En el pasado episodio 40 de Consensum, la mesa donde convergen las ideas, abordamos bajo la conducción de Raúl Ruiz el tema Política en el Vaticano, que da nombre al episodio. El tema central, que era la “Reforma de Francisco” se desvió por un buen momento para comentar sobre la inauguración de Notre Dame luego de su devastador incendio en 2019, el polémico comentario llegó con la observación de que el interior de la renovada Catedral había sido diseñada como una Logia Masónica, particularmente el altar.
La imagen que había observado en aquel momento condicionó mi reacción inicial, ya que, a primera vista, no parecía contener nada especialmente destacable, salvo el tabernáculo, un elemento indistinguible para el ojo común, pero claramente referenciado en los grados superiores de la masonería. Este tabernáculo se vincula tanto al Rito de York como al Rito Escocés Antiguo y Aceptado, y al Rito Francés, aunque su origen proviene de la tradición Abrahámica del Antiguo Testamento, específicamente del libro del Éxodo. Por lo tanto, no puede considerarse en sí mismo una alegoría o un símbolo exclusivamente masónico.
Sin embargo, se hacía referencia a otro altar que no había observado, uno de diseño ecléctico y minimalista. En el centro de la enorme nave se encontraba un segundo altar, que guardaba una notable semejanza con el Ara Masónica. Este emergía desde una plataforma de tres escalones blancos, la cual, a su vez, se erigía sobre un suelo ajedrezado.
La imagen puesta así, fuera de contexto y dimensiones, por supuesto que recuerda al Ara Masónica, sin embargo, en mi opinión esa misma imagen sin recorte comunica algo totalmente distinto.
¿Francisco esta apoyando a la masonería al permitir tal intromisión? ¿Quien esta ahora dominando en el vaticano? ¿Los masones? Se cuestionó en tal episodio entre otros temas polémicos…
La relación entre el catolicismo y la masonería ha sido objeto de tensiones históricas y filosóficas que trascienden los simples límites de la doctrina religiosa, abriendo un debate que toca nociones de libertad de pensamiento, dogmatismo y autoridad moral. Desde el punto de vista de la Iglesia católica, la incompatibilidad con la masonería radica en cuestiones fundamentales que afectan tanto a la fe como a la estructura de poder que subyace en ambas instituciones.
La prohibición de la Iglesia católica hacia la membresía de los fieles en la masonería no es nueva. A lo largo de los siglos, múltiples documentos eclesiásticos han reafirmado esta postura, argumentando que la masonería, al definirse como una fraternidad adogmática y, en otros tiempos, secreta, contradice principios esenciales del catolicismo. En 1983, la Congregación para la Doctrina de la Fe bajo el entonces cardenal Joseph Ratzinger (posteriormente Papa Benedicto XVI) reiteró que los católicos que se unen a la masonería incurren en pecado grave, colocándolos en entredicho, y no pueden acceder a los sacramentos. Esto no solo refuerza la separación entre ambas corrientes, sino que también evidencia la persistencia de un conflicto ideológico de fondo.
La historia es un maestro paciente, implacable en su recordatorio de que las ideas tienen consecuencias y que el tiempo, implacable, se encarga de desenredar sus complejidades. Así ocurre con la Edad Media, periodo que, aunque marcado por avances y retrocesos, quedó indeleblemente asociado al oscurantismo, esa resistencia activa al conocimiento que, en su momento, favoreció tanto a la Iglesia como a las monarquías europeas.
El tiempo y sus consecuencias son elementos indivisibles en el tejido de la historia humana, no lo podemos soslayar. La Edad Media, ese vasto periodo que se extiende desde la caída del Imperio Romano hasta los albores de la Reforma Protestante, ha sido etiquetado injustamente como una era de oscuridad absoluta. Sin embargo, al mirar más de cerca, lo que surge no es un vacío cultural, sino un mosaico complejo donde las fuerzas del oscurantismo religioso, las luchas políticas y los destellos del pensamiento incipiente moldearon los cimientos del mundo moderno.
El término “oscurantismo” evoca un esfuerzo deliberado por mantener a las masas en la ignorancia, beneficiando tanto a las élites eclesiásticas como a las monárquicas. Esta narrativa, aunque certera en muchos aspectos, también sintetiza el panorama. La Iglesia Católica de la Edad Media no solo censuró y persiguió; también conservó y transmitió buena parte del conocimiento clásico que habría desaparecido sin sus bibliotecas y monasterios. Pero este mérito se encuentra empañado por la paradoja de haber utilizado ese mismo saber como instrumento de control.
El oscurantismo medieval no solo limitó el acceso a las Escrituras, sino también al pensamiento crítico y al progreso científico, elementos que siglos más tarde encontrarían una expresión vigorosa en la Reforma Protestante. Martín Lutero, con sus 95 tesis, no buscaba inicialmente la ruptura total con Roma, sino exponer los abusos del tráfico de indulgencias. Sin embargo, su enfrentamiento con la curia y su decisión de quemar públicamente la bula papal marcaron el punto de no retorno. Lutero no solo desafió el poder eclesiástico que lo considero de hereje por ello, sino que encendió la chispa que alimentaría, para la historia, una transformación cultural más amplia. Ahora bien no estoy exaltando la figura luteriana, sino estableciendo un punto histórico innegable y sus consecuencias en la europa de la época.
La Ilustración, que siguió como consecuencia en los siglos posteriores, fue, en esencia, un acto de resistencia contra la cerrazón impuesta durante siglos. Los pensadores ilustrados, como Rousseau, Kant o Montesquieu, promovieron la capacidad de razonar como la herramienta más poderosa para combatir la ignorancia y la superstición. Sus ideas, a su vez, influenciaron revoluciones políticas, sociales y científicas. La Ilustración nos legó los ideales de tolerancia, derechos naturales y educación como fundamentos de una sociedad más libre y justa.
