Antes de la estación de la justicia, la paz, la felicidad o el amor, está la de la libertad, esa condición maravillosa que nos permite actuar ante los demás con la amplitud y la determinación de nuestro ser.
Hoy se conmemora el Grito de Independencia y libertad en nuestro país. Una vez más, recordamos el momento del parto de México como nación y los ¡vivas!, las enchiladas, los trajes típicos y los colores patrios que invaden los patios y las plazas.
Es momento de festejar. Y ¿cómo no hacerlo si la libertad es el alma viva de un pueblo? Y en este pueblo vivimos ejerciendo nuestro derecho a ser independientes, libres y soberanos.
Pero hoy, como en otros tiempos, la libertad sigue costando caro. En 1810 comenzamos a desprendernos del yugo político y administrativo del exterior, pero nos quedaron las costumbres, las tradiciones, las ideas religiosas, los traumas y la carga genética ancestral de mestizos, criollos, mulatos y otros que nos heredaron una forma muy particular de ejercer la libertad.
Muchos han escrito, luchado y entregado la vida en su nombre. Pero, ¿qué es ser libre? Mi concepto favorito es el de Fernando Savater: “Para ser libre, solo ¡haz lo que quieras!”.
Según Savater, el “¡haz lo que quieras!” dicta una orden, un llamado a actuar libremente. Al cumplirla, se la desobedece, y al obedecerla, se la cumple.
El ejercicio de elegir obedeciendo a lo que se quiere ser, con todas sus consecuencias, es el acto más simple y complicado en el que nos debatimos constantemente. Pues la libertad es elección y se gradúa con la acción. No sirve decidir y no hacer nada.
Pero estas acciones son tan limitadas como el mismo ser humano. No podemos elegir lo que sucede; aunque algunos se sientan dueños del destino, no decidimos dónde nacer, ni a nuestros padres y hermanos, y lo más importante: no decidimos lo que los demás quieran hacer con sus vidas, pues su libertad es completamente igual a la nuestra. No existe una libertad más valiosa que otra.
En este inmenso valor, nos encontramos con la otra cara de la moneda de la libertad, que es la responsabilidad: asumir que al decidir optamos en direcciones orientadas por la conciencia de lo bueno y lo malo, la ética, la moral y, por supuesto, la ley.
Puedo decidir, sin ignorancia, ser deshonesto y tomar con cinismo las consecuencias de mis acciones. Puedo mentir con descaro y aceptarlo. Puedo manipular las decisiones de los demás, sabiendo que renuncio a su libertad en beneficio de la propia… Puedo hacerlo, pero sería irresponsable.
De la misma forma, es irresponsable dejarse gobernar sin rienda, otorgarle el poder de los fallos personales a otro, echándole en una maleta el peso de la vida, las aspiraciones, los gastos, los sueños, la felicidad y el amor.
Ejercer la libertad, entonces, parece volverse complicado, y entre la avalancha de consecuencias que cada “¡haz lo que quieras!” trae, muchas veces nos quedamos pasmados.
Otras veces creemos que hacer lo que queramos es ser autosuficientes, convirtiendo la libertad en una moneda de cambio.
Particularmente, si hay algo que me aterra, es saberme libre y no decidir libremente. Me invade el miedo de decir mal lo que pienso, porque lo que se piensa a conciencia no es malo, pero el cómo lo expreso puede meterme en problemas. Me da pavor dejarme llevar por las decisiones de otros y perder mi autonomía, y con ello, la sensibilidad de reconocer la diferencia entre egoísmo y caridad, entre sumisión y una sana dependencia.
Pero negar la existencia del miedo es negar la existencia misma, pues, aun con él, todos los días nos levantamos en armas para decidir, elegir y accionar en este maravilloso país que nos da la oportunidad de hacerlo. ¡Viva México!
Rocío Saenz
Lic. En Comercio Exterior. Lic. En Educación con especialidad en Historia. Docente Educación Básica Media y Media Superior, Fundadora de Renace y Vive Mujer A.C. Directora de Renace Mujer Lencería, Consultora socio política de Mujeres.