La abstracción que llamamos vida tiene maneras extrañas para recordarnos su fragilidad y el valor incalculable de los lazos que forjamos. Hoy, mientras me encuentro ante la desoladora noticia de la partida de Austin y Adilene, las palabras de Alberto Cortez han retumbado en mi mente: “Cuando un amigo se va, queda un espacio vacío que no lo puede llenar la llegada de otro amigo”.
Dos almas que iluminaban cualquier habitación con su presencia. Como dos estrellas brillantes, cuya luz “ilumina el lugar donde hay un niño dormido”. Un niño que representa la inocencia, la esperanza, y las posibilidades infinitas del futuro. Con su partida, sentimos que “una estrella se ha perdido”, y el cielo nocturno esta noche parece un poco más oscura.
Es incomprensible desde la razón entender el dolor interno que alguien puede albergar. Así que no sabemos el grado de dolor interno que vivían. No intento justificar lo sucedido, pero es evidente que, emocionalmente, había sombras que no pudimos ver. Que no vimos, que no vi por el trajín de mi cotidianeidad y ahí estaban…
Su partida me recuerda la importancia de estar presente para nuestros seres queridos, de estar atento, de escuchar y de comprender.
El dolor de su ausencia es como un “tizón encendido que no se puede apagar ni con las aguas de un río”, escribió Alberto Cortez en ese poema hecho canción. Una oda para honrar al amigo ausente.
Es una tristeza profunda que el tiempo seguramente sanará, pero la marca que han dejado en nuestros corazones es indeleble. Su legado, sus recuerdos y las sonrisas compartidas son como destellos de luz en el firmamento, recordándonos su presencia eterna.
Es cierto, “cuando un amigo se va, se detienen los caminos”, porque Austin y Adilene no eran solo amigos, eran guías, confidentes, y compañeros de vida para muchos de nosotros. Con su partida, sentimos que “el alma empieza a vibrar porque se llena de frío”. Es una pérdida que nos deja contemplando un “terreno baldío”, una ausencia que resuena con el eco de risas pasadas y momentos compartidos.
Cortez dice que “cuando un amigo se va, se queda un árbol caído que ya no vuelve a brotar porque el viento lo ha vencido”. Lamento no haber estado ahí para cubrirte del vendaval. Sin embargo, quiero pensar en su legado, como ese árbol, echando raíces profundas y sus recuerdos floreciendo en nuestros pensamientos.
En estos tiempos de duelo, mientras “el duende manso del vino” intenta consolarme, es vital recordar que, aunque han partido de este plano de existencia, seguirán viviendo en los corazones de todos aquellos que tuvimos el privilegio de conocerlos.
Mientras enfrentamos la irrevocable verdad de su partida, recordemos que aunque “cuando un amigo se va, queda un espacio vacío”, el amor, los recuerdos y la gratitud que sentimos hacia ellos llenarán ese vacío con un brillo eterno.
Descansa en paz, hermano. Descansen en paz queridos amigos.
David Gamboa
Mercadólogo por la UVM. Profesional del Marketing Digital y apasionado de las letras. Galardonado con la prestigiosa Columna de Plata de la APCJ por Columna en 2023. Es Editor General de ADN A Diario Network.