Este legado, sin embargo, también tuvo su contraparte en la lucha ideológica entre religión y secularismo, especialmente evidente años mas tarde en México. La Revolución Mexicana y la Guerra Cristera cristalizaron las tensiones entre la Iglesia y un Estado que, inspirado por ideales masónicos y anticlericales (dos ordenes de pensamientos distintos), buscaba establecer un orden más laico. Figuras como Plutarco Elías Calles implementaron políticas que limitaron el poder del clero en la vida pública, generando conflictos que aún hoy resuenan en debates sobre la relación entre religión y Estado.
La masonería, como producto del pensamiento ilustrado, representó una vía alterna al dogmatismo religioso. Contrario a lo que se ha señalado históricamente, la masonería nunca ha sido una religión, ni lo pretende ser, sino una escuela filosófica y moral que promueve la libertad de pensamiento. En su concepción deísta, fomenta una relación individual con un ser supremo, sin imponer una teología específica, conviviendo activamente así miembros de diversas fes en un mismo recinto. Este enfoque contrasta profundamente con la visión teísta y dogmática de la Iglesia católica, generando antagonismos que persisten en la actualidad.
En el México contemporáneo, el debate sobre la influencia religiosa en la política y la sociedad sigue vigente. Aunque vivimos en una época de mayor libertad de pensamiento, el peso histórico de los siglos de oscurantismo aún se siente en la resistencia a la pluralidad y la libertad intelectual en ciertos sectores. La masonería evolucionada, ahora discreta más que secreta, sigue siendo objeto de desinformación, a pesar de que su influencia filosófica ayudó a moldear la idea de una sociedad basada en la razón y el progreso.
La masonería, a menudo envuelta en un halo de misterio, ha sido durante siglos un semillero de ideas, valores y movimientos que han dejado una profunda huella en la humanidad. Al ser una escuela de formación ética y filosófica, la masonería buscó liberar al ser humano de la ignorancia y promover su progreso moral e intelectual, nutriendo a figuras históricas clave que lideraron transformaciones sociales y políticas de gran calado.
En el ámbito político, la masonería tuvo un papel crucial en la independencia de varias naciones de América Latina. Personajes como Simón Bolívar, José de San Martín y Benito Juárez encontraron en las logias un espacio para discutir ideas de soberanía y autodeterminación, alejándose de los dogmas coloniales y monárquicos. En México, la influencia masónica fue determinante en el establecimiento de una república secular, como lo demuestra la labor de Juárez en las Leyes de Reforma, que separaron la Iglesia del Estado y sentaron las bases del laicismo.
La masonería también fomentó el pensamiento científico y racional en un tiempo donde las visiones dogmáticas solían reprimir la exploración del conocimiento. Muchas figuras ilustres de la ciencia y la filosofía, como Isaac Newton, Voltaire y Benjamin Franklin, fueron masones que personificaron el ideal de usar la razón para entender el mundo y mejorarlo. Franklin, por ejemplo, no solo fue un pionero de la electricidad, sino que también promovió la libertad de prensa, la educación pública y los derechos individuales.
En el ámbito educativo, la masonería contribuyó significativamente al desarrollo de sistemas pedagógicos que buscaban formar ciudadanos libres y críticos. En Europa, la masonería estuvo detrás de la creación de universidades, bibliotecas y publicaciones que difundían el pensamiento ilustrado, como la Universidad Libre de Bruselas, que nació de la rivalidad de Iglesia Católica y el Gran Oriente de Bélgica, fundada en gran parte por masones interesados en reducir la expansión de la influencia católica (oscurantista) en la Educación Superior. En América Latina, las logias masónicas promovieron la alfabetización y la educación laica como herramientas fundamentales para el progreso social.
Además, los valores masónicos de tolerancia y pluralidad impulsaron la lucha por los derechos humanos y la igualdad. Durante los siglos XVIII y XIX, las logias se convirtieron en refugios para quienes defendían la abolición de la esclavitud, la emancipación de las mujeres y el reconocimiento de la dignidad humana, sin importar la religión u origen étnico.
Por supuesto, nada es perfecto y no todos los capítulos de la historia masónica están libres de controversias. Su carácter discreto y sus rituales simbólicos han generado sospechas y teorías conspirativas. Sin embargo, estas críticas suelen obviar las contribuciones tangibles que la masonería ha realizado al fomentar una sociedad más justa y progresista.
Después de todo, en un mundo cada vez más polarizado, los principios masónicos de diálogo, respeto y búsqueda de la verdad siguen siendo pertinentes. De esa forma, la masonería nos recuerda que el progreso humano no surge del dogmatismo ni de la imposición, sino del ejercicio consciente de la razón, la cooperación y la solidaridad. Estas contribuciones, acumuladas a lo largo de los siglos, han dejado un legado indeleble que continúa iluminando el camino hacia un futuro mejor para la humanidad.
El tiempo y sus consecuencias nos recuerdan que la lucha por el conocimiento y la libertad de pensamiento no es lineal ni sencilla. Cada avance enfrenta resistencia, cada idea encuentra su antagonista, y cada época tiene sus propias formas de oscuridad. Pero también nos muestran que, al final, el pensamiento crítico y la razón son herramientas poderosas para iluminar incluso los periodos más oscuros.
David Gamboa
Mercadólogo por la UVM. Profesional del Marketing Digital y apasionado de las letras. Galardonado con la prestigiosa Columna de Plata de la APCJ por Columna en 2023. Es Editor General de ADN A Diario Network.