En las últimas décadas, la lucha por la libertad y la justicia en nuestro país ha sido inquebrantable. Aunque se han logrado grandes avances, como en 2007 con la aprobación de la Ley General de Acceso de las Mujeres a una Vida Libre de Violencia, aún queda un largo camino por recorrer.
Me gusta pensar que, en la búsqueda de la igualdad y la equidad, la balanza de la justicia a veces se inclina hacia un lado y otras veces hacia el otro, hasta encontrar el equilibrio. Recordemos que hubo un tiempo en el que las mujeres no tenían derecho a estudiar, a poseer propiedades ni a tener la custodia de sus hijos. La batalla no ha sido sencilla; muchas mujeres han sacrificado su vida para ganar credibilidad y apoyo en su lucha contra los agresores. Esta es una realidad innegable. Sin embargo, hoy tenemos ante nosotros una propuesta que nuevamente inclina la balanza, beneficiando a una parte y desprotegiendo a otra, impidiendo una vez más la adecuada impartición de justicia.
La Ley de Violencia Vicaria ya ha sido aprobada en varios estados de la república y sigue avanzando. La violencia vicaria es aquella que se ejerce sobre los hijos, abuelos maternos, hermanos o familiares y círculos afectivos de una mujer, con el fin de herirla, afectarla o causarle algún trauma psicológico. Es una violencia ejercida sobre una víctima secundaria para dañar a la víctima principal, que es la mujer. El agresor sabe que dañar, maltratar, amenazar o ejercer violencia contra aquellos a quienes ella estima es una forma efectiva de dañarla. Y aunque esta ley pone en evidencia este tipo de violencia, también inclina la balanza hacia un género, dejando en indefensión al otro.
En 1985, el psiquiatra Richard Gardner introdujo el concepto de “Síndrome de Alienación Parental” para describir un trastorno infantil que surge cuando uno de los padres manipula al menor para que rechace al otro padre sin una razón justificable. Este concepto desató innumerables controversias y debates, ya que, aunque algunos profesionales de la salud mental y del derecho lo aceptan y consideran que describe un fenómeno real, otros lo critican por falta de evidencia empírica y por su uso potencial en disputas de custodia. Hasta ahora, no ha sido aprobado por la comunidad científica ni ha sido incluido en manuales diagnósticos oficiales como el DSM-5 de la Asociación Americana de Psiquiatría.
Recuerdo cuando, al llenar un informe para un paciente, un colega me corrigió diciendo que el concepto de Alienación Parental no era válido. Al preguntar cómo debíamos llamarlo, me dijo que lo incluyera en la violencia psicológica. El informe que presentaba era sobre un hombre que estaba siendo obstruido para ver a sus hijos, mientras la madre los manipulaba en su contra. Si mi paciente se enfrentara ante la ley de la violencia vicaria, habría quedado en la más caótica indefensión.
Esta ley lleva años en disputa, y creo que, antes de aprobarse completamente, deben modificarse algunos conceptos y reconocer que la violencia puede correr en ambos sentidos y afectar a ambos géneros. En mi práctica profesional, me he encontrado con más casos de madres que prohíben, amenazan e incluso golpean a sus hijos por tener contacto con su padre, que viceversa. He consolado corazones de hijos impedidos de convivir con su padre, quienes no pueden ni siquiera expresar admiración por él sin ser violentados por su madre. Pero estos casos quedan archivados para después.
Es evidente que los mecanismos de actuación de nuestras instituciones al impartir justicia dejan mucho que desear. Hombres víctimas de denuncias falsas han sido restringidos de contactar a sus hijos, obligándolos a enfrentar un tortuoso camino legal que puede durar más de siete años.
Por eso, es necesario reconocer que las verdaderas víctimas de todo esto son los hijos, quienes, sin culpa alguna, son contaminados en sus corazones por las rencillas de sus padres, condenándolos no solo a carecer de la compañía de su padre, sino también a sufrir traumas por creer que ese padre no los quiere. Insto a los hombres que se encuentran en esta batalla a no claudicar, fortaleciendo su fe con la esperanza de que en nuestro país la justicia y la igualdad serán impartidas para todos. Porque la familia representa y seguirá representando la base primordial para el desarrollo del ser humano.
¡Nos vemos en terapia!
Lucía Barrios
Psicoterapeuta, fundadora de CEFAMPI y autora. Experta en terapia breve, violencia de género y derechos humanos. Conferencista y docente en UACJ, ha liderado proyectos significativos sobre psicología y desarrollo humano.