México enfrenta una crisis que desgarra su tejido social en lo más profundo. Los campos de exterminio recientemente descubiertos en Teuchitlán y Reynosa no solo exponen la violencia atroz que se ha normalizado en nuestra cotidianidad, sino que también revelan el fracaso estructural y moral de un país que parece haber perdido el rumbo. Y, sin embargo, como sociedad, no podemos permitirnos el lujo de mirar hacia otro lado.
Desde el 2023, los homicidios dolosos han incrementado de forma alarmante, pero las autoridades insisten en minimizar la magnitud de la tragedia. Es una narrativa que resuena con un eco siniestro: “No pasa nada”. Ahora, en 2025, descubren dos campos de exterminio, uno de los cuales la Fiscalía de Tamaulipas, en un acto de desprecio absoluto hacia las víctimas, niega que siquiera exista. ¿Cuándo dejamos de ser humanos? ¿Cuándo el horror dejó de ser noticia?
El reporte de la Comisión Nacional de Búsqueda (CNB) es escalofriante: entre 2018 y 2024, se han localizado alrededor de 146 fosas clandestinas solamente en Chihuahua . ¿Qué significa esta cifra más allá de los números? Son madres, padres, hermanos y hermanas que cada día salen con picos y palas a buscar entre la tierra lo único que la vida les arrebató sin explicación: a sus seres queridos. Ningún ser humano debería jamás enfrentarse al desgarrador acto de buscar a un hijo entre escombros o cenizas. Es inhumano y, sin embargo, es nuestra realidad.
La deshumanización es quizá el mayor enemigo al que nos enfrentamos. Cuando descubrimientos como los de Reynosa y Teuchitlán no provocan una indignación colectiva masiva, debemos cuestionarnos como sociedad: ¿Hasta qué punto hemos sido insensibilizados? Cuando los medios de comunicación, cómplices de intereses políticos, eligen no colocar estas tragedias en las portadas, ¿a qué nivel de sumisión hemos llegado? La lambisconería y el silencio son armas tan destructivas como las que empuñan quienes perpetúan estos crímenes.
Y, sin embargo, México siempre ha sido un país que encuentra luz en la más oscura de las noches. En medio del dolor, surge la resistencia. Desde 2023, el término “Memoria” ha cobrado una fuerza única, no como un simple recordatorio, sino como un acto de rebelión contra el olvido. Cada protesta, cada marcha, cada lágrima que cae es un grito que dice: “No nos vamos a rendir”. La resistencia no es opcional; es un deber. No solo por las víctimas de los campos de exterminio, las fosas clandestinas o los homicidios dolosos, sino por el futuro de México. Un futuro donde no tengamos que vivir con miedo.
El descubrimiento de los campos de exterminio de Teuchitlán y Reynosa es una herida abierta, una que nos exige no solo memoria, sino acción. No podemos permitir que el dolor se transforme en resignación. No podemos, como ciudadanos, quedarnos callados mientras las instituciones fallan y el Gobierno mira hacia otro lado. México merece más. Las víctimas merecen más.
Es momento de mirar al pasado, pero con la mirada fija en el futuro. Desde las cenizas del horror, México puede y debe reconstruirse. No es solo una cuestión de justicia; es una cuestión de dignidad.
Callar ante estas tragedias sería traicionar no solo a las víctimas, sino a nosotros mismos. México no necesita más líderes sordos ni más discursos vacíos. Necesita ciudadanos valientes que, desde su indignación y su dolor, construyan un país donde la vida valga más que la indiferencia. El futuro de México no se escribirá desde la apatía, sino desde la esperanza transformada en acción.

Aldonza González Amador
Criminóloga y Empresaria Juarense
Actualmente Presidenta del Organismo Nacional de Mujeres Priistas en el Estado de Chihuahua (ONMPRI) y Estudiante de Administración de Empresas en la Universidad de la Rioja España.
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