Seguramente en estos días el mundo entero hablará de las grandes obras y de la trascendencia del Papa Francisco. El primer pontífice latinoamericano que basó su gestión en el servicio a los más vulnerables, la defensa de los migrantes, el cuidado del medio ambiente y el amor al prójimo.
Personalmente, este Papa me marcó profundamente por su forma de hablar del amor: irradiarlo a través de la caridad y la inclusión de los más pobres. Manifestar ese amor con alegría, especialmente entre los jóvenes, a quienes alentaba a “hacer lío” y a perseguir sus sueños con pasión.
El legado del Papa Francisco también se caracteriza por su apuesta por la tolerancia y la aceptación profunda del otro como hermano. Un ejemplo claro de esto fue su trabajo por el nombramiento de obispos católicos en la población comunista de China, un gesto de apertura y diálogo inédito.
Su intervención en asuntos políticos de relevancia mundial —como el conflicto entre Israel y Palestina, la crisis migratoria en Europa o los llamados a la paz en zonas de guerra— demostró su incansable compromiso por construir puentes y no muros. Aun cuando sus posturas generaban controversia, siempre ponía por delante la mirada del amor al prójimo, con un compromiso constante con la justicia y la caridad.
Su visión trascendía cualquier inclinación ideológica. Rechazó caer en radicalismos de derecha o izquierda, porque su mirada estaba fija en lo verdaderamente importante. Esa misma claridad lo llevó a ser firme ante los abusos cometidos por miembros del clero: fue tajante en que no debía encubrirse a nadie, y esa instrucción fue clara para cardenales y obispos.
Con mano firme, trabajó para liberar al Vaticano de toda sospecha de corrupción, promoviendo una administración más eficiente y transparente de sus finanzas. Su mirada en lo esencial también implicó sostener posturas irrevocables en la doctrina de la Iglesia, como la defensa de la vida desde la concepción y el rechazo al aborto, pero siempre desde una visión de amor y respeto profundo hacia las mujeres.
Cada encíclica, cada gesto y declaración del Papa Francisco tuvieron la coherencia de quien defiende los derechos humanos y la justicia desde un camino de amor y caridad.
¿Cómo olvidar aquella imagen que nos iluminó en medio de la incertidumbre y el miedo durante la pandemia? En la Statio Orbis, aquel mensaje de esperanza ofrecido en una Plaza de San Pedro vacía, nos invitó a reemplazar el miedo por la fe y la esperanza.
El Papa Francisco rompió muchos esquemas, incluso en su vida cotidiana. Rechazó lujos y privilegios, buscando acortar la distancia entre su cargo y las personas. Sus viajes oficiales eran encuentros sinceros con los pueblos, no actos solemnes o exclusivos.
Esta columna, como siempre, guarda relación con la política que hacemos todos. Hoy, el Papa Francisco nos deja, entre muchas enseñanzas, una que resuena profundamente: practicar la política desde el amor. Una política que mira a las personas en su dignidad y las sirve con entrega. Quienes nos decimos políticos tenemos en él un testimonio de vida y vocación invaluable.
Gracias, Papa, por tu legado y tu ejemplo. Descansa en paz.
Marisela Terrazas
Ex Diputada por el PAN en Chihuahua. Doctorante en Ciencias de la Educación por la Universidad Libre de Bruselas, Bélgica. Maestra en Educación por UTEP, ex directora del Instituto Chihuahuense de la Juventud y experta en políticas públicas juveniles.
