Muchas veces he escuchado aquella frase que dice que los jóvenes somos el futuro, y por lo tanto debemos prepararnos para cuando llegue nuestro tiempo.
La pregunta es: ¿cuándo llega nuestro tiempo? ¿Qué parámetro o mediciones nos indican que nuestro tiempo ha llegado? Y es que por mucho que esperemos, siempre se agradece un impulso anidado en el corazón de la juventud que lo mueva a actuar, a participar.
Recuerdo también que hace pocos años platicaba con algunos compañeros de trabajo sobre algunos de los proyectos que me gustaría encabezar, pero en el que obviamente sería necesaria la participación colectiva; pues uno puede hacer el esfuerzo, pero de todos es el mundo y todos podemos aportar.
Las opiniones fueron muy variadas pero la mayoría en el mismo sentido: tanto idealismo impacta con la realidad. “Muy difícil lo que propones” decían. “Esta sociedad ya está perdida, no hay nada que hacer” agregaban. “Sigue soñando” decían los más pesimistas.
Frente a este universo de negatividad, un elemento acompañaba a quienes afirmaban que nada se podía hacer; la edad. Aquellos eran hombres y mujeres en edad adulta avanzada. Sería injusto, claro, generalizar. También hay adultos entusiastas y jóvenes pesimistas, pero parece que esas combinaciones son minorías.
Algo ha sucedido que quienes llevan mayor tiempo en este mundo han perdido la fe y la esperanza en él. Todos somos responsable de ello. Ante esto, ¿qué hacer? Las opiniones derivadas de experiencias de vida son muy válidas, pero no deberíamos intentar frustrar el anhelo de cambio y de una vida mejor que persiguen las mentes y almas jóvenes.
Es en ese encuentro de espiritualidad, donde se funden los sueños y el significado de vida cobra sentido. La juventud entonces no es únicamente de cuerpo, sino de mente y corazón. Quien mantiene aquellos abiertos, ha alcanzado ya la gloria, pues hemos venido a amar y a soñar, ha superar la adversidad y alcanzar metas, es así como se logra la felicidad.
Leía en algún momento de mi vida a José Ingenieros y su obra El Hombre Mediocre. En ella el autor hace referencia a aquellos que han perdido la esperanza en una vida mejor y prefieren una vida en la sombra. Lo peor de ellos no es su estilo de vida, sino que intentan impregnar de su negatividad en quienes sí buscan un cambio favorable para la sociedad.
No dejemos pues, que la lucha termine. Tomemos el consejo de quien mediante la experiencia busca ayudarnos, pero guardemos distancia con la indiferencia y el derrotismo. No creamos que no hay nada por hacer. Los grandes cambios empezaron por un sueño, que con energía y vigor contagió de optimismo a quienes abrieron su corazón y mente. No esperemos el momento; nuestro momento ha llegado.
A los jóvenes escribo, no perdamos nunca el romanticismo. Busquemos mantenernos románticos a una idea que abrazar el derrotismo,y si este llega, intentemos no contagiar a quien sí busca hacer las cosas diferente. No perdamos de vista que no somos el futuro, y que no podemos esperar a que nos den la oportunidad.
Retomo un pensamiento del instituto político que me ha visto crecer: demos a la patria esperanza presente.
Luis Carlos Casiano
Lic en Ciencia Política. Diplomado en Políticas Públicas y Prevención del Delito. Estudiante de Maestría en Administración Pública. Funcionario público municipal.
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