Amanece el domingo 21 de julio con la noticia de que el presidente estadounidense Joe Biden ha abandonado su aspiración de contender por la reelección en los comicios de noviembre próximo. Hecho que se suscita para que el Partido Demócrata este en posibilidad de dar la batalla electoral ante un encaminado y confiado Donald Trump.
El sistema político de los Estados Unidos de América definitivamente no es el mejor ejemplo de Democracia, es formalmente dominado por dos anquilosados partidos políticos que se alternan el poder desde mediados del siglo XIX, el poder ejecutivo federal es elegido a través de un método de voto indirecto y las políticas de Estado estarían esencialmente determinadas por lo que algunos autores llaman el “Deep State”.
Sin embargo, los Estados Unidos poseen todavía un fuerte andamiaje institucional que preserva los fundamentos que le dieron origen como nación. Con sus asegunes, la separación de poderes es funcional, la ley se aplica con relativa efectividad y aún queda por defender un “estilo de vida americano”.
Pero el águila americana que simboliza el liderazgo del mundo libre y representa la grandeza de un pueblo surgido de muchos otros parece volar a baja altura. Considerables problemas sociales aquejan al país de las barras y las estrellas, han surgido radicalismos que dividen violentamente a muchos estadounidenses y es perceptible su decadencia cultural.
No es la primera vez que la unión americana vive tensiones internas, sobrevivió incluso a una guerra civil de la que emergió como franca potencia mundial, luego a lo largo del siglo XX aparecieron episodios de conflictos internos a raíz de la segregación racial, la oposición a la guerra de Vietnam y las marcadas desigualdades sociales.
La marginación y el descarte de sectores vulnerables de la población estadounidense tienen su punto de inflexión en la denominada “guerra contra las drogas” desarrollada en el marco de las reaganomics en la década de los ochentas, donde la epidemia del crack haría estragos en los suburbios pobres del país y muchos jóvenes se agruparían en pandillas delincuenciales ante la falta de suficientes opciones de vida en una cultura glorificadora del materialismo y del lujo.
Criminalizando a los jóvenes pobres, se evitaban en parte nuevas posibles resistencias sociales como las suscitadas en las décadas de los sesentas y setentas en los movimientos por los derechos y libertades civiles y en contra de la política bélica siempre ejercida por los gobiernos republicanos o demócratas.
La década de los 90 es la década del poderío militar, político, económico y cultural de los Estados Unidos de América. El estilo de vida americano sería exportado y adoptado gustosamente por muchas sociedades alrededor del mundo que terminaban por aceptar la supremacía de los productos estadounidenses.
La “guerra contra el terrorismo” comenzaría a socavar el liderazgo moral americano al iniciar la invasión a Irak a partir de mentiras para controlar las vastas reservas de petróleo de ese país. Luego la crisis de las hipotecas subprime estadounidenses de 2007 llevaría al mundo un año después a la peor recesión económica desde 1929.
La administración Obama haría tenues regulaciones a los bancos norteamericanos, si bien la economía se recuperó, la nostalgia por los mejores viejos tiempos de la unión americana hizo posible la irrupción de un famoso magnate neoyorkino bajo el slogan de “hacer grande a América de nuevo”: Donald J. Trump.
Trump, quien primero dio la sorpresa al interior del partido republicano, logra llegar a la Casa Blanca en 2016 fundamentalmente como reacción al triunfo del afroamericano Obama en 2008. Cuatro años después perdería la reelección ante Biden no sin antes alegar fraude y de que la democracia norteamericana fuera ridiculizada en un asalto popular al capitolio.
El trumpismo ha trascendido al partido republicano que ante el descredito heredado de los Bush y otros ha tenido que plegarse a la popularidad de Trump y a su cuestionable discurso antinmigrante y conspirativo. No obstante, muchos norteamericanos perciben un buen manejo de la economía durante el gobierno del neoyorkino quien no hizo nuevas guerras y al final de cuentas el gobierno de Obama deportó y separó a más familias de inmigrantes, según cuentan.
El movimiento trumpista ha encauzado la inconformidad de muy amplios sectores de la población norteamericana ante lo que acusan una frivolidad de gobiernos que desprotegieron fuentes de empleo, elevaron el costo de la vida y que aplican o toleran políticas opuestas a la vida cristiana y sus valores: aborto, legalización y promoción de drogas, libertinaje sexual, multiplicidad de géneros y adoctrinamiento de la niñez en la ideología de género.
Lo anterior para los no menos numerosos sectores más progresistas estadounidenses solo es una fachada para justificar el racismo, la intolerancia, la creación de culpables colectivos y demás formas de discriminación social. Se argumenta de igual manera la hipocresía conservadora en temas como el aborto donde sus grandes detractores son a la vez fieros defensores de la libre posesión y venta de armas o en la migración donde los acomodados hombres de negocios blancos ocupan mano de obra indocumentada.
Aparte de esto, la incontrolable epidemia del fentanilo está matando a mucha población en edad productiva ya sean blancos, afroamericanos o latinos. Lo que es síntoma de una grave crisis de desesperanza y de decadencia moral, problema al que unos desean un abordaje mucho más represivo, de cárceles y de efectividad policiaca; soluciones que han demostrado ser insuficientes.
En este contexto, luego de un debate televisado que mostraba a un desubicado Joe Biden frente a un burlón Donald Trump y más aún después del controversial atentado contra este último y que le puso arrogantemente a la puerta de la Casa Blanca de manera extremadamente temprana; al menos el establishment demócrata ha tomado cartas en el asunto para postular un candidato más fuerte que el actual presidente (así de paradójico).
Ante este surrealismo norteamericano, se ha dado también un primer paso dentro de la institucionalidad política para evitar un segundo mandato de Trump. Queda esperar saber quién sustituirá a Biden en la candidatura presidencial, se habla de la actual vice presidenta Kamala Harris quien aunque es relativamente joven no supera por mucho la popularidad del actual presidente quien ya le expresó su apoyó.
Es perceptible también que quien más seguramente garantizaría un portazo en las narices a Trump sería Michelle Obama quien cuenta con mayor aceptación entre la población y podría eventualmente aliviar gradualmente las tensiones internas. Veremos qué dicen los demócratas, los estadounidenses o el Deep State.
“Procuremos, por tanto, lo que fomente la paz y la mutua edificación.”
(Romanos 14:19)
Moisés Hernández Félix
Lic. en Administración Pública y Ciencia Política, candidato a Maestro en Administración en curso. Ha sido funcionario público federal y docente en nivel media básica y medio superior. Se especializa en gobernanza educativa y políticas públicas.
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