Crónica de un cierre, de un concierto bajo la lluvia
Hidalgo del Parral, Chih. – Esta crónica quizá debió haber sido escrita en un pentagrama, en donde no usáramos las letras sino los símbolos musicales de las corcheas, negritas, blancas, redondas, etc. y en cuyo texto nos viésemos obligados a leerlo en el teclado de un piano o en las cuerdas de alguna guitarra, porque, la campaña de Romeyno Gutiérrez empezó con la música y concluyó de la misma manera.
El Parque Estación fue el escenario lluvioso en donde el candidato dio su último paso en esta campaña, el cual no fue con sus pies ligeros, sino con sus dedos en derrotero sonoro de franjas blancas y negras.
En el Parque Estación el cielo nocturno se dilata, se abre como un rumor de olas por el agua que caía, entre alguna tonada de Mozart, Beethoven, Chopin o Schubert.
Las estrellas se nos revelan en un cielo nublado como un camino celeste con la cadencia y la melodía de los cantos y danzas ancestrales del pueblo rarámuri, mientras que Romeyno, sin percatarse, logra hacer con un dedo en la nota indicada, pintar el paisaje sonoro de su último concierto de esta contienda electoral.
Desde la mañana y en el transcurso de la tarde, se acomodaron las sillas, las luces y el piano. Una historiografía de los sonidos de este Parque Estación se tendrá que recopilar el ruido de las locomotoras que pasaron por última vez, los pasos pétreos de los mineros, el trote de los caballos de los revolucionarios, las innumerables lluvias, el murmuro de la hojarasca, hasta llegar a este punto en donde esa línea de sonidos se encadena a las piezas clásicas y los cantos antiguos de los rarámuri, interpretados por el pianista Romeyno.
El escenario está listo, permanece en silencio por uno momento más. Las sillas empiezan a ser ocupadas, por el público, entre ellos simpatizantes de candidato a la diputación federal por el IX Distrito, aspirantes del partido naranja para renovar los distintos cargos, gobernador, presidente municipal, diputado local y síndico.
Romeyno antes de empezar a tocar el piano, se encuentra en un cielo lluvioso. La gente se refugia en lo árboles, en los tejados y sus autos. El agua calma sus ansias y el concierto se retoma sobre un suelo mojado y un viento que corre fresco entre las ropas y los sonidos de las melodías.
Romeyno agradece la asistencia perseverante del público ante el clima y el apoyo de la ciudadanía. En su presentación nos hace teorizar sobre la música y la política, sobre las fronteras falsas que se le han impuesto a ambas disciplinas.
La música se religa con la política en su discurso, retornamos a los coros trágicos de la antigua Grecia, de aquel teatro que configuraba la polis y la democracia de aquella época; a las danzas de los pueblos originarios, donde el sentido comunitario se manifiesta en esas tradiciones y la necesidad de replantear estructuras más horizontales en la política con la filosofía del kórima.
El candidato interpreta con su rostro sereno pero alegre las piezas clásicas y de su autoría, sus manos se mueven sobre las teclas del piano, parecen nadar sobre una alberca olímpica, se hunden en las notas, toman respiros en los intersticios que ocupa el silencio.
Sus dos hijos lo miran, el más pequeño, de dos años de edad, es la primera vez que encuentra a su padre en el piano, hablándole con la música, con un tercer lenguaje que se suma al rarámuri y al español con los cuales le nombra el mundo diariamente.
Antes de tocar su última pieza, el pianista le pide unas palabras al candidato a la gubernatura, Alfredo Lozoya.
El exalcalde de Parral externa su admiración hacia el candidato a la diputación federal, su admirable historia de lucha y su confianza en que por fin habrá alguien que haga justicia a los pueblos del Chihuahua profundo y agradece a los candidatos y ciudadanos de Parral, principalmente a Sol Sánchez, por su esfuerzo en llevar el proyecto naranja a todos los rincones del estado.
“Hoy tenemos en esta ciudad una responsabilidad histórica de concretar este proyecto en todo Chihuahua”, dijo.
El candidato recuerda su recorrido por este distrito, en el cual la presencia del piano fue crucial para acercarse a la vida social y emocional de la gente.
Rememora aquella tarde en que tocó el piano en un aserradero de Parral, las noches estrelladas con aquel instrumente en Santa Bárbara, la música bajo las extensas ramas del Parque Tutuaca, el piano en lo alto de las majestuosas Barrancas del Cobre, donde el canto de dos culturas inundó el paisaje, los wixárika con el niño y cantante Yuawi y con él entonando parte de la canción en rarámuri.
El pianista toca la última nota, quizá era un sol mayor. El público aplaude al candidato, su discurso que termina en la música, en la expresión más honesta del futuro legislador.
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