¿Te ha pasado que estás solo haciendo cualquier cosa y necesitas tener un sonido de fondo? Prendes la televisión y escuchas lo que sea; la idea es no sentirse solo. Se dice que la conversación más larga que tenemos en la vida es con nosotros mismos, el soliloquio. Sin embargo, las palabras que usamos para con nosotros mismos son tan destructivas que preferimos no escucharlas, y las sustituimos con cualquier sonido externo.
A veces, en terapia, escucho el dolor de las personas al percibirse solas, y les pregunto: “¿Serás tan malo que no quieres estar contigo?” Y bromeo con una sonrisa, “A mí me caes bien”.
No es lo mismo estar solo que estar en soledad. Estar solo es una condición física de no tener a otras personas alrededor. Puede ser una elección voluntaria o una circunstancia momentánea, como cuando trabajas en un proyecto personal o lees un libro en casa. Este estado no necesariamente implica sentimientos negativos; incluso hay momentos en los que disfrutamos de un tiempo a solas, considerándolo una oportunidad para reflexionar.
Por otro lado, la soledad es un sentimiento subjetivo de desconexión emocional o social. Es una percepción interna de aislamiento, independientemente de si estás físicamente solo o rodeado de gente. Puede surgir en cualquier circunstancia, incluso en presencia de otros; puedes sentirte en soledad en una fiesta llena de personas si sientes que no conectas con nadie. La soledad generalmente tiene connotaciones negativas, como tristeza, vacío o desesperanza. La soledad prolongada puede afectar negativamente la salud mental y emocional, llegando en casos severos hasta el suicidio.
Entonces, estar solo es una condición física y objetiva, mientras que estar en soledad es un estado emocional subjetivo. Es posible estar solo sin sentirse en soledad y, al mismo tiempo, sentirse en soledad incluso cuando se está acompañado.
Cuando nos sentimos en soledad queremos llenar el vacío a cualquier costo, priorizando las necesidades de los demás dejando de lado las propias. Si la soledad abruma, la desesperación puede hacer que te acompañes de cualquier persona o cosa, lo que te vuelve vulnerable a manipulaciones, malas intenciones, adicciones y otras patologías que se desatan al rechazarnos a nosotros mismos. Y como dice Ricardo Arjona, ¿quién está contigo, si ni siquiera estás tú?
Creemos que lo que mejorará nuestra vida es algo externo, pero nos olvidamos de que la broma divina está precisamente en que el amor propio fluye de adentro hacia afuera. Esperamos que los otros nos amen para mejorar nuestra existencia, pero el orden de los factores, en este caso, sí altera el producto. Es decir, si no te acompañas primero a ti, ¿por qué te acompañarían otros? Si no te cuidas primero a ti, ¿por qué te cuidarían otros? Si no te amas primero a ti, ¿por qué te amarían los otros? Y sin que suene a cliché, es necesario darle vida a la frase: “Primero yo, después yo y al último yo”.
Pero ¿cómo puedo lograr esto? El proceso de terapia es, en realidad, un viaje dentro de uno mismo, donde descubres y conectas con tu luz y tu sombra. Te acompañas en este camino de la vida y, pareciera que mágicamente, mientras más conectas contigo, más conectas con los demás. No al revés. Primero es aceptarte y transformar tu soliloquio en una voz que alienta, construye y acompaña. Y entonces llegarán las personas idóneas a acompañarte. El proceso siempre es de adentro hacia afuera. Nos vemos en la terapia.
Lucía Barrios
Psicoterapeuta, fundadora de CEFAMPI y autora. Experta en terapia breve, violencia de género y derechos humanos. Conferencista y docente en UACJ, ha liderado proyectos significativos sobre psicología y desarrollo humano.