Categóricos, soberbios, imperativos.
Creyentes de traer siempre la verdad en sus alforjas, los reduccionistas tratan de imponer sus criterios y opiniones como si sus veredictos fuesen el tope de la verdad.
En tratándose del proyecto de instalación de la mina de cobre de Samalayuca, se ha escrito: “No existe, no ha existido y no existirá una mina sustentable o ecológica” (Santiago González Reyes). Y luego, recalca: “Los beneficios son mínimos y temporales para las comunidades que los albergan, pero sus efectos son para siempre.”
Otro dogmático de nuestra aldea, pontifica: “los que apoyan la instalación de la mina, o son ignorantes, o corruptos”. (Hernán Ortiz)
Y tras ellos, “Las agrupaciones que se manejan como enjambres.” Categoría de Zigmund Bauman.
Alóctonos que tratan de avasallar a los autóctonos de Samalayuca.
Promotores de mixofobias.
Tremendistas que no admiten posibilidad de que se pueda crear un modelo sustentable de mina de cobre, y acuden al terror para evitarlo.
Para cambiar nuestra vida debemos cambiar nuestra manera de vivir. Buscar nuevos derroteros.
Es una prioridad absoluta. Y no lo digo yo lo han dicho José Saramago, Zygmunt Bauman, Ricardo Mazzeo y otros autores de talla universal.
El encontronazo contra las fuerzas antagónicas pseudo ecologistas no es de hoy, ni exclusivo de la frontera. Y mucho se ha escrito sobre el tema.
De la cerrazón mental a la revolución de las ideas hay un terrible abismo.
Cadenas esquismogenéticas
«La violencia, la falta de humanidad, la humillación, y la victimización, desencadenan lo que Gregory Bateson llama cadenas esquismogenéticas, que son auténticos nudos gordianos y robustos que se resisten a ser desatados o cortados por muy eficaz que sea la espada que uno empuña.» dice Bauman.
En esta aldea, somos espectadores, hasta que surge una oleada de sentimientos neotribales, magnificados y nutridos por los miedos, cada vez más profundos.
Y en la mixturización de la sociedad, se enfrentan dos fuerzas mentales, la fuerza de los asediantes contra la fortaleza de los asediados, en terrenos donde unos atrancan la puerta para defenderse, y otros, la quieren derribar con violencia.
Porque en la teoría de las cadenas esquismogenéticas, hay dos categorías: una simétrica en la que las partes en conflicto asumen una posición tendiente a lograr la superioridad sobre la otra.
Y la segunda categoría complementaria, cuando las actitudes en ambas partes del conflicto se oponen la una a la otra de tal manera que se refuerzan del modo recíproco; (arrogancia vs. sometimiento) cuanto más se aferra una parte a su posición, más se intensifica y exacerba la otra.
Y luego un tercer nivel que lo conforman sólo las personas capaces de saltar de una oportunidad a otra, capaces de actuar en condiciones de incertidumbre, capaces de olvidar emociones que un día fueron importantes, pero que ahora son irrelevantes, sólo estas personas sobreviven y alcanzan el éxito. En este sector se encuentran los aborígenes de Samalayuca, los siempre olvidados, pero ahora hostigados. Condenados por los reduccionistas a nunca salir de la miseria, con el pretexto de atentar contra el medio ambiente.
(Gregory Bateson en su libro «Pasos hacia una ecología de la mente», Buenos Aires, Lohlé-lumen. 1998).
Oponerse con suposiciones terroríficas es una depravación.
No se ofendan, esta ‘depravación’ la contextualiza el fallecido filósofo, Bauman, así.
Zigmund Bauman, en «Sobre la educación en un mundo líquido» (Ed. Paidós. 2017) dice: «la depravación es la estrategia más inteligente para el desposeimiento.
Es la técnica de la depravación que fabrica estas regiones de neets, o ninis. Una técnica insidiosa, una técnica que convierte en placentera la constante privación y que genera una servidumbre, que es percibida y sentida como libertad de expresión.»
Recomienda, obrar con cautela contra estas hordas negativas, porque en un abrir y cerrar de ojos, se transforman en pirómanos del desarrollo económico.
Aquí tenemos ejemplares visibles. Nuestros reduccionistas locales.
Ojo con ellos.
Raúl Ruiz
Abogado. Analista Político. Amante de las letras.
CARTAPACIO, su sello distintivo, es un concepto de comunicación que nace en 1986 en televisión hasta expanderse a formatos como revista, programa de radio y redes sociales.
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