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    noviembre 17, 2024 | 22:10

    DESDE EL PARALELO MAGNÍFICO: Décimo Aniversario, 2038 (02)

    Publicado el

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    <<01 Introducción: El Magnífico

    Décimo Aniversario, 2038

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    El aire del planeta Marte de nuestros días es irrespirable y venenoso. El planeta rojo cuenta con una débil atmósfera compuesta en un 95% de dióxido de carbono (CO2), el mismo gas frío que despide un trozo de hielo seco y permea el interior de un carrito de paletas heladas. Al ser tan delgada y poco abundante, esta atmósfera en su conjunto no ejerce mucho peso sobre el terreno marciano; es decir, la presión atmosférica es muy baja en ese planeta, tan sólo en promedio un 0.06% de la presión a nivel del mar en la Tierra, esto es, menos del 1% del peso de nuestra atmósfera que nuestros cuerpos soportan todos los días.

    Por otro lado, está el problema de la transmisión del sonido en Marte al aire libre. Físicamente el sonido es una onda, la cual puede transmitirse en un medio gaseoso, líquido o incluso sólido. Al necesitar un medio material para propagarse, el sonido es una onda mecánica resultado de compresiones y descompresiones rápidas de las moléculas en dicho medio. Así, el sonido es un tipo de onda muy compacta y veloz que se propaga esféricamente, es decir, en todas direcciones. Sabemos que la velocidad con la que esta onda sonora se transmite depende de las propiedades elásticas del medio, que a su vez están dadas por la presión y la densidad. Experimentalmente se confirma, por ejemplo, que entre mayor es la presión del gas, mayor es la velocidad del sonido en él. En las condiciones de baja presión y temperatura de la atmósfera marciana, por ende, el sonido viaja más lentamente.


    -¿Alcanzan a escuchar a Sarasate?, les pregunté a mis dos compañeros mientras recorríamos a pie el terreno rojo y frío, ya de regreso, justo pasadas las 10 A.M tiempo local de este relativamente generoso verano del 2038, en un recorrido fuera del Magnífico.

    Aunque un descendiente lejano del violinista español Pablo Sarasate tocando en Marte al aire libre era per se un suceso fantástico, la belleza de esta primicia de las festividades del décimo aniversario contrastaba drásticamente con la postura claramente incrédula de mis dos colegas, Canis y Ramsey, español y estadounidense respectivamente quienes, con escepticismo sincronizado, dudaban que las ondas sonoras pudieran transmitirse con la debida dulzura y majestad en la atmósfera marciana mucho más allá de unos cuantos metros, por lo menos con la dulzura y majestad propias del violín Guarneri de Eloy Sarasate.

    Esto sin mencionar las inciertas posibilidades de éxito de la aún experimental cavidad ótica del casco reglamentario, ahora llamado casco auricular. Esta cavidad creada ex profeso con el fin de hacer audibles de manera directa los sonidos en la superficie del planeta sin comprometer la integridad física de los exploradores, fue desde un principio motivo de cierta controversia (el método de micropercusión amplificada sin embargo es una opción viable en la que muchos siempre creímos).

    Yo uso el casco auricular a diario, sin falta, me funciona bastante bien y ya puedo decir que me he acostumbrado con él a los sonidos naturales, opacos y graves de Marte al aire libre, inaudibles ya a cortas distancias. Por lo tanto, mi optimismo de poder escuchar el violín de Eloy Sarasate más allá de un limitado perímetro era nada más que eso, optimismo puro.

    Las celebraciones del décimo aniversario han incluido también una bella iniciativa del grupo de químicos latinoamericanos aquí: fuegos pirotécnicos atmosféricos y ultra atmosféricos. Mexicanos, argentinos, cubanos y colombianos se unieron en una propuesta concreta para diseñar, elaborar y lanzar fuegos pirotécnicos de alto poder desde la cumbre del Monte Olimpo, en plena noche marciana. La gran mayoría de colonos, científicos e ingenieros nos reunimos en la Estación Antoniadi para presenciar, todos juntos como comunidad, tan vistoso despliegue de luces distantes, que se derramaban sobre el titánico volcán dormido. Al finalizar el remoto juego de luces, otro fue iniciado, como sorpresa preparada por nuestros colegas químicos, aquí mismo en los exteriores de la Antoniadi.

    Cabe mencionar que la propuesta original, debida al químico argentino Mauricio Terlevich, consistía en hacer arder los fuegos artificiales desde la luna Phobos, pero la realización de este proyecto resultaba demasiado costosa, además de que había fuertes dudas de que el espectáculo pudiera ser visto desde la superficie marciana misma, aun haciendo uso de los fuegos artificiales de alto poder construidos en la Base Arcadia. Esto sin mencionar los cuestionamientos oficiales por el uso de recursos químicos y técnicos en actividades no esenciales para la supervivencia y desarrollo de la colonia en este planeta, por muy gloriosos que fueran estos diez años nuestros de maravillas y penurias en los Territorios Rojos.

