El anuncio del fallecimiento de uno de los principales opositores al régimen ruso, Alexei Navalny, acaecido oficialmente el pasado 16 de febrero, ha detonado reacciones dentro y fuera de la Federación Rusa. Dicho acontecimiento influye, al menos de manera simbólica, en los movimientos tectónicos de la Geopolítica.
Luego de que en diciembre del año pasado se denunciara la desaparición del líder opositor ruso preso Alexei Navalny, este apareció tres semanas después en una prisión del círculo polar ártico a donde fue trasladado para cumplir sendas condenas por fraude y apoyo al extremismo.
Navalny representaba (más allá de estar o no ligado con planes pro occidentales) la más tenaz oposición a la autocracia encabezada por el presidente de Rusia. Su muerte, por lo poco que sabemos, habría provocado el arresto de al menos 400 personas que participaron en algún tipo de protesta contra el gobierno o en algún homenaje al fallecido.
La obvia incomodidad del Kremlin con Navalny y con lo que representase su movimiento no hace pensar que fuera motivo suficiente para que el gobierno ordenase su asesinato en cautiverio, al final de cuentas la oposición en Rusia está prácticamente nulificada y la nueva reelección de Vladimir Putin es más que segura.
Entonces ¿Para qué o porqué se ordenaría o se permitiría la muerte del principal preso político? La respuesta no la sabemos, pero llega en un momento singular.
Rusia, como muchos países, tendrá elecciones formales este año e invariablemente se apresta a llegar a un cuarto de siglo bajo el liderazgo de Vladimir Putin, el hombre fuerte que devolvió al país a un lugar preponderante en el concierto de las naciones y que como el ave fénix resurgió de las cenizas.
Gracias al apoyo occidental, de manera particular de los Estados Unidos de América, Ucrania ha resistido el embate del Oso siberiano en la guerra que se padece en aquel lugar. No obstante, las multimillonarias sumas de dólares que se “invierten” en el conflicto ucraniano comienzan a ser cada vez más impopulares entre los norteamericanos.
Muestra de ello es el avance del trumpismo, que viento en popa se encamina a hacerse de la nominación presidencial republicana, aunque se esperan obstáculos legales y de todo tipo que pondrían a prueba al magnate neoyorkino.
Así que, de haber planificado el gobierno ruso la eventual muerte de Navalny, esto vino a dar mayores argumentos a la administración Biden para defender la Democracia occidental, justificando de alguna forma la ayuda de los contribuyentes norteamericanos a la causa de Ucrania.
Lo anterior haría pensar en un inusual error táctico del Kremlin o en un regalo para la administración Biden que tendrá material propagandístico para insistir en el respaldo militar y financiero al gobierno de Ucrania. Al final de cuentas desconocemos los entretelones en la reconfiguración del nuevo orden multipolar.
Lo que sí sabemos es que el ejército ruso mantiene, a pesar de la resistencia y contra ofensivas ucranianas, un asedio favorable sobre las posiciones militares en Ucrania. Apenas las tropas rusas han tomado la ciudad de Avdivka, estratégica para el control del Donbás.
El agotador traslado de Navalny a la cárcel enclavada en una zona tan inhóspita indica una acción deliberada por literalmente desaparecerle físicamente, más teniendo en cuenta el daño que padecía en su salud por otros atentados contra su persona.
Por lo que, posiblemente, asistimos ante un cálculo del Kremlin por deshacerse, a su estilo y en el momento indicado, de un rival con la suficiente autoridad moral para mantener viva la idea de una oposición sui generis (Navalny no era precisamente un demócrata) pero real al régimen.
Se entiende entonces que el fallecimiento de Navalny ocurre en un momento en el que nadie puede meterle un freno a Putin y donde un crimen de tal naturaleza no implica mayores consecuencias para el gobierno ruso.
Si bien la plana mayor de las naciones occidentales ha condenado el presunto asesinato, no es algo que preocupe de manera importante al Kremlin. Los rusos han podido sobrellevar las sanciones occidentales y aprovechan la marcada división de la nación estadounidense.
La propaganda rusa muestra a un presidente Putin confiado, poderoso y controlando los hilos de su nación; ejemplo de esto es la entrevista que concedió al presentador trumpista Tucker Carlson.
El mensaje del presidente ruso en dicha entrevista puede, tal vez, decodificarse como una invitación a negociar mutuas concesiones con los Estados Unidos de América. Da a entender, sin decirlo tal cual, que él es un factor de estabilidad y esperaría lo mismo de los estadounidenses.
La desaparición física de Navalny favorece el discurso de la Casa Blanca y mete al impredecible Trump en el costal de los amigos autócratas de Putin
La propaganda occidental podrá elevar, con razón, a Navalny como el aguerrido y valiente líder nacionalista ruso que se atrevió a denunciar la corrupción en el gobierno de su país y a desafiar la hegemonía del grupo en el poder.
Por otra parte, la eliminación de Alexei Navalny, a diferencia de la de Yevgueni Prigozhin (misma que advertimos en este espacio) o de otras figuras que han incomodado a Moscú, implica una fuerte carga simbólica que degrada (aún y calculando la popularidad que implicaría ir ganando una guerra) la figura del presidente ruso entre sus gobernados bajo consecuencias ineludibles.
Se ha empujado una ficha de dominó, veremos hasta dónde llega su efecto.
“Quien vertiere sangre de hombre, por otro hombre será su sangre vertida, porque a imagen de Dios hizo El al hombre.”
(Génesis 9:6)
Moisés Hernández Félix
Lic. en Administración Pública y Ciencia Política, candidato a Maestro en Administración en curso. Ha sido funcionario público federal y docente en nivel media básica y medio superior. Se especializa en gobernanza educativa y políticas públicas.
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