Hablando de ciudades, un primer paso hacia la prosperidad y el progreso es el orden y la limpieza. Esto no solo es signo de la existencia de cierta cohesión social y bienestar, es también una condición que puede generar un cambio positivo en las comunidades.
Lograr ciudades limpias y ordenadas es más que nada un gran reto cultural, que sin embargo es absolutamente posible. Existen ciudades y localidades mexicanas ejemplo de orden y limpieza, no las mencionaremos para no omitir a ninguna.
No obstante, muchos municipios del país sufren un estado permanente de caos urbano, contaminación y basura. Algunas administraciones municipales luchan constantemente por ordenar y limpiar su territorio, por el contrario, algunas otras llegan a propiciar estos males.
Así como es determinante la participación de la población en este tema, de la misma manera es imprescindible la acción de la administración pública, de manera particular de los municipios.
Al ser, (al menos en México) el municipio el nivel de gobierno más próximo a la población, deben estos atender la problemática de manera directa, a lo que muchas veces fracasan por diversas razones: falta de presupuesto, falta de interés o falta de conexión eficaz con los ciudadanos.
El municipio debe entonces convertirse en el eje articulador de la acción ciudadana que transforme el entorno, solo que a veces las prioridades pudieran ser otras, es aquí donde la ciudadanía debe meter el tema en la agenda pública.
Sencillamente un entorno limpio lleva al orden, el orden lleva a la seguridad y con esto es mucho más fácil lograr el progreso y el bienestar. Sabemos además que la falta de higiene propicia enfermedades y plagas.
Existen varias teorías de Administración que se sintetizan en lo anterior y que se aplican en la empresa o en los gobiernos, con buenos y comprobables resultados.
La clave es dinamizar y encadenar las acciones que como en este caso se orientan al Bien común. Esto se traduciría en generar y aplicar políticas públicas municipales.
Los instrumentos de regulación son igual de importantes, si se pasan por alto los reglamentos de aseo o los planes de desarrollo urbano, nunca lograremos una ciudad próspera.
En el momento que por ejemplo arrojar basura del carro o ser dueño de una finca convertida en tapia sean motivo de escarnio público ya estaremos en el camino del orden.
La cultura del orden y la limpieza trae consigo condiciones que dificultan actividades de la delincuencia común y por el contrario estimula la sana recreación y la producción de bienes sociales.
No hace mucho en ciudades como Juárez Chihuahua era común observar a mujeres y hombres barriendo las afueras de su hogar y hasta la mitad de su calle como parte de una cultura de evidente compromiso con al menos su entorno directo. “Mi casa podrá ser humilde pero siempre limpia”.
Esto facilitaba la cohesión social al brindar oportunidades de interacción directa entre los vecinos y reforzaba el civismo de la población al mantener al menos su calle limpia.
Un parque enfrente del hogar era visto como un privilegio por los vecinos inmediatos que cuidaban y mantenían esos espacios públicos como parte de un deber civil. Hoy es perceptible una apatía por participar si no existe un aliciente material.
Algo pasó, posiblemente la omisión y falta de seguimiento de las autoridades fue desanimando la dinámica de civilidad entre las comunidades. Se enraizó una cultura dañina de individualismo y de apatía, cuando no de degradación deliberada del entorno.
Por otra parte, es urgente hacer algo con los predios baldíos y fincas abandonadas que acumulan basura y terminan por convertirse en guaridas de personas en situación de adicciones graves o lugares propicios para el delito.
Convenciendo a la población de las bondades del entorno limpio y ordenado, así como en su caso obligando a la observancia permanente de la reglamentación que obligue a ello; poco a poco comenzaría a recuperarse o generarse una cultura de casas, calles, vialidades y espacios públicos limpios y ordenados por una comunidad que acepta la civilidad y condena el caos. Progresemos.
“Aquel, pues, que sabe hacer el bien y no lo hace, comete pecado.”
(Santiago 4:17)
Moisés Hernández Félix
Lic. en Administración Pública y Ciencia Política, candidato a Maestro en Administración en curso. Ha sido funcionario público federal y docente en nivel media básica y medio superior. Se especializa en gobernanza educativa y políticas públicas.
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