    Esta fecha simbólica fue motivo también para la develación de la estatua de siete metros de El Gran Colono, símbolo internacional e interplanetario del espíritu de exploración, de la aventura científica y la fraternidad entre los hombres. Diseñado, ensamblado y esculpido a lo largo de dos años por el ingeniero mecánico y escultor italiano Francesco Bonipiazzi, quien hizo uso de piezas de desecho durante el proceso de construcción de nuestros hábitats por impresión 3D en Marte, El Gran Colono representa a un humano con traje espacial parado sobre una superficie planetaria. En su mano izquierda sostiene una computadora portátil semejante a una pequeña sc-tablet, mientras teclea sobre ella con su mano derecha. Bonipiazzi resume así al colono científico interplanetario realizando su actividad más importante: la recolección, el análisis y la transmisión de datos científicos in situ sobre la superficie planetaria.

    La estatua en su concepción mediría diez metros de alto, pero el Consejo sólo aprobó la mitad de los recursos, por lo que Bonipiazzi decidió darle a su obra proporciones y estatura semejantes a las del David de Miguel Ángel en la Tierra: cinco metros de alto más un pedestal de dos metros. Como aquella obra maestra del Renacimiento, El Colono fue esculpido al cincel en su totalidad por Bonipiazzi, aunque no de una gran pieza de mármol de Carrara, sino de una superposición de bloques de distintos grosores y composiciones unidos por láser, los fragmentos de mezcla de basalto desechados como errores de impresión 3D de un laboratorio, de un conjunto habitacional y de una pequeña base marciana. El escultor reunió pacientemente tales fragmentos y creó la mayor estatua existente hoy sobre la superficie de Marte. Tuve la satisfacción de estar presente durante su develación y contemplar la emoción de Bonipiazzi, al punto de las lágrimas. El Colono no mira su sc-tablet, dirige su vista al universo, como haciendo una pausa trascendental en el registro manual de datos.

    Pero sin lugar a dudas, el clímax de nuestra celebración del décimo aniversario de presencia en este planeta fue la Ceremonia de Lealtad, como la hemos nombrado unánimemente todos los colonos. Transmitida a todos los continentes en la Tierra con una audiencia estimada en cinco mil millones de seres humanos, la Ceremonia de Lealtad incluyó un reporte videográfico a toda la humanidad, en formato de documental fílmico, con diez de los momentos más significativos, gloriosos y trágicos desde nuestra llegada al planeta rojo, según fueron captados por las cámaras de misión de alta resolución que permanentemente registran nuestras actividades científicas y de exploración, con algunas tomas adicionales hechas con cámaras holográficas experimentales o personales de algún colono. Entre otras notables y sobrecogedoras escenas, nuestros hermanos en la Tierra contemplaron imágenes inéditas de nuestro primer, abrupto y dramático aterrizaje en Marte desde nuestra perspectiva interior en un Gran Cohete Falcon (BFR) de segunda generación de SpaceX, así como desde la superficie marciana por la cámara-proyectil expresamente disparada desde el BFR segundos antes de nuestro amartizaje.

    Igualmente, todos rememoramos a través de esa proyección el momento del fortuito y monumental hallazgo de depósitos acuíferos subterráneos en Marte durante la inhumación de aquellos caídos en funciones, descubrimiento del que nuestro colega Canis tuvo la fortuna de ser parte, mientras cavaba con otros compañeros el suelo a la manera tradicional, con pico y pala. Momentos de emociones contrastadas, donde experimentamos el dolor por los que partieron como la emoción científica de un descubrimiento mayúsculo y vital. Estas imágenes precedían a las de la confirmación, por un equipo de geólogos internacionales, del primer mini flujo acuífero sobre la superficie marciana, corriente de agua por cierto no previamente reportada por el trabajo pionero de Lujendra Ojha desde la Tierra o por estudios posteriores.

    03 Canis y Ramsey>>

    Hector Noriega
    Héctor Noriega Mendoza

    Ponente. Investigador.

    Maestría en Astronomía (UNAM | NMSU) y Doctor en Astronomía por la Universidad Complutense de Madrid (UCM)

    Fundador de la Sociedad Astronómica Juarense, Cofundador del Proyecto Abel, Miembro de la Sociedad Mexicana para la Divulgación de la Ciencia y la Técnica, Miembro de la American Astronomical Society y Profesor de tiempo completo de Astronomía en UTEP.

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