Publicado originalmente el 18 de enero de 2016
El vertiginoso desarrollo de la ciencia impresiona al hombre, impulsando su interés en el desbocado conocimiento de la materia inerte, que en la posteridad lo domina y esclaviza; impidiendo su desenvolvimiento en lo privativo, esencial y puramente humano y espiritual: el hombre intenta desesperadamente satisfacer este vacío con briznas sutiles y vaporosas de principios humanos espirituales, no obstante barnizados de conceptos de un materialismo activo e indiferente; no podría ser de otra forma.
Se extiende aún más: los pantanosos argumentos contenidos en los conceptos y definiciones de lo espiritualmente humano, que se han tejido a través de los siglos son dudosos, inestables y movedizos; causados y generados por los intereses subjetivos egoístas y no por la solidez y firmeza de lo objetivo y lo imparcial. En el conocimiento humano y espiritual el hombre moderno está preparado y capacitado exclusivamente para ingerir la instrucción y el saber de forma ligera, de manera sutil y liviana; negándose definitivamente al esfuerzo exhaustivo necesario en la búsqueda agotadora de la fuente inagotable de los principios fundamentales del saber y la instrucción.
Incluso: la ligereza confortable es fácil y atractiva; lo lento e incómodo es difícil y desagradable; motivo y pretexto suficiente para que el hombre busque el saber y la instrucción placentera y no aquel saber e instrucción que provoca desagrado. El milenario y acertado aforismo, que palabras más palabras menos, dice: El hombre busca placer y se aleja del dolor.
Así mismo y en otra vertiente: El espíritu humano es la sustancia más sólida, más firme y más vigorosa que el Universo ha creado: es tarea del hombre el conservar ese estado de fortaleza espiritual o de lo contrario, debilitarlo, arrojándolo desnutrido y enclenque a un rincón; esto depende según el alimento filosófico que lo nutra a través del saber y la instrucción que se manifiesta en la observación de las normas morales. Los actos del ser humano, como reflejos nítidos de la naturaleza de su espíritu, son calificados y certificados por las normas morales que orientan la conducta del hombre hacia la consecución de estos fines: la bondad y la benevolencia.
Las normas morales conocidas y ejercitadas por el saber y la instrucción, como todas las normas, son herramientas útiles en la orientación de la conducta del hombre hacia la consecución de un objetivo: el hombre determina el uso benéfico o perjudicial de esa herramienta; en múltiples ocasiones el uso que el hombre le da a esa herramienta no es el uso para el que fue construida es herramienta.
Las normas morales para ser valiosas deben contener en su esencia los mecanismos para lograr la bondad y la benevolencia de forma pura sin la intervención del hombre; lo contrario, será una norma moral que carece de valor por contener en su esencia únicamente el interés egoísta del hombre; que de forma suave y dulce hace conocer esa norma moral al hombre quien a su vez acatara su ordenamiento sin la menor preocupación de analizarla si en verdades valioso.
Sin embargo, existen reflexiones que han interesado, interesan e interesaran a un reducido grupo de hombres en todos los tiempos y en todos los lugares, una de ellas: El individuo tiene la obligación de analizar el valor intrínsecamente de la norma moral para evitar conducir su conducta hacia un objetivo alejado de la bondad y benevolencia, por intención egoísta de un tercero que busca su beneficio personal por encima del perjuicio de los demás.
Deduciendo: El placer de nutrirse de una manera confortable y sutil en el conocimiento de lo humano y de lo espiritual, digerido previamente por un tercero en la complicada y fatigosa tarea de arrancarlo de la fuente original; convierte al hombre en presa fácil de aquellos que emplean el saber y la instrucción como instrumento de dominio y esclavizador del hombre.
La fortaleza y firmeza del espíritu humano ha sido cruelmente seducida por una moral engañosa y falaz generada por la débil voluntad del hombre de penetrar en la esencia del conocimiento de lo humano. Los actos y conductas del hombre revelan el estado y condiciones de su espíritu y permiten con seguridad calificarlos de morales e inmorales: el espíritu humano ha sido seducido y engañado por lo artificial y superfluo, cimentándose en una moral proveniente de la materia; alejada de principios.
Es cuanto ¡un abrazo fraterno!

Guillermo Chávez
Abogado. Filósofo. Columnista.
Buen amigo y consejero, entusiasta. Publicamos cada semana tu columna, en tu espacio en tu memoria.
Descansa en Paz.
Hasta pronto querido amigo.