En los últimos meses, la narrativa política en México se ha polarizado aún más. Un sector de la oposición insiste en describir al gobierno federal como autoritario, represor y antidemocrático, caracterización que se repite con insistencia en medios y redes sociales afirmando que en México no hay libertad de expresión y que las protestas son brutalmente reprimidas. Sin embargo, un análisis honesto y comparativo con lo que sucede en Estados Unidos, deja en evidencia los dobles raseros con los que la oposición juzga la realidad nacional.
En días recientes, la ciudad de Los Ángeles ha sido escenario de protestas contra las redadas migratorias alentadas por el presidente Donald Trump, quien, lejos de promover el diálogo, ha calificado a los manifestantes de delincuentes y enemigos del orden, ha ordenado arrestos y ha usado la fuerza contra ellos como una forma de “recuperar el control de las calles”.
Las expresiones del mandatario criminalizan la protesta social y promueven una visión profundamente autoritaria del ejercicio del poder. ¿Dónde están las voces de la oposición mexicana que se escandalizanpor cualquier fricción entre gobierno y manifestantes en nuestro país? Guardan silencio o, peor aún, voltean la mirada, como si lo que ocurre allá no tuviera relevancia acá.
Contrastemos esto con la postura adoptada por la presidenta Claudia Sheinbaum ante las manifestaciones de la Coordinadora Nacional de Trabajadores de la Educación (CNTE) en México. A pesar de los bloqueos al Zócalo, al Congreso y a otras dependencias federales, la presidenta ha reiterado que su gobierno nunca reprimirá al pueblo y ha privilegiado el diálogo como vía para atender las demandas del magisterio.
Allá se recurre al lenguaje del miedo y la criminalización, aquí se opta por un enfoque democrático y de diálogo. Pero la oposición en nuestro país se empeña en vender la imagen de un México al borde del autoritarismo, ignorando —convenientemente— que la represión y la intolerancia que denuncian se materializan de forma mucho más cruda en el país que ellos ponen como ejemplo de “democracia verdadera”.
Además, los chihuahuenses tenemos referentes más cercanos que refutan las mentiras que se dicen sobre el actuar del gobierno federal. Se acusa a la Federación de reprimir y cerrarse al diálogo, pero se guarda un silencio cómplice ante lo sucedido el pasado 8 de mayo en Chihuahua, cuando mujeres que participaron en la marcha conmemorativa del Día Internacional de la Mujer fueron violentamente reprimidas por la Policía Estatal, bajo el mando del gobierno panista de María Eugenia Campos. A esto se suma el desprecio mostrado por Campos al negarse a recibir a un grupo de personas con discapacidad que acudieron pacíficamente a Palacio de Gobierno para plantear legítimas demandas sociales. ¿Dónde está la crítica opositora ante esos actos de evidente insensibilidad y represión institucional?
Es legítimo criticar al gobierno mexicano cuando incurre en errores o excesos, pero es necesario hacerlo con honestidad y perspectiva. A pesar del discurso catastrofista de la oposición, en México las protestas se siguen realizando, las cubren los medios y se generan mesas de diálogo. No hay tanques en las calles ni toques de queda para acallar el descontento.
Quienes claman que en México ya no hay libertad de expresión se manifiestan libremente en universidades, congresos, medios y redes sociales. No puede decirse lo mismo de los activistas pro-migrantes en EU, muchos de los cuales terminan detenidos, deportados o silenciados.
Si verdaderamente nos interesa la democracia, la coherencia debe ser el primer paso. No podemos exigir tolerancia y derechos en casa mientras callamos ante los abusos de nuestros vecinos… o de nuestros propios gobiernos estatales. La crítica es válida, pero debe ser justa y fundamentada, no oportunista ni selectiva.

Pedro Torres
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