El hallazgo de campos de exterminio en Jalisco y Reynosa ha sacudido la conciencia nacional, dejándonos huecos enormes en el estómago, tristeza y enojo ante la realidad: la normalización del horror y las violaciones de los Derechos Humanos…
No he podido dejar de pensar como es que logramos vivir nuestra vida cotidiana en medio de tanto sufrimiento, ante la barbarie, indolencia, impunidad y la injusticia caminando a nuestro lado. Lo peor de todo, es que esto no es nuevo, sino que lo hemos normalizado y ahí estan los tristísimos antecedentes de Ayotzinapa, San Fernando, Aguas blancas y un triste etcétera.
Lamantablemente, la deshumanización y el horror es parte de nuestra cotidianidad, pasamos al lado del dolor de las víctimas, sabemos de estas acciones de grupos criminales, de la anuencia y complicidad de autoridades en muchos casos. También conocemos de las madres buscadoras y de los colectivos en búsqueda de las y los desaparecidos ¿Y luego? Es legítima la indignación personal pero debe llevarnos a la acción para que no se repita y cuando menos a acompañarnos solidariamente ante la desolación.
En estos campos de exterminio, la vida humana es reducida a cenizas y la dignidad humana no tiene cabida. El dolor es la constante y la crueldad el ritual macabro. Reflejo de una sociedad desigual, sin oportunidades, indiferente y cada vez menos solidaria. Caminan estas realidades a nuestro lado sin inmutarnos, hasta que somos nosotros o nuestras familias las víctimas: los que faltan. La tolerancia a la desolación e injusticia parecen haberse arraigado a nuestro tejido social.
México enfrenta una crisis de desapariciones. Según el Registro Nacional de Personas Desaparecidas y No Localizadas, más de 122 mil personas han sido desaparecidas desde 1950, con un promedio de 30 desapariciones diarias en los últimos años. 122 mil vidas arrancadas de sus familias que siguen destrozadas y vivirán con el dolor de ni siquiera poder despedirse.
El Estado mexicano está fallando en su obligación de proteger y garantizar los derechos humanos más básicos. Amnistía Internacional ha instado a México a investigar estos hallazgos con rigor y a garantizar el derecho de las familias a buscar a sus seres queridos sin miedo. Sin embargo, pareciera que las fosas clandestinas y los crematorios operados por el crimen organizado se convierten en parte del paisaje.
La indolencia no es solo la falta de acción; es la aceptación tácita de que estas atrocidades son inevitables. Es la resignación y falta de empatía ante un sistema que no protege a las personas y que, en muchos casos, los abandona a su suerte como a las madres buscadoras y nos hace cuestionarnos pero que no lo suficiente para que busquemos revertirla.
Los derechos humanos no son negociables, y su cumplimiento no puede ser una opción, sino una obligación ineludible en una sociedad que se considere justa y democrática.
Es momento de romper el silencio y exigir que estas atrocidades no queden impunes. Debemos sensibilizarnos y recordar que detrás de cada número hay una historia, un rostro, una familia que clama por justicia. La lucha por los derechos humanos no es solo un deber del Estado; es una responsabilidad colectiva que nos involucra a todos. Seamos parte de la solución, de la exigencia a la verdad, la justicia, la restauración y la reparación. Sólo así recuperaremos parte de la humanidad que parecemos haber perdido…

Georgina Bujanda
Licenciada en Derecho por la UACH y Maestra en Políticas Públicas, especialista en seguridad pública con experiencia en cargos legislativos y administrativos clave a nivel estatal y federal. Catedrática universitaria y experta en profesionalización policial.
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