde a nuevos contextos que tienen en la desesperanza humana una de sus principales características. Las drogas químicas como el fentanilo, fuera de control y monetizadas en el mercado ilegal equivalen a ser armas químicas detonadas por medios diferentes a los usados en las guerras tradicionales pero que de igual forma cobran miles de vidas civiles, debilita tremendamente las estructuras sociales y la productividad de las naciones donde se diseminan; poniendo en jaque sus sistemas sanitarios, de seguridad y de justicia.
Estados Unidos de América representa el mayor ejemplo de nación cada vez más debilitada desde su interior por drogas químicas que escaparon del control médico como el fentanilo (su uso médico es de gran apoyo para enfermos que sufren dolores insoportables), padeciendo una epidemia de opioides que en cifras conservadoras se habla de cien mil muertes por sobredosis en los últimos tres años, un promedio de al menos ciento cincuenta muertes diarias por esta sustancia.
El desastre tiene su verificativo en las grandes ciudades del país de las barras y las estrellas, donde la destrucción salta a la vista: masas de adictos convertidos en indigentes, prostitución por drogas, zonas de asentamientos zombies, vidas destruidas sin distingo de razas. La adicción afecta a personas habitantes de barrios marginados, pero también a individuos que de una vida ordinaria o acomodada se adentraron a un mundo de difícil escapatoria.
Lo anterior hace pensar en una droga comodín, que, a diferencia de la cocaína, con un nicho tradicional en las clases medias y altas, o el crack y cristal tan diseminado en las clases marginadas; el fentanilo tiene grandes ventajas de mercado al poder mezclarse con todas las demás drogas (incluso la marihuana), potenciando sus efectos, su capacidad adictiva y sus letales consecuencias.
Esta droga que comenzó a mezclarse con la heroína y dadas sus propiedades (es cien veces más fuerte que la morfina), provoca en los consumidores un singular subidón que hace necesario para la persona buscar repetir la experiencia, algo que jamás se vuelve a sentir en la misma intensidad, provocando una inmediata adicción y rápida autodestrucción.
El mercado de consumidores estadounidense es tal, que para las redes internas de distribución de este narcótico no importa la cantidad de muertes que se generan, no se merman sus ganancias al haber suficientes clientes que se pueden incrementar al mezclar esta sustancia en las drogas tradicionales.
El negocio es redituable, pues se calcula que un kilo de fentanilo en China cuesta aproximadamente cinco mil dólares, en los Estados Unidos valdría veinte millones de dólares. El comercio de los opioides no es nuevo, recordemos las guerras del opio del siglo XIX, donde la China imperial se conflictuó con el imperio británico debido a que estos últimos comenzaron a inundar a China de este narcótico como estrategia de dominación económica.
El problema es transnacional, indudablemente el tráfico de fentanilo está relacionado con China, país que cooperará en contener los envíos del químico o precursores solo en medida de su conveniencia geopolítica; además otros países como India cuentan con la capacidad de suplir en buena medida el suministro de las sustancias.
Más allá de estar envenenando a una potencia rival, pareciera que el gobierno chino solo se cruza de brazos ante un problema que ellos ya enfrentaron con los ingleses y del que lograron salir gracias a amplias campañas de rehabilitación en la época de Mao y a la mano dura comunista; el problema actual tiene raíces eminentemente internas de la nación norteamericana relacionados a una crisis social profunda.
Además, el papel de las grandes compañías farmacéuticas occidentales ha sido medular en la explosión de adicciones a opioides al fomentar el uso indiscriminado de analgésicos que luego los pacientes se ven impedidos de pagar por su fórmula original, optando estos por el mercado ilegal.
El problema para Latinoamérica radica en que como en los demás booms de drogas, primero con la cocaína, heroína, metanfetaminas, etc. Cuando la epidemia de salud por drogas comienza a salirse de control y amenaza con desequilibrar la economía estadounidense o se pueda utilizar el tema económica y políticamente, las agencias de seguridad norteamericanas comienzan a utilizar sus dientes y a explotar la información de las redes delincuenciales externas que administran y combaten según el ciclo económico y político.
La presión de los Estados Unidos a los países de tránsito latinoamericanos y la creciente presencia china en la región implica el grave riesgo o la fuerte motivación para convertirse en mercados de drogas químicas, con la terrible estela no solo de la crisis de salud que conlleva el consumo de este tipo de venenos, sino en la destrucción de las estructuras comunitarias y en la posible claudicación de las instituciones políticas a través del caudal de ganancias ilícitas y de poner en crisis la gobernabilidad con la creación de organizaciones paramilitares.
El desafío en el caso particular de México es complicado, al ser un país clave en el acceso al mayor mercado de drogas, la creciente exigencia de la opinión pública estadounidense por contener el desastre del fentanilo y los tiempos políticos obligarán al gobierno norteamericano a actuar en consecuencia, presionando a otros países como México.
Será fundamental la prevención de adicciones, pero también el fortalecimiento de los aparatos de seguridad y justicia que puedan contener la distribución local de esta sustancia, pues a diferencia de los Estados Unidos, en países como México el comercio de este tipo de opioides desequilibra los frágiles hilos de la economía criminal y centra la atención de las agencias norteamericanas en intereses establecidos. Agregando la previsible insuficiencia del sistema de salud mexicano ante una epidemia de este tipo.
“Y no nos dejes caer en tentación,
sino líbranos del maligno.”
(Mateo 6:13)
Moisés Hernández Félix
Lic. en Administración Pública y Ciencia Política, candidato a Maestro en Administración en curso. Ha sido funcionario público federal y docente en nivel media básica y medio superior. Se especializa en gobernanza educativa y políticas públicas.
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