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    diciembre 30, 2024 | 9:48

    El Mundo es Una Pelota (de fútbol)

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    El fútbol no me interesa desde los doce años. Justo cuando tomé consciencia de que las frustraciones, desilusiones y ocasionales lágrimas que me provocaba eran absurdas. Quizás fue que me aficioné a un equipo que siempre perdía. El asunto es que ésta renuncia me descubrió nuevas fuentes de diversión. En mi opinión, mucho más interesantes. Pero me guste o no, es imposible escapar del “deporte rey”. Sobretodo ahora que la pelota ya está corriendo en el Mundial de Brasil.

    Conste que no tengo nada en contra del fútbol per se. Mis prejuicios provienen del excesivo peso que ha tomado en nuestras sociedades. Si ya resulta lamentable asistir al abuso y la corrupción diaria de los gobernantes, más deprimente es ver cómo el grueso de la ciudadanía que lo sufre prefiere mirar hacia otro lado. Concretamente, al televisor donde están emitiendo el partido.

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    Jamás he logrado comprender tal fenómeno. Cómo un simple juego, del que uno ni siquiera participa, puede colonizar la atención absoluta del individuo y vampirizar sus emociones más básicas. Una lobotomía que desplaza personas al otro lado del continente pagando sumas estratosféricas por un boleto pero les incapacita para dar un paseo hasta el centro de su ciudad y participar en una manifestación por una causa justa. Son esas mismas personas que dicen no tener un minuto para una recogida de firmas pero siempre disponen de tres horas para emborracharse en una taberna mientras le gritan a la pantalla. Gente que muestra la más absoluta indiferencia ante un sangrante escándalo político pero viven enojadísimos porque el árbitro le “robó” un penalti a su equipo.

    El Poder conoce estas fallas en la sociedad y las aprovecha para adoptar medidas impopulares. Como esa reforma energética cuyos puntos principales coinciden curiosamente con la fechas en que juega la selección mexicana durante el Mundial. El Gobierno se lucra con el saqueo extranjero del petróleo nacional y el mexicano de a pie permanece en sus casas rezando para que la selección pase de ronda. Todos ganan. El único que sale perdiendo es el bien común.

    En contra de lo esperado, el Mundial trajo el efecto contrario en Brasil. La “fiesta del fútbol” desató un movimiento popular contra las subidas tarifarias del transporte público. Inmediatamente pasó a exigir más derechos sociales y el final de una acentuada desigualdad histórica. Decenas de miles de ciudadanos que llevan meses denunciando los derroches del evento mientras su Gobierno mantiene los servicios públicos elementales en una precariedad absoluta. Movimientos que lamentablemente han desembocado en una situación de violencia donde hay muertos sobre la mesa y los activistas están siendo detenidos y tratados bajo leyes antiterrorismo. Una lucha que está poniendo en jaque la credibilidad exterior del país y su capacidad para realizar el Mundial con todas las garantías de seguridad.

    Si el tiempo, la energía y el entusiasmo que nuestros compatriotas derrochan con el fútbol lo aprovechasen participando en la vida política, a través de los diversos cauces democráticos, viviríamos en sociedades más adultas. Sistemas donde seguramente la corrupción estaría bajo mínimos y los políticos trabajarían en pos del bien común. Por desgracia, este no es el caso de Brasil. Ni tampoco el de México ni España. Países con sectores socialmente muy combativos pero que suelen ser minoritarios y muy raramente alcanzan los movimientos de masas del fútbol.

    Recuerdo una patética conversación que mantuve hace años con un conocido sobre este asunto. Fue la noche en que la selección española ganó la primera Eurocopa en el año 2008. La crisis económica había comenzado y, aunque el país no había sido tocado aún con la dureza posterior, ya empezaban a notarse los efectos. Pasamos un rato en la fuente del barrio donde cientos de borrachos se bañaban y gritaban mientras agitaban banderas y bufandas nacionales. Esta persona me había comentado antes del partido cómo, en su trabajo, dejó de ser temporal por una agencia externa para convertirse en indefinido dentro de la propia empresa. Un cambio aparentemente positivo sino fuera porque a causa de la transferencia su salario mensual quedó recortado casi a la mitad. Literalmente. En la emoción del momento y bajo el efecto del alcohol, me decía que la victoria española era lo mejor que había vivido jamás. En mi sobriedad le respondí que celebrar las victorias del fútbol estaba bien pero que había cosas más importantes por las preocuparse y motivarse en la vida. Por ejemplo, el descarado robo de su salario. A lo cual respondió literalmente y con una perturbadora seriedad: “No me puedes comparar. El fútbol es lo que en realidad importa”.

    Ignoro lo que fue de su vida. Sólo espero que la crisis no le arruinara porque el fútbol ni le dará de comer ni le sacará de la miseria. Ni tampoco a los miles, si no millones, de personas que piensan como él. Si en algún momento esa masa inconsciente comienza a comprender este hecho, el fútbol debería pasar a un segundo plano en su escala de prioridades. Entonces empezarían a tomar consciencia de que hace falta un cambio y que sólo ellos forman parte de él. Quizás ayudaría si sus equipos perdieran siempre. A mí me funcionó.

    Carlos Redondo

    Diplomado en cine e imagen en Madrid, desde siempre compaginó la escritura con la fotografía. Ha rodado varios cortometrajes de bajo presupuesto y participado en diversas exposiciones colectivas e individuales. También colabora con varios medios locales periodísticos y radiofónicos, tanto españoles como estadounidenses. Habitualmente publica algunos de sus trabajos en el blog www.desfabricadoenchina.blogspot.com.

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