No es que Chile tenga especial afición por los símbolos y las imágenes repetidas, pero la historia de este pequeño país es pródiga en coincidencias. Hoy asumió el poder en el país Michelle Bachelet, la única mujer en ganar la presidencia chilena, y lo hizo por segunda vez.
Bachelet ya gobernó entre 2006 y 2010. La ironía es que ahora recibió el poder de la misma persona a quien se lo entregó hace cuatro años: Sebastián Piñera, el primer presidente de derecha elegido democráticamente en 50 años.
Y la banda presidencial, símbolo de la autoridad, le fue entregada por la nueva presidenta del Senado, Isabel Allende, hija de Salvador Allende, el presidente derrocado hace 40 años y cuyo dramático final, un suicidio en medio del asedio militar al palacio presidencial de La Moneda, fue el inicio de la más larga dictadura vivida en la historia del país.
Dos mujeres socialistas y agnósticas –Michelle Bachelet e Isabel Allende- y un hombre de derecha y católico son los protagonistas de un cambio de mando cuyos símbolos estarán llenos de significado.
Y para no olvidar de qué país se trata, en los últimos días se han hecho sentir múltiples temblores –uno de ellos de 5,3 grados en la escala de Richter- que recuerdan la telúrica ceremonia de traspaso de mando de hace cuatro años, pocos días después del terremoto del 27 de febrero de 2010, en la cual Bachelet le pasó la banda a Piñera en un salón cuyo piso literalmente se movía por las fuertes réplicas y mientras la población de Valparaíso, el puerto sede del Congreso, huía hacia los cerros por temor a un tsunami.
País insatisfecho
El edificio del Congreso, por cierto, fue mandado a construir por el propio general Augusto Pinochet, aunque nunca funcionó hasta el inicio de la transición, encabezada por el expresidente Patricio Aylwin, en 1989.
Bachelet, una médico pediatra que sufrió la detención, tortura y exilio en la ex RDA (República Democrática Alemana), es vista como la antítesis de Piñera, ingeniero comercial posgraduado en Harvard y dueño de la séptima fortuna personal del país.
Bajo la atenta mirada de una decena de presidentes y dignatarios extranjeros –desde Enrique Peña Nieto hasta Joe Biden-, la derecha chilena entrega un país ordenado en sus cuentas económicas, pero paradójicamente insatisfecho con el modelo que le ha permitido acercarse a las puertas del desarrollo. Como demostraron los estudiantes que marcharon durante todo 2011 y parte de 2012, los hijos de crecimiento económico quieren que la riqueza se reparta mejor.
Un gobierno de centroderecha que ha hecho de la libertad su emblema le pasa el testigo a otro de centroizquierda cuyo propósito es la igualdad. Uno, el de Piñera, que privilegia el crecimiento cede su lugar a otro, el de Bachelet, que apuesta fuerte por la redistribución. De un gobierno que se definió a sí mismo como “de excelencia” y que llenó el gabinete ministerial de profesionales con doctorados en el extranjero a otro que se define como “de nuevo ciclo”, en el que abundan los profesionales que vienen de universidades de fuera de la capital.
“Nuevo ciclo”
Los hombres fuertes de cada gobierno ilustran el cara y sello de ambas administraciones. El de Piñera fue Rodrigo Hinzpeter, un exitoso abogado titulado en la Universidad Católica, una de las más tradicionales del país, fundador de Renovación Nacional (el partido de Piñera), miembro de un prominente estudio jurídico chileno y especialista en inversión extranjera, fusiones y adquisiciones.
El de Bachelet será Rodrigo Peñailillo, un joven ingeniero comercial titulado en una universidad de Concepción, nacido en una humilde provincia del sur que hizo carrera como dirigente universitario y que en los últimos años estudió un master en análisis político en la Complutense de Madrid.
Incluso en los estilos, este cambio de mando es simbólico: de los traje sastre de las mujeres del gobierno de Piñera a los estampados presentes en muchas de las colaboradoras de Michelle Bachelet. Ella misma ha sufrido un cambio radical en su estilo: de los trajes austeros y monocolor de su primer gobierno a un estilo más suelto y colorido, que fue definido como “pachamámico” por Luz Briceño, presidenta del gremio de diseñadores de moda chileno.
Bachelet se ha comprometido con un programa audaz y profundo que ella ha definido como “de nuevo ciclo”: una reforma a fondo a la educación, para mejorar la igualdad de oportunidades; una reforma drástica al sistema tributario, para financiar esa reforma; y un cambio a fondo de la Constitución para desmontar la parte aún vigente del modelo fijado por el régimen de Augusto Pinochet.
Todo lo contrario de las prioridades de Piñera, que fueron mejorar el empleo, retomar el ritmo del crecimiento y combatir la delincuencia. En palabras de Piñera, su propósito fue “sacar al país del letargo, despertarlo de la siesta”.
Aunque son como el agua y el aceite, Bachelet y Piñera han mantenido una relación cordial en los tres meses que median entre la elección, el 17 de noviembre, y el cambio efectivo de mando. Se han reunido al menos en tres ocasiones, una de ellas un desayuno en casa de Bachelet, y han debido compartir criterios en relación al crucial fallo del tribunal internacional de La Haya, que el 27 de enero pasado resolvió una disputa entre Perú y Chile por el límite marítimo.
Y si las predicciones políticas de múltiples analistas se cumplen, en cuatro años más podrían volver las escenas repetidas, ya que Sebastián Piñera podría presentarse como candidato de la derecha en 2017 y, si gana, recibirá la banda presidencial por segunda vez de las mismas manos, de Michelle Bachelet. Ojalá, eso sí, que no se repita el terremoto.
Con información de BBC.co.uk
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