He llegado al firme convencimiento de que uno de los grandes males que padece nuestro país es la obsesión colectiva, trastorno que no es otra cosa que el estado de una persona o grupo, que tiene en mente una idea, una palabra o una imagen fija y se encuentra dominado por ella.
La obsesión provoca tal estado de ceguera en quien la padece, que no lo permite discernir entre sus comportamientos y la realidad.
Lo grave de este mal es que paraliza a quienes la padecen, los envuelve, manipula y termina convenciéndoles de que no hay nada que se pueda hacer contra ella, que es algo inamovible y perpetuo, que lo único que puedes hacer es convertirte en un espectador, cuando no en un adorador más.
Esta obsesión colectiva es la corrupción. Tema hegemónico de la agenda mexicana.
Los mexicanos nos despertamos y nos vamos a dormir envueltos en la eterna discusión de la corrupción. En primera línea de los informativos, noticieros, periódicos, mesas de análisis, redes sociales, mesas de café y reuniones familiares.
No conformes con asistir diariamente a un rosario de noticias que dan cuenta de las cientos, cuando no miles de situaciones en el país que se encuentran dañadas por la corrupción y el cruce de acusaciones entre políticos, gobernantes y funcionarios públicos por establecer quién es más corrupto. En México se consumen series, telenovelas, libros y películas que no tienen más objetivo que exaltar la hidra de mil cabezas.
Casi a diario vemos a personajes públicos desgañitándose acusándose unos otros de corrupción, en una lucha por establecer administración, periodo, partido, grupo o persona más corrupta, pero sin intención alguna de castigo, mucho menos de poner un alto o fin a esta mal llamada práctica, sin tener que descarnarla como delito.
Hartos de la corrupción, se castiga en las urnas a los responsables, solo para sustituirlos por otros igual o más corruptos. Entonces el discurso se modifica, “no puedes señalarme de corrupto, porque los otros estaban peor”, y con esto queda ya todo justificado.
No importa ser o no ser, pareciera ser que lo que importa es cuánto: ¿Cuánta corrupción estamos dispuestos a tolerar? Si buscamos en los hechos, la respuesta es: mucha.
Porque poco o nada se hace para combatirla, ni castigarla. De todas las sospechas, indicios y hechos comprobados, ¿cuántos juicios se establecen, cuántas sentencias se dictaminan? ¿Cuántos culpables están en la cárcel? ¿o cuantos responsables son inhabilitados?
La campaña para gobernador del Bronco (Jaime Rodríguez), constaba de una sola propuesta, cárcel para para el entonces gobernador Rodrigo Medina. La consigna prendió de inmediato y ese solo mensaje lo convirtió en gobernador. Estrategia que desde ese momento ha valido para gubernaturas, presidencias municipales y hasta la presidencia de la República.
En lo que va del s. XXI, 14 ex gobernadores han sido detenidos, la mayoría de ellos han salido libres en poco tiempo, con condenas risorias y sin haber tocado su patrimonio producto del robo y del despojo.
En Chihuahua, Javier Corral prometió llevar a César Duarte a la cárcel, ¿nos volveremos a encontrar el mismo mensaje en el 2021? En Ciudad Juárez, el movimiento de destitución de Armando Cabada, crece cada día motivado por los señalamientos de corrupción.
No alcanza con señalar y encarcelar a unos cuantos, la mayoría de las ocasiones utilizados solamente como trofeos de guerra y no como una verdadera acción de justicia, mucho menos de freno a la corrupción.
El verdadero combate a la corrupción no la hacen los partidos, ni los políticos, tampoco con decenas de organismos burocráticos, mucho menos se logra con decretos ni discursos.
El combate a la corrupción es la correcta y justa aplicación de las leyes ya contempladas desde el conjunto de leyes más antiguo encontrado, el código de Hamurabi, así como en los diez mandamientos. Desde la antigüedad el robo se considera un delito que atenta contra la sociedad.
No necesitamos nuevas leyes, el robo ya está tipificado como delito, lo que necesitamos es aplicación.
No, el cáncer de México no es la corrupción, el cáncer de México es la impunidad.
Solo en el 2019, sólo se denunciaron ante las procuradurías y fiscalías 2 millones de delitos; sin embargo, en el país se cometieron más de 30 millones de ilícitos. El hecho de que no haya castigos o sanciones para los infractores motiva a seguir rompiendo las reglas e incita a otras personas a actuar de la misma manera.
En nuestro país, la corrupción se ha convertido en un nudo gordiano, para el cual cada nueva solución es más descabellada e impráctica que la anterior. Un nudo que tiene dando vueltas a medio país, sin darse cuenta que la solución está frente a ellos cortando el nudo, es decir, atacando el origen. La corrupción no es más que una de las muchas aristas que engendra la impunidad. Causa y efecto.
Dejemos de pensar y hablar, empecemos a actuar. Urge el fortalecimiento de los poderes, en especial el judicial, no puede el poder ejecutivo imponer su agenda sobre el resto de los poderes.
Reforma total de la administración pública, con uso de nuevas tecnologías e inteligencia artificial.
Pero de manera decidida el poder ciudadano, con una nueva conciencia de lo grave de este delito y la importancia de su colaboración en la erradicación.
Mientras los ciudadanos mantengan un rol de espectadores y atribuyan la corrupción sólo a gobiernos y políticos, poco puede hacerse. Los ciudadanos tenemos el poder de decir NO, de organizarnos, denunciar y sobre todo ser partícipes en las discusiones del país, son los primeros pasos poner un alto.
Aunque el mayor reto está en salir de la obsesión y pasar a la acción.
Claudia Vázquez Fuentes
Analista Geopolítica.
Maestra en Estudios Internacionales por la Universidad Autónoma de Barcelona.
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