Decir que la verdad no existe puede sonar provocador, pero es una conclusión inevitable cuando reconocemos que lo que entendemos por “verdad” es una construcción mental, siempre filtrada por criterios personales. La verdad no es un objeto que encontramos ni un concepto universal al que podamos acceder de forma pura; más bien, es una aspiración filosófica, un horizonte que intentamos alcanzar sin lograrlo del todo.
Cada quien interpreta el mundo desde su experiencia y sus propias coordenadas mentales. ¿Acaso no ocurre que dos personas, ante los mismos hechos, pueden llegar a conclusiones completamente distintas? En ese choque de percepciones es donde se revela que no existe una sola verdad, sino múltiples interpretaciones, todas moldeadas por la subjetividad de quien observa. Lo que llamamos “verdad” es una narrativa que cada individuo construye a partir de su historia, sus creencias y sus expectativas, convirtiéndose así en una versión personal de la realidad.
Este enfoque no es nuevo. Nietzsche advertía que los “hechos” no existen en sí mismos, sino que son interpretaciones. Michel Foucault, por su parte, profundizó en cómo las verdades oficiales son producto de relaciones de poder, donde ciertos discursos se imponen como los únicos legítimos, mientras otros son silenciados. La verdad, entonces, no solo es subjetiva sino contingente: depende del contexto histórico, de la cultura y de quién tenga el poder para definirla.
Sin embargo, reconocer que la verdad es una construcción personal no significa caer en el caos o el relativismo absoluto. Aun cuando nuestras verdades sean incompletas y siempre parciales, necesitamos llegar a consensos básicos para poder convivir en sociedad. La justicia, por ejemplo, se funda en la búsqueda de una versión de la verdad que permita equilibrar los intereses de las partes en conflicto. Asimismo, la ciencia avanza bajo la premisa de que, aunque la verdad absoluta es inalcanzable, el conocimiento puede aproximarse a una mayor precisión mediante la observación y el método.
El desafío contemporáneo radica en lidiar con un fenómeno que muchos llaman “posverdad”. En una era donde las redes sociales y los medios digitales han fragmentado las fuentes de información, la verdad parece haberse desvanecido en un mar de narrativas contradictorias. Lo que antes era un acuerdo social sobre los hechos ha dado paso a múltiples versiones, cada una respaldada por grupos con intereses específicos. Esta situación refleja que la verdad no es tanto una certeza como una herramienta: se construye y se manipula, se utiliza para persuadir o controlar.
¿Entonces qué nos queda si la verdad absoluta no es posible? La respuesta no está en renunciar a ella, sino en reconocer su carácter efímero y siempre negociable. La verdad no es una meta final, sino un proceso continuo de revisión, cuestionamiento y diálogo. En esa búsqueda constante, cada persona aporta una pieza del rompecabezas, sabiendo que ninguna visión individual es completa.
Aceptar que no existe una verdad única puede resultar liberador. Nos permite dejar atrás la obsesión por tener siempre la razón y nos invita a escuchar otras perspectivas. Entender que lo que consideramos verdadero es una construcción personal no significa que todo sea igual de válido, sino que debemos ser conscientes de los límites de nuestras propias creencias y estar abiertos a transformarlas.
La verdad, en última instancia, es una ilusión necesaria. No porque sea completamente falsa, sino porque necesitamos esa idea para darle sentido a nuestra existencia y mantenernos en movimiento. La verdad, aunque inalcanzable, es el faro que guía nuestra búsqueda, un recordatorio de que siempre podemos ver más allá de lo que creemos saber. En ese viaje, quizá nunca lleguemos a una verdad definitiva, pero lo importante es avanzar con honestidad y con la disposición de aprender del otro.
David Gamboa
Mercadólogo por la UVM. Profesional del Marketing Digital y apasionado de las letras. Galardonado con la prestigiosa Columna de Plata de la APCJ por Columna en 2023. Es Editor General de ADN A Diario Network.
