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    abril 22, 2025 | 17:32

    Ciudad Juárez: la frontera que se expande… ¿hacia dónde?

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    “Another suburb with no name / Another night with no shame.” — The Smashing Pumpkins, 1979.

    Hay algo profundamente inquietante en una ciudad que se expande sin memoria ni propósito. Suburbios sin nombre, noches sin vergüenza… El crecimiento urbano sin rumbo no solo desgasta el paisaje, también erosiona el sentido de comunidad. Esta columna es un llamado a mirar de frente ese modelo agotado, y a preguntarnos si Juárez quiere seguir siendo una ciudad que huye de sí misma o una que decide, por fin, crecer con dignidad

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    Ciudad Juárez tan lejos del centro y tan cerca de Estados Unidos; no nació como una ciudad industrial ni mucho menos urbana. Su lógica fundacional fue, durante décadas, improvisada, y luego llegó la técnica pero fue principalmente agrícola con la oferta educativa al respecto. Y eso marcó profundamente su desarrollo. Desde la legendaria Escuela de Agricultura Hermanos Escobar —semillero de las mentes técnicas que definieron los siglos XIX y XX en esta región— El conocimiento dominante era enfocado en lo agronómico, técnico, productivo… pero no urbanístico. Y eso tuvo consecuencias.

    La visión de futuro, en realidad, nunca estuvo en la mesa. Ciudad Juárez fue durante mucho tiempo un semillero de agrónomos, sí, pero no de urbanistas. La región agrícola se extendía a lo largo de la ribera del río Bravo, desde el centro de la ciudad hasta Praxedis G. Guerrero. Todo se pensaba desde la lógica del aprovechamiento inmediato de los recursos: la tierra, el agua, la producción. No había un interés real por planificar el crecimiento urbano, y menos aún por anticipar las necesidades que traería el tiempo. Se actuaba con la mirada puesta en el presente, como si el futuro fuera un problema de otros. Las consecuencias de esa omisión —conurbación caótica, periferias desprovistas y abandono del centro— hoy nos alcanzan con crudeza

    El pecado original originado en este caos planeado, y ojo no hace mucho de esto, uno de los errores más graves fue la asignación discrecional del uso de suelo. Zonas que debieron preservarse como reservas ecológicas —como el Valle de Juárez— fueron cedidas al desarrollo urbano sin ningún respeto por su valor ambiental o estratégico. Ahí están los ejemplos: Campos Elíseos, Sendero, los múltiples fraccionamientos que hoy se extienden hasta la última etapa de Riberas del Bravo.

    Territorios pensados para contener agua, regular clima o garantizar espacios naturales hoy están saturados de vivienda de todo tipo. Y la pregunta es inevitable: ¿Por qué no crecer hacia adentro de la ciudad? ¿Por qué no seguir un orden lógico y no invasivo?

    Ciudad Juárez ha crecido como quien se muda en la noche: sin plan, sin brújula, sin saber si habrá luz al día siguiente.

    El reciente diagnóstico del Instituto Municipal de Investigación y Planeación (IMIP) lo dice con todas sus letras: Juárez está creciendo mal. Fraccionamientos desconectados, carentes de servicios, alejados de los centros de empleo. Este modelo no solo es inviable económicamente, sino socialmente insostenible. Lo paga el municipio, lo sufre el ciudadano y lo gozan unos cuantos desarrolladores que ven a la ciudad como terreno, no como comunidad.

    Mientras tanto, el centro histórico agoniza. Calles que deberían ser símbolo de identidad están rotas, sucias, olvidadas y las remodelaciones que con buena intención se han realizado, no dan el ancho como en otras ciudades del país y no es que no se pueda hacer otra cosa: del otro lado del río, se está haciendo.

    El espejo que sí supo mirarse es El Paso, el corazón urbano se está revitalizando con visión y recursos. Parques elevados, teatros recuperados, renovación de edificios históricos, vivienda vertical, espacios públicos vivos. Todo esto está ocurriendo en una ciudad que entendió que crecer no siempre significa expandirse.

    Y eso es precisamente lo que Juárez necesita: volverse a mirar a sí misma, al centro, a sus barrios antiguos, a sus avenidas olvidadas. No podemos permitir que la ciudad crezca como si tuviera fiebre, cuando lo que necesita es sanarse desde el corazón.

    Señales de cambio: el desarrollo vertical como posibilidad

    Afortunadamente, empiezan a surgir iniciativas —desde el gobierno y desde ciertos sectores de la IP— para impulsar el desarrollo vertical en zonas bien ubicadas. Este modelo, más compacto, menos invasivo, más humano, puede ser una verdadera respuesta al caos. Departamentos con comercio en planta baja, transporte cercano y espacios públicos integrados… eso es desarrollo urbano, no solo construcción de casas. Sería muy bueno que volteen a ver las zonas muertas que son céntricas y no que se vayan a poblar mas allá de los límites de la ciudad, es un problema que no haya un solo proyecto de transporte público que pueda funcionar de manera eficiente por la simple forma de la ciudad; no se diga la posibilidad de tener un periférico digno.

    La clave está en evitar que estas iniciativas se desvirtúen como otro negocio más. El desarrollo vertical debe responder a una visión de ciudad, no a un capricho financiero.

    Juárez y El Paso: dos corazones, una sola región que no solo comparten geografía: comparten destino. Por eso urge pensar en un desarrollo metropolitano binacional. Coordinación en infraestructura, transporte, servicios y políticas de crecimiento. Una frontera que no divida, sino que conecte. Cruces fronterizos funcionales, circuitos turísticos compartidos, inversión cultural y económica cruzada. Todo eso es posible, pero solo si dejamos de crecer como si fuéramos enemigos de nosotros mismos.

    El reto: crecer con conciencia… Ya no basta con seguir levantando casas como si fueran fichas en un tablero. El crecimiento urbano debe responder a una lógica de sustentabilidad, de cohesión social, de dignidad. Eso implica repensar la vivienda, rescatar el centro, y sobre todo, escuchar a la gente. Apostarle a la movilidad real, no al automóvil; al espacio público, no al encierro; al barrio, no a la burbuja.

    Juárez tiene todo para ser un modelo de reinvención urbana en el norte de México. Pero para lograrlo, hace falta voluntad política, visión técnica, inversión decidida y, sobre todo, una ciudadanía que no se conforme con vivir en los márgenes de su propia ciudad.

    Esta frontera no es una línea. Es un espacio de encuentro, una comunidad dividida solo por la geografía, pero unida por su historia y su futuro.

    Ya es hora de construir esa frontera con conciencia, con dignidad y con rumbo

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    Alfonso Becerra Allen

    Abogado corporativo y observador político, experto en estrategias legales y asesoría a liderazgos con visión de futuro. Defensor de la razón y la estrategia, impulsa la exigencia ciudadana como clave para el desarrollo y la transformación social.

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