“Hello Stranger! Welcome to the worlds capital of Burritos & Margaritas!”
Un letrero así, desentonando con la seriedad de la actividad aduanal, con el fastidio del permanente tráfico vehicular en el cruce fronterizo, y, ¿por qué no decirlo?, burlándose del aire enrarecido que en veces se respira al querer acceder libremente a nuestro país.
Por supuesto, claro está, y a los paisanos provenientes de la carretera mexicana ya fuera su origen Chihuahua o Campeche, después del monumento del Umbral del Milenio:
¡Bienvenido paisano! ¡Bienvenido a la capital de los Burritos y las Margaritas!
El contrapunto de crítica más esperado, sería: “claro, si ya hicieron una enorme equis, estructura de acero enrojecido que se comió el dinero de millones de juarenses, pues ¿porqué oponerse a un letrerito burdo y simpático?
Precisamente, ese es el punto. Un letrero con un saludo oficial como ese, así, ocurrente, sería estupendo recibiera a los habitantes del mundo al llegar a la herida, lastimada, siempre polémica, pero sobretodo, arraigadamente heroica Ciudad Juárez, que dispersara la atención de lo negativo y que no se puede ocultar, hacia lo positivo y que se ha ignorado.
Dicho en otras palabras la ola de violencia descomunal, y su efecto directo que representa la inseguridad socioeconómica, causaron en la sociedad juarense desprenderse de las kilométricas vestimentas que portaban como el colosal gigante industrial que siempre han sido, un titán fronterizo, motor del país, que, ante la amenaza mortal latente y rabiosa, se deshizo, o mejor dicho, se desintegró en su estado original: miles de seres humanos, unos asesinados, y otros, simplemente su instinto de supervivencia les obligó a salir huyendo lejos, o muy cerca, pero ‘del otro lado’. Y otros más, permanecieron en la ciudad, esquivando baches, resguardándose de las balas, y continuando con su vida normal.
Con ello, los juarenses enviaron un mensaje claro al mundo: son una comunidad dura de roer, pero muy dura. Y mire usted: clima extremo -un frío de aquellos, y más insoportable aún es su calor sofocante y que te fríe la piel dentro del vehículo si no cuentas con aire acondicionado- tormentas de arena que se aparecen de vez en vez en plena ciudad, tapando cañerías y ensuciando todo a su paso, y, desde luego, todo bajo ese encuadre de una realidad ruda y violenta.
Pero eso ya lo sabemos.
Pero eso ya nos aborrece.
Y de eso, los juarenses y posiblemente con ellos el planeta entero ya estamos sumamente hartos de saber.
Ese es el punto. Juárez tiene cosas muy buenas que ofrecer al mundo –sí, además de su ejemplo al caer como ninguno, y se ha vuelto a poner de pie- y esas cosas buenas, permítame decirle caballero, se llaman Burritos, y se llaman Margaritas.
Un poco de historia, dividida en dos puntos:
1 – Increíble que un antojito tan simple como los burritos, algo tan consumido a todas horas en todos lados del país, se viertan tantas hipótesis sobre su origen.
Pero contrario a todo, el burrito nació en suelo juarense durante la época de la Revolución Mexicana, cuando Juan Méndez, vendedor de alimentos de aquellos tiempos, la mantenía caliente al envolverla en tortillas de harina de buen tamaño, y se transportaba en dos burros. Siendo apodado así… exactamente, como el señor de los burritos.
Y aunque hoy en día se comercialice en concepto de los burritos hasta en los Estados Unidos, no hay mejor sazón que los que se comen en Juárez.
2 – Las margaritas se inventaron en una legendaria cantina juarense de principios del siglo pasado, el Kentucky Bar, el cual tuvo mucho éxito entre los ‘gringos’ durante un largo tiempo, dado que cruzaban la frontera buscando divertirse ya que su país en aquel entonces impuso la ley seca que prohibía la venta de bebidas alcohólicas.
El Kentucky Bar, así, fue incluso visitado por una gran cantidad de personalidades: Jim Morrison, John Wayne, Elizabeth Taylor, y de otros se rumora, tal el caso de Marilyn Monroe quien visitó la ciudad e incluso se divorció en suelo chihuahuense, y Al Capone, del que también se rumora visitó el lugar, dado que el capo americano tenía negocios en El Paso y en Ciudad Juárez.
Dos tesoros nacionales, sin duda, pues a pesar de su bajo costo, forman parte de la genética del mexicano.
Y con esto nos despedimos.
Hoy el gigante se reconstruye, poco a poco, con la energía de la gente valiente y trabajadora que lo alimenta con su esfuerzo y con su esperanza de volverlo el titán que una vez fue. Pero también lo alimentan de burritos, taquitos, flautas, quesadillas, tortas, hamburguesas, y en la noche, pa’ que se aliviane, se lo llevan a beber un par de margaritas.
Con esa receta, y con el ejemplo que nos ponen los juarenses, cualquiera se levanta al día siguiente para irse a trabajar.
José M Ogaz
José Miguel Ogaz, es egresado de la Universidad Regiomontana de la Licenciatura de Comunicación Social y Maestría en Periodismo cursada en la Universidad Complutense de Madrid. Ha laborado en Milenio Radio, TV Azteca y en el departamento de Comunicación y Enlace de Medios para el otrora Senador de la República, Javier Corral Jurado.
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