La ventaja de los que no sabemos manejar, es que podemos ir por la calle observando los detalles diarios que nos hacen sentir en casa.

Las calles sucias y llenas de baches, el hombre que se sube cada día al autobús para que le compres dulces y que pretende que lo hagas siempre, las tiendas, las señales viejas de tránsito, el cielo que es tan impredecible como sólo en el desierto, la gente que se cruza las calles sin mirar, y hasta algunos letreros con faltas de ortografía que forman parte de mi rutina diaria.

Es decir, sin esas cosas, no me siento en casa.

A propósito de ello, hace unos días escuchaba a Rammstein a todo volumen a través de mis audífonos rosas, mientras estaba mirando por la ventanilla del transporte, reconociendo como siempre, mi casa desparramada en calles quebradas y personas que hablan fuerte y cantado.

Miré hacía el horizonte las letras blancas que me recuerdan que no voy a la iglesia desde que celebré la misa de mis quince años; y me acordé de un personaje muy peculiar que fue a buscarme hace ya bastante tiempo a donde trabajaba.

El señor buscaba un periodista, pues aseguraba haber sufrido abusos por parte del gobierno.

En su historia, la cual tuve problemas para escuchar debido a que él tenía problemas para expresarse con claridad, hablaba de que unas personas habían llegado a sus terrenos en nombre de una dirección del ayuntamiento con la idea de tumbarle la casa.

Debo admitir que hice mal en no verificar esta historia, pero tuve mis razones, entre las que se encontraba el hecho de que no me dió la dirección, no tenía teléfono, no había forma de que yo pudiera comunicarme con él, ni había manera de que yo le diera certeza a sus palabra a no ser de que en ese momento fuera tras de él hacía donde vivía.

Al preguntarle dónde, su respuesta fue: ¿ah visto el letrero de “lee la biblia”?

Después me comentó que residía cerca de ahí, y que de hecho, el era uno de los encargados de darle mantenimiento a cada una de las letras.

Su historia empezaba a interesarme, cuando repentinamente me comentó que él tenía el poder de vencer al mismísimo demonio.

Puso su mano en mi frente, y ahí, en medio de la gente, empezó a rezar en voz alta, a gritos, pidiendo a los demonios que salieran de mi cuerpo.

Me asusté mucho, y sin decir más palabras le dije que iría a buscarlo y lo vi darse la vuelta y abrir las puertas de cristal de la recepción.

Me acordaba yo de él cuando vi el otro anuncio recién interrumpido por el municipio hace un par de días. En algunos medios, al principio, se anunciaba como un enigma, cosa que prometía mucho y me mantuvo expectante por algunas horas.

Para ser franca, esperaba un mensaje especial. Un soneto de Sor Juana Inés, o un poema de Benedetti. Esperaba una frase positiva, algo que me hiciera sonreír al mirar, quizás una obra por parte de acción poética, o alguna palabra que le diera identidad a la ciudad.

Hubiera sido lindo ¿no?

En una ciudad como ésta, llena de “demonios”, poder ver algo que nos recordara el buen hábito de sonreír. Leer lo bueno que somos en conjunto. Algo que nos incluyera a todos.

Con desilusión, me enteré después que lo que se decía ahí nada tenía que ver siquiera con un porcentaje significativo de juarenses.

El próximo 9 de junio se cumple el aniversario 50 del trabajo religioso que ha realzado Joaquín Flores, fundador de la congregación encargada de la actividad “La Luz del Mundo”.

El misterioso mensaje que casi fue terminado era “50 años de su apostolado S.J.F”, pero fue detenido cuando le faltaban un par de letras ante la reacción de los funcionarios de protección civil quienes les indicaron que debían retirar lo que ya estaba hecho con la cal en un lapso de cinco días.

La mayoría de las personas se han expresado indignadas al respecto, expresando que la acción no sólo es negativa debido a que se está usando el paisaje urbano como un tablero de publicidad; sino que además el mensaje carecía de interés para el público y que no tenía ningún sentido que se realizara a tal magnitud.

Sin poner en tela de juicio el papel de las autoridades que esperaron hasta el último momento para tomar cartas en el asunto, lo cierto es que ésta es la oportunidad perfecta para reflexionar.

Todos los días veo en las calles gente tirando basura, automóviles contaminando el aire, calles saturadas de espectaculares por los que nadie mueve un dedo y que también representan contaminación visual; y demás detalles que demuestran la mínima importancia que le damos al tema del medio ambiente en la ciudad.

Un ejemplo: en Juárez hay aproximadamente un árbol por cada 10 personas, cuando lo recomendado por la Organización Mundial de la Salud para mantener una buena calidad de oxígeno es que en cada ciudad existan 11 por ciudadano.

Por otra parte: durante las últimas dos décadas, el Río Bravo ha sido incluido en la lista de los 10 ríos bajo más riesgo en todo el mundo, de acuerdo con la organización World Wildlife Fund, debido al grado tan alto de contaminación en el que se encuentra.

Y finalmente, aún cuando hay mucho esfuerzo por parte de iniciativas privadas en reciclar todo el material posible en el relleno sanitario, lo cierto es que en promedio, cada día se reciben al menos 480 toneladas de basura, de las cuales sólo el 6 por ciento se recicla, es decir, alrededor de 30 toneladas; cifra que se elevaría muchísimo si desde casa nos encargáramos a separar los desperdicios.

Tachando de fanáticos a quienes hicieron este anuncio, burlándonos de ellos y argumentando que todo es a favor del medio ambiente; nos vemos tan falsos como el señor que pretendía exorcizarme aquel día.

No se trata de hacer una revolución por un acto que no nos parece, sino de hacerla por todos aquellos que no están bien en nuestra rutina diaria y que debemos de ir cambiando poco a poco.

Al final, desde la punta de un cerro hasta la punta del otro, Juárez es la casa de todos, y la casa más limpia no es la que menos se recoge, sino la que menos se tira. Ni al caso la indignación, mejor hay que poner manos a la obra.

Karen Cano

Escritora, feminista y periodista de Ciudad Juárez, sobreviviente de la guerra contra el narco, egresada de la Universidad Autónoma de Chihuahua, reportera desde el 2009; ha trabajado para distintos medios de comunicación y su trabajo literario ha sido publicado en Ecuador, en Perú y en distintas partes de México.