¿Qué tan decente es usted?
En uno de nuestros talleres de empoderamiento para mujeres hablamos del autoconcepto y la autoestima como parte la construcción del autoconocimiento; se realiza un ejercicio en donde cada uno coloca el punto de la balanza de las acciones de su vida entre dos puntos contrarios: extrovertido-introvertido, trabajador- flojo, motivador-apático y mi preferido “decente o indecente “.
Esta valoración personal me parece sumamente importante e interesante, cuando hacemos esta pregunta de manera de directa y sin preámbulos muchas y muchos no sabemos que contestar, aunque por supuesto la mayoría de los entrevistados no tengan la menor idea duda de su decencia pues no cuentan con alguna acusación civil o penal en su contra, la mayoría se quedan pasmados y sus ojos se dilatan; luego responden diciendo: “si soy decente, o… tal vez no, bueno quizás en algunas ocasiones”.
Particularmente esta clasificación me llena el alma desde que leí por primera vez el libro El Hombre en busca de sentido de Viktor Frankl. Desde siempre tuve la creencia de que solo había dos tipos de personas en el mundo los buenos y los malos, los polis y los ratas, los protagonistas y los villanos , los santos y los pecadores.
Los estudios de psiquiatría realizados por el Dr. Frankl como prisionero de los campos de concentración y la aplicación de estos momentos sufrimiento a nuestra vida diaria y común, me parecen extraordinariamente valiosos.
De lo más significativo que nos enseña es que no hay hombres y mujeres de un mismo tipo en el mismo grupo, es decir, podemos encontrar personas sumamente decentes en conjuntos que quizás desde mi óptica moral o ética representan todo lo contrario y que habrá personas totalmente indecentes en agrupaciones dedicadas al amor y la humanidad.
No podemos juzgar a alguien únicamente por el grupo político al que pertenece, el lugar donde trabaja, los amigos con los que se junta, las parejas que tuvo o tiene, no podemos juzgar ni siquiera por los valores que dice profesar, porque pueden ser falsos, pero lo más importante, porque no es nuestro papel juzgar.
Esta premisa es tan sencilla de entender y tan complicada aterrizar a nuestras acciones, pensamientos y palabras de todos los días, pareciera que nos sentidos con la capacidad de calificar a todos aquellos que a simple vista y muchas veces sin fundamentos consideramos indecentes.
Se nos olvida facialmente como bien lo decía el mismo Dr. Frankl que ningún hombre debe jugar a otro a menos que se pregunte con absoluta honestidad si en una situación similar -el no habría hecho lo mismo-.
Hoy vemos con que simplismo y sin el menor recato los pillos critican las pillerías, los corruptos las corruptelas , es más, lo más divertido que he visto es departir con severidad a los infieles ¿ por quien cree? Por los mismos infieles.
Y es que los dichos de mi abuelo no están lejos de los estudios de logoterapia del Dr. Frankl, cuando decía que “vemos la paga en el ojo ajeno y no la viga en el nuestro”. El papel social que más nos hemos creído es del juzgador, y el que menos ejercemos es de protagonista, el del actor que actúa con bondad y con sus acciones la encuentra en otros sin importar el grupo en que se encuentre.
Cierto día me preguntaron, cual era mi punto de vista acerca del proceso legal y las acusaciones de un conocido exgobernador de nuestro estado. En aquel momento mi función profesional y política era la de legislar, en cierta forma me sentí agredida, ¿que tenia de importancia para los ciudadanos mi punto de vista, acaso era yo la juez del asunto, era yo un testigo importante en las acusaciones con la calidad ética de juzgar y emitir una opinión, para qué servía eso?
Nunca le encontrado sentido a este tipo de preguntas… yo quería hablar de mis propuestas, de las acciones que me correspondían hacer y no deseaba perder del tiempo juzgando al que en su momento sigue su condena.
Eliminar estas distinciones también nos permite reconocer que una misma persona no es siempre de la misma forma, que el ser humano tiene la libertad de elegir a su voluntad sus acciones mientras esté vivo, mientras tanto entre estos los dos caballos de los que hablaba Platón y que dirigen nuestro carruaje; el caballo negro que representan el daño, lo malo y lo escuro y el caballo blanco que simboliza optar por el respeto y la armonía de nuestro contexto.
Asi es la majestuosidad de la libertad de la voluntad humana, de todas las personas con las que convivimos a diario, cada una con su lucha interna de ser decente o indecente con sus propias condiciones, limitantes y miedos, y también de aquellas que sin conocer y sin un objeto de trascendencia o relevancia en nuestras vidas o en la vida publica nos atrevemos a señalar y a juzgar por el puro placer de hacerlo.
Rocío Saenz
Lic. En Comercio Exterior. Lic. En Educación con especialidad en Historia. Docente Educación Básica Media y Media Superior, Fundadora de Renace Mujer A.C. Directora de Renace Mujer Lencería, Consultora socio política de Mujeres.