El problema del narcotráfico es una de las crisis más complejas y devastadoras de nuestro tiempo, pero su análisis suele estar cargado de hipocresías y dobles discursos. En el caso de Estados Unidos, país que con frecuencia adopta una posición moralizante frente a otras naciones, especialmente México, resulta ineludible preguntarse: ¿qué tanto han mirado hacia adentro antes de señalar hacia afuera?
Es cierto que la política antidrogas de EE. UU. tiende a centrarse en los proveedores externos, como los cárteles mexicanos, mientras minimiza el rol de sus propias estructuras de demanda, distribución interna y crimen organizado. El narcotráfico es un negocio global que no podría operar sin un mercado como el estadounidense, donde las cifras de consumo de drogas ilícitas son alarmantes. Según el último informe de la Oficina de las Naciones Unidas contra la Droga y el Delito (UNODC), Estados Unidos sigue siendo el mayor consumidor de cocaína y opiáceos del mundo.
El papel de las decisiones internas es vital e ineludible. La historia no puede obviarse. Durante la Guerra de Vietnam, el ejército estadounidense distribuyó drogas entre sus soldados para mitigar el trauma y el estrés de una contienda brutal. Los opiáceos, que antes se usaban como anestésicos en los campos de batalla, rápidamente se convirtieron en un problema social de proporciones masivas. De manera similar, tras la Guerra del Golfo, se reportó un aumento de adicciones entre los veteranos que, tras su regreso, se encontraron desprovistos de apoyo psicológico y médico adecuado.
Estos ejemplos históricos reflejan cómo decisiones gubernamentales estadounidenses, tomadas en función de intereses políticos o militares, han contribuido a perpetuar la crisis de consumo interno. Aunque se suelen señalar con dureza las “fallas” de otros países para contener el tráfico de drogas, Estados Unidos ha sido omiso al asumir su propia responsabilidad.
¿Y los narcotraficantes en casa? Seguramente se preguntará. Una de las críticas más contundentes a la estrategia estadounidense es su incapacidad —o falta de voluntad— para enfrentar a los grandes actores de su propio mercado interno. Los esfuerzos mediáticos para capturar a figuras de alto perfil, como el capo mexicano Joaquín “El Chapo” Guzmán, contrastan con la ausencia de casos similares dentro de sus fronteras. ¿Acaso no existen grandes narcotraficantes en EE. UU.? ¿El tráfico se da únicamente en los barrios marginados o en las esquinas de las ciudades?
Las redes de distribución interna son sofisticadas y operan con altos niveles de impunidad. Sin embargo, rara vez se ven operativos espectaculares para capturar a los líderes de estos sistemas. Las agencias de seguridad enfocan sus esfuerzos en los distribuidores de bajo nivel, los llamados “dealers”, mientras los grandes jugadores de la cadena permanecen intocables.
En este contexto, la amenaza del expresidente Donald Trump de invadir México bajo el pretexto de combatir al narcotráfico expone la peligrosa doble moral de Estados Unidos. En 2019, Trump propuso designar a los cárteles mexicanos como organizaciones terroristas y, más recientemente, ha sugerido el uso de fuerzas militares estadounidenses en territorio mexicano para “erradicarlos”. La retórica no solo es ofensiva, sino profundamente hipócrita.
Estados Unidos, incapaz de resolver su propia crisis de consumo, se arroga el derecho de intervenir en un país soberano como México, ignorando el impacto devastador de sus políticas internas en la perpetuación del problema. ¿Con qué autoridad moral puede amenazar con una invasión cuando sus propias ciudades enfrentan epidemias de sobredosis y sus grandes narcotraficantes operan sin repercusión alguna?
La amenaza de invadir México, además de ser un gesto de arrogancia imperial, refleja una desconexión con la raíz del problema: el narcotráfico no es solo una cuestión de producción en países extranjeros, sino un círculo vicioso que comienza con la demanda insaciable en Estados Unidos. Militarizar la frontera o realizar operativos transfronterizos no resolverá el problema de fondo.
El mercado y la demanda son el núcleo del problema, no se puede tapar el sol con un dedo.
En cualquier negocio, la oferta existe porque hay demanda. La vasta red de narcotraficantes mexicanos no podría mantenerse sin un mercado masivo al norte de la frontera. Sin embargo, en lugar de abordar de manera integral la crisis de adicciones, Estados Unidos ha preferido priorizar las políticas punitivas. Su “Guerra contra las Drogas”, lanzada en los años 80, ha sido un fracaso rotundo, dejando a su paso cárceles llenas, comunidades devastadas por el encarcelamiento masivo y un mercado negro más robusto que nunca.
La verdadera solución requiere un cambio en la narrativa: reconocer que el consumo interno es el motor del narcotráfico. Esto implica invertir seriamente en programas de prevención, tratamiento y educación sobre drogas, así como desmantelar las redes internas de tráfico y distribución. También exige abandonar la estrategia de responsabilizar únicamente a los países productores y aceptar que el problema es compartido.
Estados Unidos tiene que hacerse cargo de sus propias omisiones. Mientras siga actuando como juez y parte, condenando a otros por un problema que ellos mismos alimentan, la crisis del narcotráfico seguirá siendo una herida abierta. La amenaza de Trump no solo ignora esta realidad, sino que profundiza las tensiones entre dos países que deberían trabajar juntos, no enfrentarse.
En este tema, más que palabras grandilocuentes o amenazas belicosas, lo que se necesitan son acciones congruentes, justas y compartidas. ¿Estará dispuesto el país más poderoso del mundo a enfrentarse al espejo? El tiempo, y su capacidad de autocrítica, dirán.
El buen juez por su casa empieza…
David Gamboa
Mercadólogo por la UVM. Profesional del Marketing Digital y apasionado de las letras. Galardonado con la prestigiosa Columna de Plata de la APCJ por Columna en 2023. Es Editor General de ADN A Diario Network.