Amar algo no debe impedirnos ver la realidad, y aunque los datos coloquen a nuestra ciudad en primer lugar en feminicidios no nos guste, así estamos. Reconocer que algo nos falta por hacer es el primer paso para afrontar el reto.
Para la ciudadanía en general, el nombre de “ciudad feminicida” es vergonzoso; para algunas autoridades de seguridad, una piedra en el zapato; para las feministas, el más desalentador aliado que no alentará a cerrar la boca; para las víctimas que ya no están, el sentido de su inexistencia; pero para los hijos, los padres y amigos de las víctimas, un recordatorio que pone el dedo en la llaga, que no justifica, ni sana, ni ayuda a olvidar el dolor de la pérdida.
Cierto, el dolor que duele menos es el ajeno… Quizás es por eso que, a pesar de tantos programas y protocolos, la única “Alerta” que funciona es aquella que se siente cerca, porque una vez que vives un proceso de desaparición y muerte de una mujer cercana, la vida no vuelve a ser la misma.
Estamos en el mes de la “eliminación de la violencia las mujeres”, lo recibimos con los números del Secretariado Ejecutivo del Sistema Nacional de Seguridad Pública donde Ciudad Juárez es el municipio con más feminicidios registrados en lo que va del 2024, 20 muertes de este tipo.
Y una vez más, las preguntas perennes en las que damos vuelta año tras año, nominación tras nominación…
¿Qué estamos haciendo mal? ¿Qué nos falta por hacer?
Si nos diagnosticáramos como un enfermo en términos físicos, diríamos que tenemos una patología crónico-degenerativa, es decir, pareciera que estamos destinados a no acabar con este mal… y que, por el contrario, avanzará con mayor severidad al paso del tiempo.
Pero el tejido social no es el único dañado; los números que nos colocan en este primer lugar son solo una expresión abstracta que resume: pérdida, dolor, coraje, impotencia, impunidad, abandono y resentimiento.
El alma femenina juarense fue y sigue siendo herida; lo vemos en el sentimiento colectivo cuando las familias pierden la fe, cuando los hijos de las víctimas se disipan en el camino y cuando parece que nos hemos adaptado a vivir así, sin la esperanza de un tipo de justicia punitiva o restaurativa que nos mejore.
Y en este análisis, he vuelto a considerar las enseñanzas del padre Narváez en su libro “La revolución del perdón” y sus escuelas para la reconciliación social, las ESPERE, en el que explica, desde la experiencia de las terribles consecuencias de la guerrilla y las FARC en Colombia, cómo es que en una sociedad “no es posible un mejor mañana si no se apagan las fuerzas del rencor, el odio y la venganza que cada uno va llevando dentro”.
Miles de personas, víctimas de los más horribles crímenes, lograron a través de esta visión asimilar y determinar una renuncia total a la violencia, deseando desde su interior personal una vida diferente, dominaron la rabia y trataron de perdonar.
La violencia no ha cesado por completo; sin embargo, la estrategia de impulsar cambios para la concientización de la no violencia, fundamentada en la sanación personal psicoemocional de las víctimas, transformando su dolor y condición en agentes promotores de la paz y la reconciliación social, fue un detonante importantísimo que logró disminuir drásticamente su insostenible condición violenta.
No se trata de revictimizar a quienes más han sufrido; se trata de no ignorarlos. Si juntamos a un solo familiar por cada una de las mujeres muertas en Juárez en los últimos 10 años, podríamos llenar un estadio… ¿Qué hay de sus vidas ahora? ¿Cómo salieron adelante? ¿Cómo se integraron a la sociedad, y si quedan en ellos resentimientos y rencores?
Sanar el pasado de fondo es una tarea difícil y arriesgada; para quienes sabemos que no se puede construir un presente sin abrazar quienes somos, con dolores y alegrías, es imprescindible para lograr ver y vivir el futuro con el amor que quizás nos arrebataron, pero que nos merecemos, un futuro en el que Juárez sea el número uno en darle a las mujeres justicia, paz y seguridad.
Rocío Saenz
Lic. En Comercio Exterior. Lic. En Educación con especialidad en Historia. Docente Educación Básica Media y Media Superior, Fundadora de Renace y Vive Mujer A.C. Directora de Renace Mujer Lencería, Consultora socio política de Mujeres.