“¡No debería parecer tan feliz y luchar por las mujeres!” Fue la expresión de una mujer madura que desconfiaba de mi imagen parlanchina y alegre, tratando de encuadrarme en la descripción del puesto de “defensora”, como si, ante tanta inmundicia, no quedara más remedio que opacarse.
Un par de días después del 8 de marzo de este año, lanzamos un proyecto ambicioso, un cambio de mirada que trata de impulsarnos con aprendizajes de primer nivel, experiencias transformadoras, diversión, alegría y reconocimiento. Un Congreso Nacional que nos hermanará con mujeres de otras latitudes del país, pero, sobre todo, que trata de ponernos en el lugar que nos merecemos, más allá de ser mujeres, madres, profesionistas, empleadas o defensoras; simplemente, seres humanos dignos de felicidad, paz y prosperidad.
¿Qué dirá mi non-amiga en cuestión cuando nos vea llegar renovadas, poderosas, renacientes y, por supuesto, muy, muy contentas? Tal vez piense que no encuadramos en la sociedad, pues se han acostumbrado a vernos luchar en la calle, llorar en la casa, bajar la mirada en las oficinas y esperar que la próxima política nos devuelva la alegría con paliativos de leyes y programas. Dirá que solo fuimos a cotorrear, minimizando nuestra valía y crecimiento humano.
Es posible que crea que somos insensibles ante el dolor de otra mujer, sin considerar que tendremos armas suficientes para apoyarnos realmente, pues nadie que sea débil podrá proteger lo que más ama.
En este sencillo ejemplo pude constatar que, a pesar del gran número de doctrinas religiosas o filosóficas que han surgido en nuestra historia por milenios tratando de moldear nuestro sistema de creencias y orientarnos a la aceptación de la realidad para vivir mejor, seguimos caminando en la resignación, intentando imponer nuestras visiones sobre otros.
Estas enseñanzas milenarias coinciden en que no es posible una transformación externa sin un verdadero cambio interior, tal como lo describía Julio Verne: “El viaje más maravilloso no es al centro de la Tierra ni a los confines del universo, sino al fondo de uno mismo”.
Un cambio que no solo es perceptible ante las risas y la ligereza de un carácter, sino ante la apertura, la sensibilidad y la humildad para comprender otras visiones y, si no nos es posible adoptarlas, por lo menos aceptarlas.
La aceptación es una forma de vida, es la construcción diaria de agradecer lo que tenemos con alegría y, a partir de ahí, ir en busca de más y mejores cosas, condiciones y estadios para todos.
Cuando aceptamos nuestro contexto social, la humanidad del otro y la expresión positiva de lo que sí hay, estaremos en la condición de trasladarnos a lo bueno. La buena actitud nos prepara constantemente para vivir mejor, nos acostumbra y nos da la confianza de que siempre habrá más.
La crítica, el enojo y la envidia nos conducen a la resignación.
Resignarse es creer que los estereotipos son más poderosos que la voluntad humana para crecer. Es esperar que el marido cambie, deje de ser mujeriego y alcohólico para, entonces, encontrar tranquilidad y lograr la eliminación de la violencia doméstica.
Es buscar los cambios en los demás para que no transgredan mis ideas ni mi zona de confort. Resignarse es permitir que, ante tanta decepción diaria al recibir tanto de afuera, la tristeza nos invada, la desesperanza nos agobie y la mala vibra nos pulule.
Resignarse no solo es no hacer nada, es no dejar que los demás hagan su propio intento.
Me resisto a resignarme, me enfilo en la aceptación y en la búsqueda de nuevas locuras que nos hagan crecer, y alisto las maletas para el viaje de la transformación, El poder de renacer.

Rocío Saenz
Lic. En Comercio Exterior. Lic. En Educación con especialidad en Historia. Docente Educación Básica Media y Media Superior, Fundadora de Renace y Vive Mujer A.C. Directora de Renace Mujer Lencería, Consultora socio política de Mujeres.