Esperanza, es prácticamente lo único que tienen y lo último que esperan perder. Por su bien, por su familia y por su futuro.
Ciudad Juárez, Chih. – (Antoni Belchi / VOA) Son casi las 10 de la mañana. Es viernes, pero aquí nadie piensa en el fin de semana. María Dolores Aguilera de Fierro, una de las impulsoras del albergue “El Buen Samaritano” en Ciudad Juárez, se dispone a servir el desayuno. Más de 120 migrantes de América Latina, muchos de ellos de El Salvador, Honduras, Brasil y Venezuela, llevan varios meses viviendo ahí.
Su esposo, el pastor Juan Fierro de la Iglesia Metodista de México en esta ciudad, hace varios años que decidió ayudar a los miles de migrantes que, después de una larga travesía, esperan que el Servicio de Inmigración y Control de Aduanas de Estados Unidos les dé luz verde para entrar de manera legal al país norteamericano.
Ha convertido su templo, que años atrás solo se usaba para la oración, en un refugio para aquellos que, solos o con familia, sin dinero y con muchas necesidades, están lejos de su país y desamparados.
“Las circunstancias de ahora, la cuestión migrante, nos ha llevado a poder atender a las familias que están llegando. Estamos acondicionando este lugar para poder recibir a familias completas, hombres solos, mujeres solas, etc.”, relataba el hombre, nacido en Ciudad Juárez.
Todos son bienvenidos
Confiesa que su mayor satisfacción es haber sido capaz de levantar este lugar “sin presupuesto” y haberse convertido en uno de los albergues más conocidos de la zona, al que muchos acuden en busca de su ayuda.
“Hemos llegado a tener hasta 260 migrantes en este lugar y ahora tenemos 120. Es una satisfacción ver que hay suficiente provisión de alimentos, que tenemos suficientes cobijas, colchonetas y material de higiene y limpieza”, decía.
Adela Abigaíl, una salvadoreña que lleva varios meses durmiendo en este templo, admite tener confianza en el proceso y espera que toda la lucha valga la pena. “Dios puede hacer un milagro que pueda cambiar todo”, explica la mujer que vive separada de sus tres hijos desde hace cuatro años porque viven en Estados Unidos.
“Hace dos años que mi hija mayor tuvo dos hijos y quiero conocer a mis nietos”, comenta emocionada mientras recuerda que aún espera la cita con la corte de inmigración para que le digan si finalmente tiene permiso para entrar al país.
“No puedo regresar a mi país de origen”
Edwin Azúcar, otro salvadoreño, lleva 4 meses en Ciudad Juárez y dos en este albergue. “Ya no puedo volver (a El Salvador), en mi país no me espera nada bueno, lastimosamente es una realidad que estamos viviendo, aunque políticamente se hable diferente”, indica aludiendo al nuevo presidente Nayib Bukele, que llegó al poder con la esperanza de dar un aire nuevo a la política nacional.
Viven en la incertidumbre: sin saber qué va a pasar mañana, pendientes de la corte de inmigración, que tiene la última palabra sobre su futuro. Y están en Ciudad Juárez, una de las zonas más peligrosas de México, que aún registra altos niveles de criminalidad.
“La vida aquí es muy peligrosa, aquí no se libra ni la gente de México. Imagínate si van a tener lástima de un inmigrante. Jamás”, explica Amilka Joel, otro centroamericano que no tiene problemas en describir “pesadilla” de vivir en esta ciudad marcada por los asesinatos y los secuestros.
Pero hay esperanza, es prácticamente lo único que tienen y lo último que esperan perder. Por su bien, por su familia y por su futuro.
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