Con aprecio mordáz a los depredadores:
En mi columna anterior hable sobre paradojas, esta que abordaremos es la más perversa paradoja de todas, imagina el escenario:
Eres mujer, te casaste y vives en familia con tu esposo y tus hijos e hijas. Tu hogar, que debe ser un santuario, tu lugar seguro, tu resguardo y protección alberga también silente y amenazante a un depredador.
En el trabajo anterior le mencioné, carísimo lector, que el “amor no existe”, que es un constructo mental voluntario y hoy no puedo estar más de acuerdo con ello.
Para recordar: ¿es el amor realmente un sentimiento genuino y universal, o es más bien una narrativa que nos contamos, un contrato social que aceptamos —o rechazamos— según nos convenga?
Somos lo que pensamos. Seré claro y enfático: el amor no existe en alguien capaz de abusar de una mujer, peor aún si se trata de su hija o hijastra.
Esta frase, dolorosa pero profundamente cierta, encierra una realidad que a menudo se oculta tras el velo de la intimidad familiar, una realidad que es necesario enfrentar con toda la contundencia y claridad que merece.
En las relaciones humanas, de cualquier filosofía, el amor es un valor supremo, uno que implica respeto, cuidado, y protección. Pero cuando se cruzan las fronteras de la dignidad y se infringe el daño más atroz contra la integridad de una persona vulnerable, no hay amor posible; solo hay abuso, violencia y una profunda traición.
El abuso sexual, particularmente cuando ocurre en el contexto de una familia, es un delito que socava los cimientos de la confianza y el bienestar emocional de las víctimas, menores o adultos. En muchos casos, el agresor es una figura de autoridad, alguien que debería representar seguridad y apoyo, pero que en su lugar se convierte en un depredador que destruye la inocencia de una manera irreversible. Es un acto de poder y control, donde el agresor utiliza su posición para explotar a quienes deberían estar bajo su cuidado.
El lenguaje es poderoso, y en estos casos, es crucial utilizar las palabras correctas para nombrar lo que sucede. Hablar de “amor y cariño” en el contexto de un abuso es no sólo incorrecto, sino perversamente engañoso. Cuando el abuso se disfraza de afecto, se confunden los límites, se busca normalizar la violencia y perpetuar el ciclo de silencio y sufrimiento. El abuso sexual no es un acto de amor; es una manifestación de odio, una profunda desconexión con la humanidad y una violación del derecho fundamental de todo ser humano a vivir libre de violencia.
Los efectos de este tipo de abuso son devastadores y de largo alcance. Las víctimas no solo sufren el trauma físico y psicológico inmediato, sino que también cargan con un dolor que puede durar toda la vida. La sensación de traición, el miedo, la vergüenza y la culpa pueden invadir cada aspecto de su existencia, afectando su capacidad para establecer relaciones sanas y vivir plenamente. Además, la familia, el entorno inmediato de la víctima, a menudo se ve fragmentada por la incredulidad, la culpa y el dolor. Todo esto subraya la necesidad de hablar claro: llamar a las cosas por su nombre y entender que el amor nunca es violento ni abusivo.
Es importante decirlo con todas sus letras: un hombre que abusa de una mujer, de su hija o de su hijastra no puede, bajo ninguna circunstancia, decir que ama y menos ser llamado hombre.
Vivimos otros tiempos, las autoridades buscan garantizar la protección de las víctimas y aplicar la justicia de manera rigurosa y eficiente, ahora más que nunca. La legislación cada vez es más clara y contundente en la condena de los abusadores, sin espacio para interpretaciones que puedan suavizar o justificar lo injustificable.
Por otro lado, es menester educar a todos y todas la cultura del respeto y del derecho a vivir sin violencia, hombres y mujeres por igual, que promueva el respeto, la empatía y el reconocimiento de los derechos de los demás, especialmente de los más vulnerables.
El camino hacia una sociedad más justa y segura comienza por reconocer que el abuso nunca es amor. No hay justificación posible para quienes utilizan el poder y la autoridad en el seno del hogar para dañar a los más indefensos. Es hora de romper el silencio y ser implacables con los agresores, los obstructores y falsos denunciantes.
“El amor no existe” en el corazón de quien obstruye, miente, abusa, viola, somete y destruye, eres lo que piensas. Punto.
Si algún agresor lee esto: ¿Aceptarían la Ley del Talión?
Admitámoslo, es impensable. Cobardes.
David Gamboa
Mercadólogo por la UVM. Profesional del Marketing Digital y apasionado de las letras. Galardonado con la prestigiosa Columna de Plata de la APCJ por Columna en 2023. Es Editor General de ADN A Diario Network.