En el siglo pasado, las mujeres parecíamos tener claro el papel para el que habíamos nacido. Las normas sociales marcaban roles y estereotipos definidos con limitadas opciones. Describo la parte del acontecer femenino, pues, como dice la escritora Rosa Montero: “en una sociedad donde se han desdibujado los roles, perdimos la brújula de lo que debíamos hacer como género. Los hombres también andan perdidos, pero esa historia que la cuente uno de ellos”.
Para nuestras abuelas y madres, la sobrevivencia económica centraba la mayor parte de las acciones de su vida. Las mujeres tenían la obligación de contribuir con su familia desde el rol de cuidadoras y protectoras, además de proveedoras.
El papel de atender en todos los sentidos a los seres queridos era esencial, pues si se trabajaba, se hacía para entregar el dinero a esta causa.
En Juárez, las mujeres crecen y maduran rápidamente. Los hijos llegan a temprana edad, trabajan, estudian, emprenden, y con ello, las opciones en cada una de sus funciones se multiplican, transformando cada día sus roles sociales.
La creencia de que la liberación femenina ha sido fácil y solo cuenta con las rosas del jardín de la dulce libertad es errónea. Hoy todavía muchas mujeres jóvenes se debaten entre las espinas de una sociedad que permite la libertad, pero que les dice cómo ejercerla.
En estos días de activismo sobre la eliminación de la violencia hacia las mujeres, las chicas confesaban sobre la disyuntiva de conocer sus derechos y la limitación de los padres y las instituciones para ejercerlos a su manera:
- “Sé que puedo vestirme como quiero, pero no lo hago porque mi padre se incomoda”.
- “Mi familia está preocupada, pues les confesé que no quiero tener hijos. Dicen que terminaré sola y vieja. ¿Por qué debo tener hijos para que sean mis geriatras?”
- “Quiero casarme algún día, pero a ninguno de mis parejas les ha gustado que les diga que mi carrera profesional es primero”.
- “Busqué un trabajo mejor pagado y me dijeron ‘ambiciosa’. Se molestan porque quiero ganar más que otros”.
Ideas y creencias violentas que van construyendo barreras para desarrollarnos libre y armónicamente. Sencillas pero determinantes circunstancias que siguen “condicionando el papel para el que hemos nacido”.
Sus expresiones son comunes; sin embargo, no deberían serlo. Común debería ser que cada mujer elija vestir y expresar lo que desea. Normal sería que la maternidad fuera una elección de vida y no una consecuencia de la no planificación o tradición cultural. Lo habitual sería respetar, sin sesgos estereotipados, las prioridades de una mujer sin que la conviertan en una “cosa rara” y etiquetarla cuando difiere del papel estructural que la sociedad impone.
Tomo el título del presente a referencia de un episodio de la película “La sonrisa de la Mona Lisa”, describiendo a una maestra disruptiva que enseña a sus alumnas universitarias a transgredir su “papel fundamental en la sociedad” y orientar sus conocimientos científicos más allá de este rol determinado.
Muchas décadas después, me pregunto si las actuales generaciones hemos asumido la responsabilidad de decidir el papel para el que hemos nacido con libertad y complacencia.
Me preocupa y ocupa que los testimonios de la mayoría de las mujeres a las que escuchamos y atendemos tengan este ligero tinte de pinceladas de autonomía y que estemos en medio de un círculo vicioso donde aún los derechos se ejercen por coerción, porque los exigimos y no porque sean inherentes a nuestra dignidad humana.
“Hacer las cosas bien tiene un costo muy alto”, nos compartía una extraordinaria maestra promotora de la no violencia en su escuela, como si se luchara a contracorriente cuando se trata de abrir el abanico de las posibilidades de contar con ambientes menos violentos para el ejercicio de nuestra independencia.
Así, este 25 de noviembre, Día Internacional sobre la Eliminación de la Violencia hacia las Mujeres, he quedado convencida de la forma en la que socialmente se ejercen agresiones encubiertas a los derechos fundamentales de las mujeres, maquillados entre costumbres y tradiciones, sistemas de dependencia y dominación que siguen acotando la mayor decisión de cualquier ser humano: definir el papel para el que hemos nacido.
Rocío Saenz
Lic. En Comercio Exterior. Lic. En Educación con especialidad en Historia. Docente Educación Básica Media y Media Superior, Fundadora de Renace Mujer A.C. Directora de Renace Mujer Lencería, Consultora socio política de Mujeres.