En los últimos tiempos, he notado un incremento en mi consulta de casos relacionados con el divorcio. La tradicional perspectiva de “unidos hasta la muerte” se ha desvanecido, dando paso a la separación como la única opción viable. Esto no es necesariamente negativo; sin embargo, las formas, las costumbres y, sobre todo, la falta de inteligencia emocional, convierten este proceso en un auténtico martirio familiar.
Es comprensible que cuando una pareja ya no encuentra resonancia en el otro, es momento de tomar caminos separados. No obstante, ¿cómo hacerlo sin que ninguno de los dos pierda la dignidad? Esa es la verdadera dificultad.
Los duelos amorosos son extremadamente dolorosos para todos los involucrados, especialmente para la pareja, que se hunde no solo en el sufrimiento, sino también en una guerra inconsciente por destruir al otro.
En este contexto, los hijos son quienes principalmente cargan con la inestabilidad emocional de los padres, convirtiéndose en la mayoría de los casos en los árbitros de estos combatientes que no pueden ver más allá de su oponente.
Los hijos se convierten en testigos silenciosos de la realidad y de las verdaderas intenciones del corazón de la madre o del padre. A menudo son el receptáculo donde se vierten los juicios y justificaciones de sus actos contra el otro.
También es común que los hijos se conviertan en armas de ataque para destruir al otro, sin darse cuenta de que a quienes realmente están destruyendo es a los hijos mismos.
En mi consulta he escuchado cientos de relatos de hijos de padres divorciados o en proceso de divorcio que tienen el corazón roto. Por un lado, desean convertirse en el escudo del padre que sienten más afligido y, por otro, quieren ser la lanza que detenga ese sufrimiento. Cualquiera que sea la situación, ellos están en medio. Y es inevitable que así sea, pero es posible protegerlos lo más que se pueda.
Innumerables veces les he sugerido a los hijos que respondan a sus padres cuando hablen mal del otro de la siguiente manera: “No soy terapeuta, no soy abogado ni doctor, soy tu hijo o hija y no debes hablar así de mi padre o mi madre. Recuerda, solo soy tu hijo”.
Una chica en sesión me compartió entre lágrimas cómo debía ver y hablar con su papá a escondidas porque su mamá la regañaba e insultaba cada vez que descubría que tenía contacto con él. Lloraba inconsolablemente, sin entender por qué la separaban del hombre que más la amaba en la vida. Y tiene razón, la madre está equivocada.
A veces, el divorcio es lo más saludable para la familia. Sin embargo, debemos tomar conciencia sobre los hijos en este proceso para salvaguardar su identidad, reafirmando el amor de los padres a pesar de la separación. Si el enfoque estuviera en cuidar a los hijos durante este proceso, seguro sería más llevadero.
Te invito, si estás pasando por una situación similar, a que busques ayuda profesional para minimizar los daños colaterales.
Los hijos, a pesar del divorcio, siguen siendo el tesoro más valioso que debemos cuidar y proteger. No lo olvides. ¡Que los hijos de divorciados no terminen divorciándose de ninguno de sus padres! ¡Seguimos siendo familia!
Como dijo Carl Jung: “Los niños son educados por lo que hace el adulto, no por lo que dice”. Mantengamos esto en mente durante estos tiempos difíciles.
Y si, ¡Nos vemos en la Terapia!
Lucía Barrios
Psicoterapeuta, fundadora de CEFAMPI y autora. Experta en terapia breve, violencia de género y derechos humanos. Conferencista y docente en UACJ, ha liderado proyectos significativos sobre psicología y desarrollo humano.