Estados Unidos (VOA/Rafael Salido) – Poco después de que se confirmara que el exvicepresidente Joe Biden se proyectó como vencedor en la contienda electoral en Pensilvania, una victoria que le abre las puertas de la Casa Blanca, el presidente Donald Trump descartó que las elecciones hayan concluido aún.
No obstante, el presidente y su equipo de campaña, tienen sus esperanzas depositadas en una serie de procesos judiciales abiertos en varios estados en relación con el escrutinio de votos; en algunos casos para parar el conteo y en otros, para no aceptar determinadas papeletas por correo.
“Empezando el lunes, nuestro equipo de campaña comenzará a litigar ante los tribunales para asegurarse de que las leyes electorales son respetadas plenamente y de que el justo ganador sea elegido”, agregó el mandatario en el comunicado.
Trump asegura que esa será “la única manera” de garantizar que el pueblo estadounidenses tenga “plena confianza” el el proceso electoral. También sin evidencias, el aún presidente va más allá al acusar a la oposición, el Partido Demócrata, de querer que computen “papeletas fraudulentas, fabricadas o emitidas por votantes fallecidos”.
Desde el pasado martes, cuando se celebraron los comicios, el presidente Trump viene insistiendo en que se están cometiendo irregularidades, sin embargo, no ha aportado ninguna prueba. Las elecciones contaron con la participación de observadores internacionales que han descartado que se produjeran incidentes que cuestionen la legitimidad del proceso electoral.
El broche de una atípica campaña
El resultado en Pensilvania pone un punto y final definitivo a la que posiblemente haya sido la campaña más atípica de la historia del país, una contienda política marcada por la polarización, las imágenes para el recuerdo y, sobre todo, por una pandemia que al día de los comicios se había cobrado la vida de más de 230.000 estadounidenses.
El coronavirus –y más concretamente la gestión del brote por parte de la Administración- se volvió uno de los grandes caballos de batalla de Biden, que en numerosas ocasiones criticó al republicano por minimizar su riesgo por puro interés político. Trump, por el contrario, defendía que su rápida actuación, al restringir la entrada de viajeros procedentes de China, había salvado millones de vidas; el republicano declaró la guerra “al virus chino” y responsabilizó a Beijing de lo ocurrido.
Además, la animadversión que se profesaban ambos candidatos no solo era evidente, sino que todo el mundo pudo verla en vivo y en directo ya en el primer debate presidencial, un cara a cara que pasará a la historia por las constantes interrupciones. Trump acusó a Biden de simpatizar con la “extrema izquierda”, mientras que el demócrata llegó a tildar de “payaso” al mandatario y le acusó de ser “el peor presidente que Estados Unidos ha tenido jamás”.
En realidad, ambos aspirantes no hacían más que poner rostro a una polarización que se ha visto exacerbada en los últimos meses debido a episodios como la muerte de un afroestadounidense a manos de la policía, George Floyd, que desató una oleada de protestas por todo el país; o los constantes recordatorios por parte de las agencias de inteligencia de que agentes extranjeros volverían a tratar de medrar en los comicios, tal y como hicieron cuatro años atrás.
Pero sin duda, el factor que más puso de manifiesto esa marcada división entre ciudadanos republicanos y demócratas, fue el día a día de la pandemia. Medio país llevaba mascarilla por precaución y evitaba eventos multitudinarios, tal y como aconsejan las autoridades sanitarias estadounidenses; Biden era uno de ellos. La otra mitad, alentados por un presidente que llegó a contraer la covid y la superó en pocos días, defendía la vuelta a la normalidad.
Y así llegó el 2 de noviembre y con ello, la apertura de las urnas para unos comicios que más que unas elecciones generales se interpretaron desde un primer momento como un auténtico plebiscito a Trump y a una manera de hacer política. Hoy, finalmente, el pueblo se ha expresado. Queda por ver cuándo sanarán las heridas.
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