El Partido Revolucionario Institucional (PRI), el viejo dinosaurio en Chihuahua acaba de protagonizar un acto que ya parece ritual, vuelve a hacer lo que mejor sabe: la imposición desde la cúpula de su nuevo dirigente estatal. Una vez más, las bases fueron ignoradas, los procedimientos democráticos fueron una farsa y el dedazo resucitó para demostrar que este partido no ha aprendido nada, ni siquiera después de su desplome nacional. Lo que ocurrió no fue una renovación, sino un ajuste de cuotas entre élites, un reparto de huesos en un partido que, lejos de reconstruirse, sigue jugando a administrar derrotas.
El PRI chihuahuense no está en crisis: está en estado vegetativo. Sobrevive no por fuerza propia, sino por el oxígeno que le dan sus últimos espacios de poder y los rescoldos de una estructura que, aunque desmantelada, aún le permite ganar alguna diputación local o municipal por inercia. Pero incluso eso se le acaba. Su militancia se reduce a un puñado de funcionarios públicos y operadores políticos que solo se activan en época electoral, mientras que su base social, esa que alguna vez lo hizo invencible, hoy lo ve con indiferencia o desprecio.
El partido de 96 años ha renunciado a la reconstrucción de su estructura partidista, y tiene una gran y absoluta incapacidad para regenerarse. Mientras otros partidos buscan conectar con la gente, el PRI chihuahuense sigue secuestrado por camarillas que prefieren repartirse lo que queda de sobras antes que abrir espacios a nuevas generaciones. ¿El resultado? Una militancia cada vez más escasa y una dirigencia sin legitimidad, sin proyecto y, lo más grave, sin futuro.
Si algo ha demostrado el Instituto Nacional Electoral (INE) en los últimos años es que ya no hay paciencia para partidos que solo existen en el papel. Para 2027, el PRI en Chihuahua podría enfrentar la pérdida de registros locales en varios municipios por incumplir con los requisitos mínimos de militancia y representatividad. No es una especulación: es la consecuencia lógica de un partido que ha abandonado la calle, que no construye bases y que solo se acuerda de sus simpatizantes cuando necesita llenar un evento.
El PRI ya perdió la presidencia de la República, la gubernatura de Chihuahua, y hoy ni siquiera es la tercera fuerza en el estado. Sin embargo, sus dirigentes insisten en actuar como si aún fueran el “partido hegemónico”. La realidad es que, no tienen cuadros y liderazgos nuevos, su discurso sigue sin renovarse y no tienen la más mínima intención de cambiar. Se dirigen al abismo con paso firme.
Lo más irónico es que el PRI podría resurgir si se atreviera a hacer lo que nunca ha hecho: democratizarse. En un momento en que la sociedad exige transparencia y participación, el priismo chihuahuense sigue gobernado por acuerdos en oscuros salones, donde unos cuantos deciden quién vive y quién muere políticamente. No hay elecciones internas, no hay debates, no hay proyectos. Solo hay un puñado de nombres que se rotan los mismos cargos una y otra vez, como si el partido fuera un feudo familiar.
Mientras tanto, otros partidos, incluso aquellos sin la historia ni la estructura del PRI, han entendido que el camino es sumar, no excluir. Pero el priismo sigue creyendo que puede sobrevivir con las mismas prácticas que lo llevaron al colapso.
El PRI en Chihuahua tiene dos opciones: desaparecer lentamente, convertido en un cascarón vacío que solo sirve para negociar candidaturas testimoniales y que les cobra a los candidatos para postularse, o reinventarse desde cero, con dirigentes elegidos democráticamente, con militancia real y con un proyecto que vaya más allá de conservar privilegios.
Por ahora, eligió lo primero. El “dedazo” de esta semana no fue un error: fue la confirmación de que este partido ya no lucha por volver a ganar, sino por decidir cómo quiere perder. Y así, entre imposiciones y simulaciones, se acerca cada vez más al día en que ni siquiera sus propios simpatizantes enciendan una veladora por él. Y veremos desde el pretil, como el ultimo militante apaga la luz…
El PRI no ha muerto… pero ya huele, apesta y muy mal.

César Calandrelly
Comunicólogo / Analista Político