Sin duda, muchos de nosotros podemos recordar anécdotas que, en resumen, comienzan con un “ME ROMPÍ POR DENTRO”. Es ese instante en la vida que algunos podrían describir como el infierno en la tierra. Son esos momentos de oscuridad donde ni siquiera puedes percibir tu propia respiración, y llegas a cuestionar, incluso, tu propia existencia.
Lo digo en broma, pero en mi consulta, rara vez alguien llega diciendo que todo está bien. No, me toca lidiar con almas rotas, envueltas en interminables pesadillas y sumergidas en terribles tormentos irreales, que solo llevan a la autodestrucción.
Cuando alguien se encuentra ciego por la oscuridad, se encandila al mostrarle la luz de repente; y además de no ver con claridad, la luz le resulta molesta. Por eso, es necesario exponerlo a la luz gradualmente.
Cuando estamos en crisis, no distinguimos entre realidad y fantasía, lo que puede llevarnos a tomar malas decisiones. Pero ¿cómo llegamos a este punto de quiebre donde perdemos por completo la claridad?
Generalmente, nuestro sufrimiento emocional comienza cuando las cosas no son como deberían ser, según nuestra percepción de la realidad. Cuando quien debería amarnos no lo hace como esperábamos, sea pareja, padres, familiares, amigos o Dios. No nos aman lo suficiente como para completarnos.
En mi práctica clínica, el principal motivo de consulta suele estar relacionado con el amor, casi siempre en desigualdad. Es la percepción de dar más de lo que recibimos. Esa sensación de incompletitud.
Erich Fromm dice que al nacer experimentamos la separación de nuestra madre, y despertamos ante la realidad de que no somos, sino que “yo soy”. Desde ese momento, el sentimiento de incompletitud surge, y al sentir la compañía de la madre, se calman las ansias. Sin embargo, también comienza la búsqueda de esa persona que nos complemente. Y sí, es probable que en algún momento de la vida la encuentres, y por un tiempo, por algunos años, te vuelvas a sentir completo. Pero, aunque esa sensación de soledad se apague, ese bienestar depende de alguien más, y es ahí cuando, al no tener a esa persona en tu vida, te rompes por dentro.
Buscar el amor fuera de uno mismo es una práctica ancestral, que incluso ha dado lugar a las más bellas poesías. Sin embargo, el amor debería empezar por uno mismo. Fortalecerse y construirse amorosamente desde el interior para luego acompañarse de quien disfrute de lo que somos.
Hoy en día, las relaciones amorosas se basan en la premisa del mínimo esfuerzo, en el afán de protegernos del desamor (ese que te rompe por dentro); preferimos no arriesgarnos, queremos ir a lo seguro. Pero, como bien dicen que el amor a veces es ciego, sin duda caeremos en el remolino del enamoramiento. Y cuando las cosas no siguen el curso de los cuentos de hadas, donde los protagonistas se aman para siempre, caemos derrumbados ante la realidad que enfrentamos al nacer: “Solo Soy”, no “somos”.
Dicen que un ser humano reparado es más hermoso que uno que nunca ha sufrido. Así que, cuando te rompes en mil pedazos, lo mejor es sanar uno por uno, hasta restaurarte por completo.
No es una tarea sencilla, pero cuando tomas todo ese amor que dedicas al mundo, todos esos cuidados y atenciones, y los rediriges hacia ti, todo cambia. Porque incluso en el proceso de restauración, tenerte a ti mismo hace una gran diferencia.
Practiquemos y enseñemos que el principal propósito de vivir es amarnos a nosotros mismos para disfrutar la vida.
Y si no se puede, ¡nos vemos en terapia!
Lucía Barrios
Psicoterapeuta, fundadora de CEFAMPI y autora. Experta en terapia breve, violencia de género y derechos humanos. Conferencista y docente en UACJ, ha liderado proyectos significativos sobre psicología y desarrollo humano.
