En verdad agradezco a todas las personas que me han hecho el honor de acompañarme hasta aquí. Eso quiere decir que de alguna manera el lector comparte mi opinión acerca de lo escabroso que puede llegar a ser el lenguaje, y lo poderoso que es la manipulación a las personas mediante el mismo. Día con día lo comprobamos, lo sufrimos y lo utilizamos. El artículo que está usted leyendo es la culminación de la serie “Argumentos falaces, opacidades encubiertas”, sin embargo espero que no sea el final de la discusión y el análisis del tema, al menos a nivel introspectivo. Deseo sinceramente que este bosquejo introductorio haya provocado, cuando menos, un sano escepticismo en quien tuvo la paciencia de leerme.
Hoy me gustaría tratar dos falacias muy comunes y peligrosas: la estadística de números pequeños y la “sabiduría popular”.
¿Alguna vez ha asistido a algún casino? Esos edificios con máquinas tragamonedas, ruletas, bingo y demás parafernalias de juego que ahora existen en las principales ciudades del país y que abundan como hongos después de la lluvia en nuestras fronteras del norte.
Si lo ha hecho, concordará conmigo en que un sinnúmero de personas va ahí con la esperanza de obtener algo más que una bebida a bajo costo y la resaca posterior al notar el bajón a su quincena después de horas de apostarle a una máquina “que no da nada”. Independientemente de toda una colorida sociología del juego, el observador puede detectar varias curiosas aseveraciones de los empedernidos jugadores que “ya merito se traían al gordo a la casa” (y advierto que no soy yo pues no acostumbro visitar esos lugares). Varias de las más comunes: “llevo media hora en esta máquina y no me ha dado nada. Pero no puedo dejarla, porque ya mero me toca”, o bien: “tiré los dados 3 veces y obtuve 2 cincos y un siete. Llevo racha de suerte porque se nota que me siguen los cincos”. Eso, estimados amigos, es el argumento de la estadística de los números pequeños. La trampa es creer que forzosamente un evento tiene que suceder “porque le toca”.
Cada evento tiene una probabilidad, en el caso de los dados, cada lanzamiento es independiente del evento anterior (a menos, por supuesto, que los dados estén cargados artificialmente) y por tanto la probabilidad de que aparezca cada uno de los números es la misma. Esto tiende a quedar claro conforme aumenta el número de lanzamientos. Por eso la ciencia maneja un universo muestral, una muestra representativa del mismo y considera una serie de cálculos como la base que sustenta una afirmación. Y para los estudios de caso también contempla hechos que generalmente son obviados por las hipótesis sin sustento que hacemos a priori cuando esperamos pagar nuestra hipoteca con lo que salga de la maquinita que tenemos enfrente.
Existen, por supuesto, variantes más peligrosas de este argumento. ¿Cuántas veces ha escuchado a alguien el generalizar a partir de un único caso en específico? ¿Cuántas más ha servido este argumento de pretexto para las cuestiones más viles y atroces de la historia? A mí me asaltaron una vez. El asaltante era de tez morena. Ergo: cuídate mucho de los “prietos” porque todos son asaltantes (¿Verdad señor Trump?). Recuerdo el delicioso diálogo de la película Dead man walking (“Hombre muerto caminando”) entre Susan Sarandon y Sean Penn: A mí me caen mal los negros, decía el personaje de Penn. ¿Por qué?, argüía el personaje femenino. Por flojos, espetaba de nuevo el actor. ¿Le caen mal los blancos flojos?, le decía Susan Sarandon, a lo que Penn le contestaba que sí. Ah, entonces a usted no le caen mal los negros, le caen mal los flojos, cerraba la dama que veía a un pensativo hombre en la celda de los condenados a morir.
Es sumamente común criticar la ciencia médica por no aceptar los “milagros” de la oración, de las “terapias alternativas” y por lo “cerrados de mente” que son los científicos cuando se les plantea que la tía de la novia de la prima de un amigo (que ya no vive aquí ni tuvo nada que ver, pero me lo contó) estaba totalmente desahuciada de cáncer y milagrosamente, dándole bicarbonato de sodio con limón y un diente de ajo en la mañana, se curó por completo de forma inexplicable y dejando perplejos a todos los incrédulos médicos que la trataron. Por lo tanto, todos deberíamos tomar bicarbonato, o ir al Reiki, o a la acupuntura o al menos a con Don Chano el sobador porque ellos si nos van a curar (porque lo que son las farmacéuticas tienen un complot con los Illuminati y los extraterrestres para hacer dinero a costillas de todos, ¿verdad?). Por lo demás, como dice la sabiduría popular, “si bien no le hace, pues mal tampoco”.
Con todos sus acotamientos, la ciencia médica es lo mejor que hemos producido como humanidad. Nadie niega la utilidad de la herbolaria, de la empatía humana, del alivio psicosomático que causa el que mamá nos arrope en casa y nos dé un delicioso caldito de pollo cuando estamos enfermos. Sin embargo, es precisamente el hecho de la ciencia médica se ocupe de todo lo no-subjetivo lo que le da su valor: estudios clínicos estadísticamente representativos a doble ciego, grupos control, investigación biomédica, trazabilidad de compuestos químicos en la fisiología humana, los métodos de higiene en la salud pública y en general la aplicación del método científico es el sustento que nos ha permitido doblar la esperanza de vida en los últimos 60 años. Fue el estudio serio, objetivo y sistemático el que nos permitió como humanidad desarrollar los antibióticos que usamos contra las pandemias, los procedimientos médicos que permiten crear biomateriales para prótesis y cateterismo, las síntesis artificiales de productos químicos usados en un sinnúmero de padecimientos y las operaciones con rayo láser que nos devuelven el placer de la observación del mundo después de las sombras de las aberraciones oculares. Con todo y que son un negocio, debemos a las farmacéuticas un sinfín de productos que han hecho nuestra vida mucho más tolerable. Todo es perfectible, pero eso es lo hermoso de la cuestión: siguen ensanchándose los límites de nuestro conocimiento y de nuestra concepción del universo tan solo haciéndonos las preguntas correctas. El no practicar el escepticismo ha creado verdaderos monstruos tales como la charlatanería de las “terapias alternativas”: retrasan los tratamientos médicos al punto de complicar una recuperación total (como el cáncer pancreático de Steve Jobs, que pudo ser tratado a tiempo, pero se agravó irremediablemente al intentar curaciones milagrosas con dichas pseudoterapias al punto de matarlo) y diseminan peligrosamente conceptos erróneos sobre la salud humana, la nutrición y el bienestar. Hay que ser tajantes al respecto: la estadística habla de muestras significativas, de números muy grandes de casos clínicos que deben respaldar una hipótesis, y de que aun así, siempre se debe de estar alerta a las desviaciones de los casos “típicos”. Todo lo demás son interpretaciones subjetivas de personas que desconocen la evolución clínica de los casos y obvian sustentar científicamente lo que afirman. Porque la “sabiduría popular” también es subjetiva. Todos sabemos que al que madruga, dios lo ayuda. Pero no por mucho madrugar amanece más temprano, ¿verdad?.
¡Alea, iacta est!
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Marcos Delgado Ríos
Ingeniero Químico y Licenciado en Educación, con Maestría y Doctorado en Ingeniería Ambiental.
Catedrático universitario y empresario emprendedor en productos con valor científico agregado. Analista político y Rector de la Academia Superior de Estudios Masónicos (ASEM) de la Gran Logia “Cosmos” del Estado de Chihuahua. Líder del Comité de Participación Política “Salvador Allende”.
*La suerte está echada
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