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    octubre 5, 2024 | 12:20

    México: Potencia Económica con Alma de Tercer Mundo

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    La noción de “tercer mundo” es un concepto que ha evolucionado a lo largo del tiempo, pero que aún se emplea para describir realidades complejas que no se limitan únicamente a indicadores económicos. México es un ejemplo claro de un país que, a pesar de tener un gran potencial y de figurar en listas internacionales por el tamaño de su economía, sigue enfrentando problemas estructurales que lo anclan a los rezagos típicamente asociados con las naciones en desarrollo.

    Originalmente, el término “tercer mundo” surgió en la Guerra Fría para referirse a aquellos países que no pertenecían ni al bloque capitalista liderado por Estados Unidos (primer mundo) ni al bloque comunista encabezado por la Unión Soviética (segundo mundo). Con el tiempo, esta clasificación ha perdido su relevancia política, pero dejó un legado que agrupa a los países en función de sus niveles de desarrollo económico, social y humano. Así, en el imaginario colectivo, se sigue vinculando al tercer mundo con pobreza, desigualdad y limitaciones en infraestructura.

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    México, según el Banco Mundial, es la decimosegunda economía más grande del mundo por su Producto Interno Bruto (PIB). Esta posición lo coloca como una potencia emergente, un país que ha sido capaz de destacar en sectores como el manufacturero y el agroindustrial. Además, México es uno de los principales exportadores de petróleo, automóviles y productos agrícolas. Sin embargo, estos logros no se traducen automáticamente en bienestar para su población. Aquí es donde surge la disonancia: ¿cómo puede un país tan influyente en la economía mundial seguir siendo considerado parte del “tercer mundo”?

    La respuesta se encuentra en los profundos problemas estructurales que persisten. Para empezar, México es uno de los países más desiguales del mundo. De acuerdo con la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económicos (OCDE), la brecha entre ricos y pobres es abismal: el 10% más rico de la población posee el 42% de la riqueza nacional, mientras que el 50% más pobre apenas alcanza el 10%. Esta desigualdad tiene un impacto directo en la calidad de vida, el acceso a servicios básicos y las oportunidades de desarrollo de una gran parte de los mexicanos.

    La infraestructura es otro de los grandes pendientes. Las carreteras, el transporte público, la red eléctrica y los sistemas de salud y educación presentan enormes deficiencias. En muchas zonas rurales y en los cinturones de miseria que rodean las grandes ciudades, el acceso a agua potable, electricidad y servicios de salud es escaso o, en algunos casos, inexistente. La educación pública, por su parte, enfrenta problemas de calidad, falta de recursos y un sistema obsoleto que no responde a las necesidades actuales del mercado laboral.

    La corrupción y la impunidad son factores que también contribuyen a perpetuar la condición de “tercer mundo”. México ocupa una de las peores posiciones en el Índice de Percepción de la Corrupción de Transparencia Internacional, situándose en el lugar 124 de 180 países en 2023, junto con Kenya, Togo y El Salvador. Esta corrupción sistémica no solo socava la confianza de la ciudadanía en las instituciones, sino que también drena recursos públicos que podrían destinarse al desarrollo y mejora de la infraestructura social.

    El narcotráfico y la violencia son elementos que no pueden pasarse por alto. La inseguridad, alimentada por un débil Estado de derecho y la penetración del crimen organizado en diversas esferas de la sociedad y del gobierno, ha generado un entorno de violencia que obstaculiza el desarrollo económico y social. Las cifras son alarmantes: según datos del Instituto Nacional de Estadística y Geografía (INEGI), 2023 cerró con una tasa de homicidios de 23.3 por cada 100,000 habitantes, una de las más altas del mundo, con todo y el descenso de casi 6 puntos comparado con 2018.

    Aunque México ha avanzado en ciertas áreas y tiene el potencial de ser una potencia económica, la realidad es que los problemas estructurales lo mantienen anclado en una condición de subdesarrollo. El mero crecimiento económico, sin una redistribución efectiva de la riqueza y sin una mejora significativa en los niveles de vida de la población, no es suficiente para superar las características que definen a los países de tercer mundo.

    Así que, aunque México pudiera ser el “número uno” en algunos rubros, el verdadero reto está en transformar estas cifras en una realidad tangible para su población. Ser un país desarrollado implica no solo tener una economía robusta, sino también garantizar los derechos básicos y oportunidades para todos sus ciudadanos. México podrá ser líder en exportaciones, atraer inversiones extranjeras y tener un peso relevante en el ámbito internacional, pero si no resuelve sus problemas internos, seguirá siendo, en esencia, un país de tercer mundo.

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    David Gamboa

    Mercadólogo por la UVM. Profesional del Marketing Digital y apasionado de las letras. Galardonado con la prestigiosa Columna de Plata de la APCJ por Columna en 2023. Es Editor General de ADN A Diario Network.

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