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    abril 11, 2025 | 9:29

    El ruido de los de siempre

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    En una democracia viva, la crítica es no solo legítima sino indispensable. El debate de ideas es motor del cambio y la vigilancia social una garantía contra el poder sin freno. Pero una cosa es cuestionar desde la razón y otra muy distinta es descalificar desde la mentira o el rencor. Y esto último es lo que hemos visto, con creciente virulencia, en algunos sectores políticos y mediáticos frente a los gobiernos de la Cuarta Transformación.

    Es claro que los avances palpables mostrados y el reconocimiento creciente del gobierno que encabeza la presidenta Claudia Sheinbaum Pardo, tanto dentro como fuera de México, han generado reacciones en las que la ciudadanía, diversa y crítica, tiene el derecho y la razón para dudar, preguntar y exigir. Tanto en la plaza pública como en la sobremesa y en redes sociales, se expresan legítimas preocupaciones sobre el rumbo del país. Esa es la democracia que queremos.

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    Los ciudadanos comunes, formados por distintas realidades y experiencias, tenemos el derecho a cuestionar, pero mientras algunos lo hacemos desde la preocupación legítima, otros lo hacen desde la desinformación, a menudo inducida.

    Muy distinto es el caso de quienes, desde trincheras políticas o medios de comunicación, se aferran sin sustento a la narrativa del fracaso, aun cuando los datos y la percepción social indican lo contrario. Son voces que, sabiendo que mienten, insisten en pintar un país en ruinas, ignorando los avances alcanzados en apenas unos meses de iniciar Sheinbaum su mandato, avances que no son promesas, sino realidades como el fortalecimiento del sistema de salud pública con cobertura universal en zonas históricamente desatendidas; el inicio del programa nacional de becas para jóvenes en formación técnica; la consolidación de la Guardia Nacional con enfoque territorial y proximidad social, y una política energética responsable que combina desarrollo industrial con energías limpias, entre otros muchos temas.

    Todo lo anterior ha comenzado a reflejarse en encuestas de aprobación ciudadana que superan el 80%, aún aquellas solicitadas por medios que sistemáticamente se manifiestan en contra de la 4T, y en un creciente reconocimiento internacional a México, desde foros climáticos hasta encuentros de cooperación regional.

    Es patético observar que esos opositores sistemáticos o críticos dogmáticos no mienten y distorsionan por falta de información, sino por exceso de cálculo. El reconocimiento de logros ajenos les resulta insoportable, porque admitir que la transformación da frutos es, para ellos, una derrota ideológica.

    Algunos comunicadores se han vuelto más operadores políticos que periodistas. En lugar de informar, editorializan desde la trinchera; en vez de analizar, descalifican. Lo mismo ocurre con ciertos actores políticos que, lejos de ofrecer alternativas, se dedican a deslegitimar esperando que el desgaste, más que las propuestas, les aporte ganancias en términos político-partidistas.

    Pero la realidad no se doblega con columnas ni con declaraciones vacías. La legitimidad de un gobierno se sostiene en los resultados y en el respaldo social. Claudia Sheinbaum ha demostrado en pocos meses una capacidad de gobierno que incomoda a quienes apostaban al caos. Y ese es el origen del ruido: no pueden con los hechos.

    Hemos llegado a un punto en el que es obligado distinguir entre la crítica necesaria y la calumnia deliberada. Entre el ciudadano que pregunta y el político que miente. Entre el periodista que informa y el opinador que manipula. Porque en esta nueva etapa del país, el verdadero reto no es solo gobernar bien, sino también resistir el golpeteo de quienes no soportan que México avance sin ellos.

    La mayor resistencia al cambio se presenta en ciertos políticos, comunicadores y opinadores profesionales que han decidido apostarle al descrédito sistemático y en la medida en que su credibilidad se erosiona su discurso se vuelve más virulento, más estridente, más desesperado. Ya no analizan: atacan. Ya no cuestionan: distorsionan. Acusan sin pruebas, y cuando las pruebas los desmienten, cambian de tema. Les incomoda que el país avance sin su permiso.

    Algunos medios que en otro tiempo marcaron la agenda pública, hoy se han convertido en cajas de resonancia de la frustración de una élite que perdió privilegios. Columnistas que antes presumían independencia, hoy repiten líneas partidistas con disfraz de crítica. La virulencia de su discurso no refleja poder, sino debilidad: cuando ya no convencen, solo les queda gritar más fuerte.

    Y mientras tanto, la mayoría de las y los mexicanos sigue construyendo, confiando, exigiendo también, pero desde una realidad que reconoce los avances sin dejar de señalar los pendientes.

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    Pedro Torres

     


    Las opiniones expresadas por los columnistas en la sección Plumas, así como los comentarios de los lectores, son responsabilidad de quien los expresa y no reflejan, necesariamente, la opinión de esta casa editorial.

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